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Didi, de Sean Wang, la autobiografía llega a su punto más sensible

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Didi de Sean Wang está a mitad de camino entre la autobiografía y la búsqueda del propósito en una historia adorable. Lo que lleva a su jovencísimo director a explorar en el amor y la nostalgia desde el humor, pero también a través de la capacidad de reimaginar su propia historia. 

Las historias autobiográficas en Hollywood                                                                                                                                                                                    suelen tener dos puntos de vista. Por un lado, la de reflexionar sobre la fe y la pérdida, como ya hizo Sam Mendes y Steven Spielberg. O las épicas fallidas, como es el caso de Alejandro González Iñárritu y Bela Tar. El joven director Sean Wang toma la decisión consciente de atravesar ambas premisas en Didi (2024), una historia de crecimiento amable y a menudo, conmovedora. Pero que, más que eso, es una percepción acerca de cómo la identidad se transforma en medio de las presiones de la adolescencia, casi en un proceso de erosión progresiva.

Puede parecer una premisa simple, pero gracias a la capacidad de Sean Wang para ser sensible, amable y preciso, Didi es una magnífica visión sobre la inocencia y cómo puede transformarse en sabiduría. De hecho, lo que asombra de la cinta, es su capacidad para desdoblarse en un discurso en que el amor y la necesidad de creer —en sí mismo, en las grandes proezas de la vida adulta — se transforman lentamente en algo más elaborado. Didi no espera ser una película que haga llorar o mucho menos, que conmueva por necesidad. Es mucho más parecida a una reflexión acerca de qué es ser joven, multirracial y lleno de sueños, en medio de un mundo cínico.

La combinación permite que el director use sus propios recuerdos como telón de fondo. También, que priorice la idea del bien —el esencial, el relacionado con los sueños y la maravilla — a cualquier otra idea más elaborada. Didi no busca ser un alegato o una mirada sobria sobre el crecimiento — aunque lo es, en algunos puntos— sino un recorrido en ocasiones alegremente desordenado por la juventud. El resultado es una cinta tan feliz como alegórica, que encuentra sus mejores momentos en conversaciones emotivas entre risas.

El amor y la familia, todo en una perspectiva dulce sobre el mundo

Didi es, en esencia, una reflexión de la manera en que cualquiera comienza a crecer, el día en que recuerda mejores días. La frase, tan ambigua como tierna, se repite en más de una ocasión en la cinta. Pero no como un innecesario subrayado, sino como una idea en la periferia. Mucho más, cuando es evidente que el director transformó la elipse autobiográfica — cuanto lo veo — en la idea de que su vida puede contar la de cualquiera.

De modo que Chris (Izaac Wang) es un chico taiwanés-estadounidense en medio de todas las tensiones de ser emigrante de segunda generación. Didi tiene la suficiente solidez para pasar de la risa al dolor de las ausencias — sobre todo en la familia — y tener, a la vez, un aire despreocupado. Con un parecido sutil a la menospreciada Are You There God? It’s Me, Margaret)” de Kelly Fremon, la película avanza en terreno complicado con elegancia. Chris, comparte casa y vida con abuela (Chang Li Hua, la abuela del director), su madre Chungsing (Joan Chen). Pero su principal némesis, es su hermana mayor, Vivian (Shirley Chen), una especie de versión doméstica del enemigo a temer.

Por supuesto, todo en Didi está exagerado para hacerlo más risible y humorístico. Pero cuando ese tono de parodia se hace menos evidente, la película alcanza una fascinante visión sobre la vida de un adolescente, que además, es el símbolo de su familia y su evolución. Poco a poco Chris, es mucho más que el chico que crece. También son las esperanzas, deseos y búsquedas de toda su familia.

Dolor y belleza en Didi 

El tema de la emigración es un elemento en Didi que se toma en cuenta y se analiza desde la perspectiva de la nostalgia. Pero la película no comete el error de solo explorar ese escenario. Poco a poco, el argumento utiliza la experiencia personal de Chris, para explorar en la soledad recurrente y la idea sobre la pérdida y el azar del futuro compartido. Eso, a través de una profunda sensibilidad.

Para sus escenas finales, Didi finalmente da el paso de ser solo una comedia a convertirse en algo más complejo. Tan profundo, bien construido y sensible, como para hacer reír y llorar al mismo tiempo. Una combinación brillante que no solo la convierte en una de las mejores películas del año, sino también, una de las que probablemente, encuentre su lugar en los clásicos discretos de la década.

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