Bautizo del libro / Foto Hive.blog

El título de este libro: Lo que queda en el aire, está tomado de una definición del ballet que escuché hace años sin saber quién la dijo. «El ballet es lo que queda en el aire después de que el bailarín pasó por él». No es una novela. No es un ensayo sobre el ballet. Es un poema de amor. Me dicen que es la primera vez, al menos en la literatura del país venezolano, que un marido escribe un libro sobre su mujer. Por lo general, los maridos venezolanos son infieles o dan tortazos a sus mujeres. Escribirle un libro, creo yo, podría considerarse de entrada como algo valioso.

Gisela Cappellin asumió su edición y por eso la recordaré con gran afecto mientras respire el aire que me hace vivir junto a la memoria de Belén Lobo. Sé apreciar las palabras que se han dicho en la presentación de este libro. Y me llena de orgullo que mi hijo Rházil esté presente; de igual manera lo está Valentina que ha venido dede Los Ángeles; Boris reside en Madrid y no logró escaparse del trabajo. Elogio que Elisa Lerner haya escrito el admirable texto que sirve de prólogo; que Carmen Verde Arocha se haya ocupado de hacer correcciones al texto, que Carolina Arnal estuviese atenta a su diagramación. ¡Es un libro realmente precioso! Considero un privilegio que Rafael Arráiz y Hercilia López hayan participado en este acto. Agradezco la presencia de  Katyna Henríquez, una mujer irrepetible como irrepetible es también José Pisano. ¡Me llena de orgullo verlos! Me gustaría mencionarlos uno a uno, ponderarlos, pero estaríamos aquí largo tiempo. Pero hay algo que ustedes no saben, ustedes…¡me han enseñado a vivir…!

***

Se ha ido desvaneciendo en mi memoria la imagen de Belén, pero no ha evitado que ella esté presente, física y espiritualmente.

Permítanme recordar un breve episodio que la retrata plenamente. Estábamos en la avenida costanera de Macuto, el balneario que frecuentábamos regularmente, una avenida liberada de automóviles para disfrute de los veraneantes y para que nuestro hijo siendo niño pudiera montar en bicicleta sin correr peligro alguno, y vimos venir hacia nosotros al policía con nuestro hijo que a pie empujaba su bicicleta. ¿Ocurre algo, oficial?, preguntó Belén mirando a Rházil que parecía más molesto que asustado. “Sí», dijo el policía. «Este niño con su bicicleta entró a toda velocidad en la avenida, allá, cerca del Hotel Miramar, poniendo en peligro a todo el mundo”.

Belén se ofuscó y dijo: «Justamente, oficial, se declaró la avenida peatonal para librarnos de los automóviles y para que niños como él puedan disfrutar plenamente sus juegos». “¡Ciudadana!», repitió el agente con agresiva paciencia. «¡Este niño, montado en su bicicleta puso en peligro a las personas que por allí se encontraban. ¡Entró a la avenida con tanta velocidad que parecía un relámpago!”.

Belén, prefigurando al águila en que la Muerte la iba a convertir muchos años más tarde, aceptó que el agente tenía razón y por primera vez  se la dio a un policía (José Ignacio Cabrujas sostenía que el profesor en el liceo dice una cosa y el policía de la esquina dice otra muy distinta).

Pero Belén se llenó el corazón de alegría porque constató y ratificó que en el hijo y en ella misma anidaba la luz de los relámpagos. Nuestro hijo, en la vida que estaba iniciando sobre una bicicleta, prolongaba en sí mismo el brillo que iluminó la vida de bailarina que vivió Belén porque en aquel resplandor se agitaba una luz que invitaba a entrar en el torrente de vida que nos esperaba para deslumbrar a la luz que acostumbraba entrar por la ventana.

¡Belén reavivó en su espíritu no solo al águila sino al relámpago! Y fue ese el brillo que ella vio en su hijo amonestado por un policía. Y cuando al borde de su muerte, mirándome a los ojos, me dijo que había hecho de mí un águila y un relámpago no era a mí a quien veía sino a sí misma. ¡Y sé que sigue atisbando y buscándose allí donde se encuentren el pas de deux, el grand jetée en avant o la elegante y difícil promenade de su mayor gloria!

Es más, la tristeza que trata de anidarse en mi corazón hace esfuerzos por rebelarse y dejar de ser porque con su muerte Belén continúa siendo un rayo de luz que estalla con silencioso estruendo.

Belén acaricia al país que la vio nacer. Lo coloca frente al mágico espejo del futuro para que se descubra espléndido y de provecho y le susurre palabras dulces y esperanzadoras. ¡Cubre al país de estrellas y sortilegios! ¡Hace nacer flores de loto fuera de los pantanos!

¡Ella ahora es el aire y permanece en él! Escribí con lágrimas este libro que no es una novela; tampoco un ensayo sobre el ballet, sino un poema de amor sintiendo que me escucha el aire que respiro, consciente de que Belén, transformada también en la perfecta soledad que enjuga mis lágrimas, aprueba lo que escribo y cuenta su vida a quien quiera oírla. Y no me canso de reiterar lo que digo pensando en ella y en mí, sino también en todos los que viven en la pareja que fuimos.

Y me obligo a decirlo porque es una manera de acariciar el amor y la dicha de haberme sumergido junto a ella en la portentosa aventura de vivir. ¡Y es ella la que afirma y sostiene que cada uno de nosotros arrastra su propia memoria, porque en nosotros también viven el águila y el relámpago!


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