Esta siniestra manifestación del poder que irrumpió en nuestro país hace 5 lustros no encuentra maneras de acabarlo y, por ende, destruirnos a todos los que tuvimos el privilegio de nacer en él. Han construido una sólida reputación como expertos en demolición. Han demostrado ser dignos herederos de toda esa parafernalia de verbo florido y cultura impostada que, desde Lenin hasta Fidel, han construido innumerables cementerios de gente e ilusiones. Y ellos no son seres de otro planeta, han sido el fruto de una secta de políticos desacreditados que vivían con el corazón en la boca conscientes de sus iniquidades, y que en los últimos años previos a la llegada de esta peste roja rojita se mantenían mendigando una prórroga ante lo inevitable.

Fue nuestra casta política la que pavimentó la calle para que Chávez, y su pandilla de zarrapastrosos y malvivientes de toda laya, entrara en medio de loas de todo tipo al poder. Él llegó con la sed y el hambre de todos los resentidos, arribó deseándole la muerte hasta a los que ya habían muerto, y la “dirigencia” le celebró todas sus patanerías. Pocas excepciones hubo de quienes señalaron los riesgos inminentes, y todos rieron, apostaron a que el zambo barinés sería una marioneta a la que enredarían en sus intrigas de conuco enmontado. Y les salió el tiro por la culata.

El comandante galáctico impuso unas nuevas reglas de juego, mientras sus adversarios pretendieron seguir jugando con las viejas normas, su arrogancia les impidió entender que había un nuevo tablero y distintas condiciones a aquellas a las que estaban acostumbrados. Y así fue ganando partido tras partido. La respuesta de costumbre era gritar: ¡Trampa!, pero incapaces de demostrarla o de obligarlo a respetar los resultados.

Consciente de su final delegó en su matón favorito la continuación de su faena. Y, nuevamente, la “dirigencia” apostó a la descalificación dizque ingeniosa. Mientras aquel era señalado por su verruga, los labios abultados y su verborrea aparentemente inconexa; a este creyeron minimizarlo con lo de sindicalero, chofer de metrobús y muchas otras perlas de similar brillo. Ambos fueron subestimados, no se les dio el valor que realmente tenían, malo, trágico, purulento, pero valor al fin. Y ellos se dedicaron a ejercer el poder de manera descarnada, sin vacilaciones, al mejor estilo de Juan Vicente Gómez, Stalin o Fidel, para citar algunos de similar catadura.

Para colmo de las miserias esa dirigencia derrotada una y mil veces, inhábiles para adaptarse a las nuevas reglas, o imponer las propias, viven embelesados clamando por el respeto a los cánones ya destruidos; no cesan en sus prédicas de retorno a lo que ya no existe; y para hacer más trágico el momento se encargan de negociar con la corte de los milagros chavistas. En ese séquito maloliente donde están representadas todas las perversiones imaginables, todas las ruindades humanas, es donde la bendita “oposición” acude melancólica a suplicar agua. Y ellos, tal como los legionarios, les estrujan en el hocico una esponja empapada en vinagre mientras ríen cual hienas.

Dios los perdone, la ciudadanía, simples y meros mortales, deturpada a niveles que nunca pudimos imaginarnos, jamás les podremos condonar tanta vileza.

© Alfredo Cedeño

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