A veces uno se pregunta si Nicolás estará al tanto de todo lo que hace la mal portada contrafigura política de su propio régimen. Tal vez la interrogante debería ser más bien: ¿hasta qué punto ha tenido que sopesar e incluso temer el propio Maduro la conducta despótica y amenazante de alguien que ha estado por la libre desde la desaparición del difunto comandante?

No hay que malinterpretar. Aquí no se trata de salvar el pellejo del rey ni de ningún miembro de su corte. Es sólo que, haciendo un pequeño ejercicio de imaginación, no podemos menos que visualizar a la pareja “presidencial” viéndose las caras, con ambas palmas de sus manos implorando al techo, cada vez que Diosdado sale con una de las suyas en su programa de los mazazos.

Definitivamente, y eso lo pudiera confirmar un buen psicólogo, Diosdado debe tener mucho miedo. Terror pudiera ser la palabra más exacta. Lo cierto es que, en cada uno de sus espacios televisivos de los miércoles, pareciera querer espantar sus fantasmas internos, repartiendo insultos y amenazas propias de un frustrado resentido que no confía ni en su misma sombra.

La semana pasada el teniente mostró como nunca su incontrolable iracundia. Nadie se salvó, ni siquiera la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea (MOE-UE), cuyo papel en Venezuela lo catalogó de “estúpido”, denunciando que su informe preliminar ya estaba elaborado de antemano.

Cual malandro de barrio (y disculpen los de ese gremio) arremetió en contra de Roberto Picón, uno de los 5 rectores del Consejo Nacional Electoral (CNE), a quien catalogó de “paj*o” por los chismes con los que le vino a la “maestra” Isabel Santos, durante el proceso eleccionario. Como en la escuela de sus atormentados recuerdos, le prometió al pobre funcionario que lo esperaba en el recreo una vez que el avión de la misión europea despegara de Maiquetía.

Bueno, y qué me dicen de la amenaza que hizo esa misma noche a los alcaldes opositores que ganaron en sus respectivos municipios, a los que prometió meter presos por andar “como locos quemando cosas”, entre otras, emisoras de radio comunitarias. De esta manera, Diosdado dio la orden: “Espero que se levante toda la información y que los organismos del Estado asuman lo que tengan que asumir”.

Todo resulta tan descarado y evidente que el mismo viernes pasado funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) arrestaron arbitrariamente a Omar Fernández, alcalde electo del municipio Canagua, en el estado Mérida, acusado (¡qué casualidad!) de haber presuntamente atacado a una emisora comunitaria.

Pero, tal vez uno de los berrinches más curiosos de Diosdado la semana pasada, y ¡ojo! eso va contigo Nicolás, tiene que ver con su sentencia de que el régimen debe cambiar la forma de gobernar para evitar desviarse del “proyecto original”. Maduro, seguro confundido, se preguntará a qué proyecto original se referirá su camarada, algo totalmente desdibujado en el tiempo y cubierto de una amalgama de “corrupción y traición” que, cínicamente, Diosdado dizque pretende corregir a través del seguimiento que el PSUV hará de la gestión de alcaldes y gobernadores electos, de acuerdo con sus nuevas órdenes.

Las apariciones destempladas del primer vicepresidente del PSUV, si bien no constituyen novedad alguna, emergen en momentos de una forzosa etapa de reacomodo poselectoral en la que las disputas soterradas de los máximos jerarcas chavistas siguen a la orden del día. Diosdado, a través del partido que reclama para él sin decirlo, está decidido más que nunca a no perder su alta cuota de poder en ese monstruo de varias cabezas en el que se ha convertido desde hace mucho tiempo el Estado fallido venezolano.

Sigue estando presente en el imaginario nacional la rabia y frustración de un Diosdado Cabello que nunca perdonará la humillación y derrota política sufrida en aquel infausto 6 de diciembre de 2012, cuando, reunida la Santísima Trinidad de los cobardes (Chávez, Maduro y él), el infausto comandante decidió voltear hacia su izquierda y condenar a todo un país a la peor desgracia de su historia.

¡Pero tranquilo, Nicolás! que seguro del susto ni siquiera el propio Diosdado se acuerda que por unas dos horas fue el número uno en un momento dado de la crisis política de abril de 2002, cuando el difunto comandante todavía se encontraba en la isla de La Orchila, según él, dizque lavando sus calzoncillos.

¡Ponte contento, Nicolás! porque lo que sí muchos recuerdan es que más que “ser”, el teniente Cabello, como todos los verdaderos cobardes, “hizo” el número uno, todo confundido y aturdido, en medio del golpe fallido de la madrugada del 4 de febrero de 1992, entregándose sin echar un solo tiro. El que no crea que le pregunte al excomisario de la entonces Disip Johann Peña, quien varias veces verificó la versión de que cuando Diosdado fue detenido en las proximidades del Palacio de Miraflores lo encontraron con los pantalones orinados.

En fin, puedes estar relajado porque seguro él seguirá siendo el número dos de tu régimen oprobioso, y quien quita que, más temprano que tarde, ojalá, lo podamos todos ver junto a ti, “haciendo” el número 2.

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