Empieza un nuevo año. El ritual tradicional se decanta por los brindis, las gaitas y villancicos, el intercambio de buenos augurios y mejores deseos para el período que comienza, etc. Pensamos que un análisis realista y racional no permite abrigar desmedidas esperanzas ni en el país ni en el continente, ni en el mundo, según ya lo hemos comentado en recientes artículos en este mismo espacio.

En lo interno, no resulta exagerado afirmar que pocas veces la opción democrática ha estado en nivel tan lastimoso con la percepción nacional y foránea confirmando  tan indeseable estatus.

El pobre espectáculo ofrecido por quienes dijeron ostentar la representación de la parcialidad autodenominada “democrática” parecía haber culminado con el previsible resultado electoral del 21N. Sin embargo, ello no ha sido así porque  acontecimientos posteriores siguen contribuyendo a profundizar el nadir de nuestras aspiraciones. El insólito episodio protagonizado por Julio Borges ahora se ve potenciado con la traición de quienes en lugar de querer apuntalar al interinato acaban de aprobar una modificación al Estatuto de la Transición que en lugar de afianzar el rol de quien ejerce la Presidencia Encargada más bien le quitan casi todas las atribuciones que le son indispensables para moverse con autoridad y ejercer alguna medida de gobierno más o menos efectivo.

No es cuestión en estas líneas la de hurgar en preciocismos constitucionales, ya lo acaba de hacer el profesor Brewer Carías, quien ha opinado que el nuevo esquema se divorcia diametralmente del crucial concepto constitucional de la división de poderes pretendiendo establecer un gobierno de tipo parlamentario cuando la Constitución consagra claramente el modelo presidencialista. Pero el asunto no está allí sino en que numerosos “diputados” a una Asamblea Nacional que se proclama “legítima” dentro de un ambiente político real que pone tal apreciación en tela de juicio, prefieren exhibir nuevamente la desunión para recoger alguna mísera ventaja para su parcialidad. ¡Vergüenza!

Si por las razones anteriores no podemos anticipar un 2022 venturoso en lo nacional, agréguele usted la tensa situación internacional que se presenta en varios frentes con posibilidad de que algún imprevisto detone consecuencias que habrá que lamentar y que seguramente repercutirían en nuestra parte del mundo.

La Rusia de Putin está terminando de quitarse la careta para revelar ya sin rubor alguno la intención de extender su influencia a tantos espacios del mundo como le sea posible y conveniente para alcanzar el destino imperial que entiende le está reservado por la historia. El apoyo ya descarado a la desestabilización de la frontera entre ella y Ucrania, la consolidación de la anexión de Crimea desde 2014, el cada vez más flagrante irrespeto a los derechos humanos, el bullying político (Navalny), el chantaje con el suministro petrolero a Europa, etc. Son temas que tienen decidido potencial para causar serios inconvenientes, incluyendo enfrentamientos con Estados Unidos, que ya ha advertido que esos comportamientos tendrán consecuencias.

No se diga China, cuya ambición de expansión territorial y pasado también imperial la están llevando a extender sus aspiraciones marítimas a través de apoderamientos ilegales de remotos  peñones e islotes cuya jurisdicción acuática cambiaría el control de los mares cercanos a Asia. Esas acciones adicionadas a la consolidación del nuevo proyecto del Camino de la Seda, la penetración estratégica en África y América Latina, la difícil situación en materia de derechos humanos de la minoría uigur en su frontera occidental, la violación del estatus legal de Hong Kong como espacio consagrado legalmente  a “un país, dos sistemas”, etc. son temas a considerar dentro del deseable marco del mantenimiento de la paz mundial.

No olvidar la India cuyo desarrollo en todos los campos, enmarcados en un sistema político que poco a poco deriva en cierto autoritarismo, se ha convertido en actor de primer nivel en los asuntos planetarios que además mantiene  viejas controversias  con sus vecinos (Pakistán y China), que al igual que Delhi son poseedores de armas nucleares.

Seguirían Cuba, Corea del Norte, Afganistán, Irán, los conflictos del Medio Oriente y demás puntos neurálgicos capaces de suscitar episodios cuyo desenlace no se pueda controlar.

Es en ese escenario en donde quienes se atribuyen y dicen ejercer la representación de nuestra Venezuela  deben moverse, siendo más que evidente que ninguno de los dos polos de la disyuntiva venezolana tiene la menor posibilidad de influencia ni mucho menos control. A la luz de los errores que se han venido cometiendo en estas materias no luce probable que Venezuela pueda tener un papel relevante sino como peón en un match de ajedrez de los Grandes Maestros con la probabilidad de que en cualquier momento cambien los humores y quedemos  desorientados como “pajarito en grama”.

Por todo eso y bastantes cosas más es que no luce muy racional augurar un 2022 tranquilo y venturoso. Así y todo es obligación colectiva seguir buscando la solución domestica que mejor nos permita renovar esperanzas lo más pronto posible.

@apsalgueiro1

 


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