«Sin estabilidad todo principio político se corrompe, y termina siempre por destruirse» SIMÓN BOLIVAR

Una democracia en el sentido literal es aquella en la que el gobierno resulta de una elección popular. Este elemento por sí solo no garantiza las libertades de los individuos, y es posible que resulte en un absolutismo o autoritarismo, como es el caso venezolano.

El politólogo Giovanni Sartori explica que “La división de poderes y el respeto a la ley, son adquisiciones del Estado liberal-constitucional. Por lo tanto, una democracia «pura» (que no sea ni liberal ni constitucional), puede muy bien convertirse en absoluta: la hipótesis de un ‘absolutismo-democrático”.

El filósofo Bertrand De Jouvenel en su obra Sobre el poder incluso dedica un capítulo a describir “La democracia totalitaria”. Explica la “ficción democrática” así: “No hay institución que permita, que cada persona participe en el ejercicio del poder, por la sencilla razón de que éste es mando y todos no pueden mandar. La soberanía del pueblo no pasa de ser una ficción; una ficción que a la larga no puede menos de destruir las libertades individuales. La ficción democrática, agrega De Jouvenel, es la que le confiere a los gobernantes la autoridad sobre todo y “mientras proclama la soberanía del pueblo, la limita exclusivamente a la elección de los delegados (en el caso venezolano la Asamblea Nacional), mostró que son los que tienen el pleno ejercicio de la misma. Los miembros de la sociedad son ciudadanos un solo día y súbditos de cuatro a seis años.

Sartori define la dictadura como “una forma de Estado y una estructura de poder, que permite su uso ilimitado (absoluto) y discrecional (arbitrario). El Estado dictatorial es el Estado inconstitucional, un Estado en el cual el dictador viola la constitución, o escribe una constitución que le permita todo. Por un motivo u otro, el dictador es legibus solutus [libre de ataduras legales]”

Todo ello no es para perder fe en la democracia, como un mecanismo pacífico, para asegurar la alternancia en el poder. El filósofo Karl Popper explica en su libro La sociedad abierta y sus enemigos, que para que la democracia funcione (léase que garantice la sociedad abierta) sus principales actores deben exigir que “los poderes de los gobernantes deben ser limitados” de tal manera que puedan, entre otras cosas, ser removidos por los gobernados sin que corra sangre. Popper agrega que uno podría simplificar las cosas distinguiendo básicamente entre dos tipos de gobiernos: los que tienen instituciones que limitan el poder y permiten la remoción pacífica de los gobernantes (democracias) y las tiranías.

Subraya Popper que “es hora de que aprendamos que la pregunta ‘¿quién debe ejercer el poder del Estado?’ importa poco si se la compara con las preguntas ‘¿cómo es ejercido el poder?’ y ‘¿qué tanto poder se ejerce?”. Debemos aprender que a largo plazo, todos los problemas políticos son problemas institucionales, problemas del marco legal en lugar de las personas, y el progreso hacia más igualdad puede ser asegurado solamente mediante el control institucional del poder”.

Dicho de otra manera, el problema no es quién gobierna sino cuánto poder estamos dispuestos a darle y cómo le permitimos que lo ejerza. Nuestra experiencia indica que hemos sido peligrosamente generosos y permisivos y esto en nuestro caso venezolano, ha permitido que el régimen chavista haya instaurado una férrea dictadura con máscara de democracia, que a lo largo de un cuarto de siglo ha generado una tragedia social, política y económica de imprevisibles consecuencias, solo recuperable a mediano y largo plazo en democracia.

Al final del túnel se asoma una luz de esperanza, sellada el pasado 22 de octubre, en la elección consultiva de la oposición, en la que abrumadoramente obtuvo el voto y la confianza de todo un pueblo, la líder fundadora del partido Vente, la ingeniera María Corina Machado, con quien a partir de entonces renació la fe del tan ansiado cambio por el que clama el soberano, a lo largo y ancho de todo el territorio nacional.

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