El presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, convocó la primera Cumbre de las Américas en Miami en diciembre de 1994, con el fin de promover el crecimiento económico y la prosperidad en las Américas sobre la base de valores democráticos comunes y la promesa de aumentar el comercio para mejorar la calidad de vida de todos los pueblos y preservar los recursos naturales del hemisferio para las generaciones futuras.

Esta convocatoria estuvo inscrita en una nueva era de las relaciones de Estados Unidos con los países de la región, que venía desde fines de la década de los ochenta cuando comenzó a impulsar la redemocratización del continente, dejando atrás su política intervencionista de apoyo a las dictaduras. Especialmente relevantes en ese sentido fueron las cumbres de Santiago de Chile en 1998 y la de Quebec en 2001, que culminaron con la aprobación de la Carta Democrática Interamericana  en la Asamblea General extraordinaria de la OEA celebrada en Lima el 11 de septiembre de 2001.

Para aquel entonces Estados Unidos conservaba su incuestionable liderazgo y  hegemonía regional a pesar de la abierta intención de Chávez y del bloque regional de “izquierda antiimperialista” alimentado por el Foro de Sao Paulo, que se manifestaba especialmente frenando algunas de las propuestas como fue el caso del ALCA. Pero la Carta Democrática Interamericana, aun a disgusto de algunos, ocupaba un indiscutible lugar como elemento disuasivo de las tendencias autoritarias.

Este año le corresponde a Estados Unidos por segunda vez la convocatoria de la Cumbre y a pesar de de que la agenda está compuesta por temas que incluyen el manejo de la pandemia, mecanismos de financiamiento para la recuperación económica y el desarrollo, el tema de la migración, no solo hacia Estados Unidos, sino también poblaciones desplazadas por el colapso venezolano y de otras zonas criticas, el tema de la democracia sigue ocupando un lugar destacado y más controversial.

El  subsecretario de Estado de Estados Unidos para el Hemisferio Occidental, Brian Nichols, confirmó el 2 de mayo que Cuba, Nicaragua y Venezuela no van a recibir invitaciones para ese encuentro porque no reconocen la Carta Democrática.  Una decisión que amenaza con el naufragio de la Cumbre, porque a la corriente que viene promoviendo el presidente de Argentina, Alberto Fernández, tanto en su condición de mandatario como de presidente pro tempore de la Celac; se sumó el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que anda en cruzada obsesionado con Cuba. Ambos vienen insistiendo en no dejar fuera de la  reunión  a ninguna nación, con el argumento de que constituye una gran oportunidad para construir un espacio de encuentro en el que participen todos los países del hemisferio, de modo abierto e inclusivo para concertar acciones conjuntas.

Argumentación que no parece muy convincente, por lo menos en lo que respecta a la defensa de la democracia, si tenemos en cuenta que están soslayando la decisión de los gobiernos de Venezuela y Nicaragua de retirarse voluntariamente de la OEA (para no hablar de Cuba, expulsada en el año 1962) por negarse a acatar  las normas  establecidas en la Carta Democrática, amén de las evidencias de constituir gobiernos sistemáticamente violadores de los derechos humanos.

Pero la declaración del Caricom, luego de conocerse la decisión de Estados Unidos, tiene un tono más provocador, sobre todo si nos guiamos por las declaraciones del embajador de Antigua y Barbuda en Washington, Ronald Sanders, quien expresó que si el presidente Joe Biden excluye a Cuba, Nicaragua y Venezuela de la Cumbre de las Américas, no asistirán al evento; al igual que si se sigue reconociendo a Guaidó, varios Estados del Caribe no irán. La Cumbre de las Américas, dice, no es una reunión de Estados Unidos, por lo que no puede decidir quién está invitado y quién no.

Difícil dilema no solo para Estados Unidos como país convocante y también como líder regional, así como para la suerte de la democracia continental, si tenemos en cuenta que con distintas argumentaciones “inclusivas” se está apoyando el debilitamiento del andamiaje democrático y apuntalando el autoritarismo. Dilema  que, además, tiene una significación global dado el bloque despótico que se  viene creando en distintas regiones con el apoyo de China y especialmente de la Rusia de Putin empeñado en devolver la historia a la guerra fría con su país como uno de los polos de poder.


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