Arturo Uslar Pietri

Resulta curioso el interés que el ballet académico despertó en la Caracas de los años cincuenta del siglo XX, a tal punto de generar entusiasmo no sólo en el público sino también en el medio intelectual que llevó a Arturo Uslar Pietri y a Alejo Carpentier a pronunciarse públicamente sobre aspectos generales y, también específicos, de esta tradicional manifestación del arte escénico. Ambos escritores comentaron sobre un personaje inédito que había surgido en los predios teatrales caraqueños: el diletante de la danza clásica o, todavía mucho más particularizado, el  balletómano, cuyo comportamiento inédito sorprendía.

En agosto de 1956, la Asociación Venezolana de Ballet, ente de corta de vida, promovió una temporada del también efímero Ballet Interamericano, dirigido por Margot Contreras- antecedente más inmediato del Ballet Nacional de Venezuela- presentado en el Teatro Municipal de Caracas. En esa ocasión, el concierto coreográfico se hizo eco en su programa de mano de un texto escrito por Uslar Pietri: “Vamos al ballet porque el hombre primitivo que está entre nosotros ama la danza y se siente realizado en ella y también porque el civilizado ‘diletante’ que hemos llegado a ser, se estremece con los difíciles equilibrios y transformaciones que el movimiento, la música y las formas llegan a dar. Esas extremas y contrarias posibilidades sólo el ballet las ofrece”.

Se refería el notable escritor venezolano a cierta depuración del gusto por parte de algunos de los fervientes seguidores de las jóvenes promesas del ballet que se avistaban, atreviéndose a argumentar con propiedad sobre el resultado de lo visto y exaltar algún momento virtuoso irrepetible.

Alejo Carpentier

Algún tiempo antes que Uslar, en 1952, Alejo Carpentier en su columna Letra y Solfa que publicaba en El Nacional, se refirió, tal vez por primera vez en el medio nacional, a una suerte de espectador entendido a quien el novelista cubano, asentado por esos años en Venezuela, caracterizaba como de intuitivo conocimiento y hasta graciosa actitud crítica. “Me agrada -escribía Carpentier – que las gentes se apasionen por técnicas tan nobles o tan amables como son las del arte. Pero el hecho es que, en Caracas, ha nacido el personaje del ‘balletómano’, en sus dos géneros: masculino y femenino.” Distinción esta pertinente, sobre todo en los tiempos actuales de énfasis distintivos de género.

Destacaba el autor de La consagración de la primavera, que el balletómano venezolano era menos soñador y más técnico, quizás buscando distinguirlo de los proverbiales impulsos emocionales de Teófilo Gautier, el poeta francés enamorado de las inasibles bailarinas románticas del París de la primera mitad del siglo XIX, y acercarlo a alguna dimensión más racional y científica, que seguramente no poseía, y de la cual  alardeaba. “Con tal preparación -ironizaba Carpentier- el balletómano  llega al teatro con el ceño fruncido. No ha venido a divertirse. Tampoco los verdaderos aficionados a los toros van a la plaza a divertirse.”

Carpentier completaba su descripción del balletómano caraqueño de entonces, calificándolo de menos soñador y más técnico. “Tiene una discoteca integrada por el Lago de los cisnes, las Bodas de Aurora, todos los clásicos del  género, hasta el Beso del hada, de Stravinsky (…) Tiene una biblioteca de tratados excelente, que incluyen los de Andrés Levison y los recientes libros de Maurice Béjart. En la pared algún retrato de Anna Pavlova, Nijinsky y Karsavina. Recuerda los nombres de todos los danzarines que fueron notables desde los grandes días del Teatro Imperial de San Petersburgo. Está por los clásico, por la Academia y, en principio, siente una vieja aversión por Isadora Duncan y todos los danzarines que salen a bailar con los pies descalzos”.

Anna Pavlova y Vaslav Nijinsky

Hoy en día, cuando la crítica de danza, y de las artes en general, se replantea su verdadera razón de ser, y lo que cobra verdadera importancia es la obra y su contexto, y menos el anecdotario que la rodea, valdría afirmar que la figura del balletómano que advirtiera Alejo Carpentier,  extendida a los nuevos tiempos, de algún modo aún se mantiene. Detrás de cada severo crítico, puede asegurarse, se encontrará siempre a un entusiasta espectador.


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