En mis andaduras por la filosofía política me he encontrado con varias definiciones de lo político. De ellas, la más popular y vigente más allá de los hechos, es la que afirma que la política es el arte de lo posible. Suele acompañarla otra definición que ha conquistado popularidad: la política es el arte de sumar fuerzas. Son dos fórmulas conservadoras, de uso inmanente al campo de lo político real. Y siempre a mano para quienes, consciente o inconscientemente, abrogan por el statu quo. Pues a pesar de haber sido el siglo XX un siglo de revoluciones, a nadie se le ocurrió afirmar en Occidente que la política era el arte de cambiar el sistema.

Muy por el contrario, la política de este lado del mundo ha sido el arte de amaestrar díscolos, someter rebeldes y acomodar las disidencias dentro de las coordenadas institucionalizadas por el sistema. Sin siquiera interrogarse por la naturaleza de dicho sistema. En el caso de Venezuela, y a pesar del consenso tácito o explícito que describe al régimen imperante como una dictadura, la política en ejercicio desde que el último gobierno plenamente democrático –el de Carlos Andrés Pérez- renunciara a ejercer su poder con toda la rigurosidad del caso, enfrentándose al golpismo que insurgía para destrozar la institucionalidad democrática y ponerle un drástico término al régimen de libertades públicas imperantes, la política ha sido el arte de sobrevivir en las peores condiciones, refugiarse a la sombra de los despojos de la institucionalidad agonizante, colaborar con la dictadura y cohabitar, incluso dormir con ella. Sin hacer caso de la lógica: ¿lógico dos presidencias, dos asambleas legislativas y dos tribunales supremos de justicia? Primer caso en la historia universal de una oposición que duerme en la misma cama, con una misma almohada y en el mismo dormitorio con la tiranía.

Todos sabemos que el creador de este insólito monstruo de dos espaldas ha sido Leopoldo López, padre putativo de la criatura engendrado para subir al trapecio del equilibrismo vernáculo. Y factor político de una independencia e individualismo políticos irrenunciables, real causante de nuestras mayores tragedias. Quien ha ejercido con singular talento la otra definición de política puesta a prueba en la que en sus días de gloria fuera una nación petrolera: la política es el arte de sobrevivir en las peores condiciones. De hecho, sea manipulando a su esposa, a sus padres o a sus más íntimos y cercanos amigos –los renombrados bolichicos, para quienes vale la quinta definición de política muy en boga y dominante en la Venezuela de todos sus tiempos-: la política es el arte de enriquecerse sin una sola gota de sudor, abusando de los poderes públicos.

La criatura parida en los predios de Chacao, aunque nacido y criado en el estado Vargas, se llama Juan Guaidó Márquez. En tiempo de absoluta orfandad de ideas, proyectos y estrategias, todos los náufragos de la dictadura apostaron a un artículo de la Constitución chavista que permitía la figura del interinato, el 233, que dicta las medidas que se deben tomar ante la ausencia de un presidente constitucionalmente electo. De ellas, la más importante era la de delegar en el presidente de la AN la dirección de la República, en calidad de presidente interino. Nadie ha podido explicar hasta ahora, ni siquiera el mismo Guaidó, en qué consiste el interinato, cuáles son las propiedades del cargo y el ámbito de sus atribuciones. De acuerdo con la teoría de la constitución, de Carl Schmitt, viene a ser una suerte de soberano, designado por el Poder Legislativo que debe resolver el principal de los problemas que llevaron a su proclamación: restaurar la soberanía del Estado, quebrantado por la autollamada “revolución bolivariana”. De hecho, en este año y medio de ejercicio del cargo, el interino renunció a asumir la soberanía que le delegara la Asamblea. Y a juzgar por los antecedentes, nada indica que ahora habría de asumirlos.

¿Puede alguien creer que su recurso a reunirse en privado con otros dos importantes factores de la oposición, como Antonio Ledezma y María Corina Machado, con quienes se negó a reunirse en el año y medio transcurrido desde su autoproclamación, y a quienes ni siquiera consideró al montar su frágil aparato de gobierno, permitirá el avance opositor hacia la salida del dictador y la recuperación de la democracia? Me caben serias dudas.

Ni las docenas de miles de soldados y agentes cubanos enseñoreados en nuestro territorio, ni el Estado mayor de las fuerzas armadas narcotraficantes venezolanas, ni turcos, iraníes, rusos y chinos interesados en mantener a Venezuela entre sus posesiones de ultramar, tienen el más mínimo interés en hacer mutis y permitir que las minas del rey Salomón se les escapen de las manos. Sobre todo Cuba, la infame, paupérrima y miserable, que tras sesenta años de comunismo no ha logrado demostrar la más mínima capacidad de auto supervivencia. Cosa más que sabida por Ledezma y Machado, que insisten en el recurso al auxilio internacional para poder combatirlos y expulsarlos de nuestro territorio. Asunto estratégico que ha signado las profundas e insalvables diferencias entre ambos y la llamada oposición oficialista, cuya corona política, nacional e internacionalmente, es detentada precisamente por Guaidó Márquez y la socialdemocracia venezolana y mundial. ¿Entonces?

De efecto político inmediato, efectivo y virtual, de los diálogos de Guaidó con ambos líderes de la oposición extrema, no saldrá el convencimiento a asumir la política Machado-Ledezma y apurar el enfrentamiento schmittiano con la tiranía. Que supondría un inmediato y perentorio distanciamiento con la oposición dialogante, cohabitante y complaciente que sostiene su parapeto interino. Saldrá el compromiso de mantener vigente el inútil, vacío y estrictamente formal interinato de Guaidó. De este patético y lamentable tira y encoge al que han sucumbido Machado y Ledezma, no quedará más que la frustración y el desengaño.

Sin el respaldo que permitirían el R2P, el TIAR y la invocación al artículo constitucional que reclama el recurso a nuestros aliados, una acción de apoyo eficaz y verdadera de los distintos gobiernos vecinos, particularmente de Colombia y Brasil, seguiremos arrastrando la carreta de la dictadura. Ahora con otros dos bueyes en su yunta.

A quienes lo duden, no me queda más que decirles lo que solía decirle a su audiencia la genial pareja de Sofía y Carlos: “Amanecerá y veremos”.

@sangarccs


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