Perdonen que no me aliste, bajo ninguna bandera. Vale más cualquier quimera, que un trozo de tela triste”.(“Milon ga del moro judío”. Jorge Drexler).

Es un misterio, en más casos de los que sería deseable, como la vida te va posicionando en lugares a los que, en muchas ocasiones, nunca te habías planteado ir, dirigiéndote hacia un destino inesperado. Aún así, lo realmente asombroso es cuando la vida te lleva a una posición con la que, si bien, habías especulado, como la mejor de tus opciones, nunca pensaste que podrías alcanzar.

Yo, hace unos años, era un lector empedernido. Para ser exactos, lo sigo siendo. Sueña el lector, en su generalidad, con ser él quien sea capaz de atraer el interés de otros con sus escritos, del mismo modo que se siente atraído por los de otros autores. Como bien dice Jorge Drexler, siempre miramos el río pensando en la otra rivera. Pero también es muy cierto que el camino de la escritura puede ser decepcionante, ya que una cosa es saber algo y otra saber enseñarlo o desarrollarlo.

No obstante, yo, en mi infinita soberbia, me puse a ello y, como no sabía que era imposible, conseguí posicionarme aceptablemente entre los locos que desnudamos el alma ante el público, porque un escritor, a fin de cuentas, no es sino un exhibicionista de sus emociones, de su yo más intimo. Y si no es así, nunca será un escritor.

Pero no es aquí adonde quería llegar. En mi nueva posición, de columnista, escribiendo incluso en medios internacionales y con dos libros ya publicados, yo era feliz. Me encontraba en el jardín de mi casa, si esta tuviera jardín, una tarde de primavera, en pijama y zapatillas. Metafóricamente hablando, entiéndase. Estaba cómodo, donde quería estar.

Pero la vida tenía otros planes, y pronto la escritura derivó por caminos insospechados, llevándome hasta la radio. Cabría pensar que todas las actividades del género, podríamos decir, periodístico, otorgándole a este término más amplitud de la que merece, se encuentran interrelacionadas, pero no es así. Son muchos los periodistas, humanistas, autores, que se desarrollan solo en un ámbito, cual era mi caso. Nunca había sentido una atracción especial por la radio; no obstante, cuando la fiebre de los micrófonos y el directo me poseyó, sabía que mis preferencias habían virado, y que quería más.

Así pues, cuando mi admirado y nunca bien ponderado Javier Algarra me propuso hacer mi propio programa, en un alarde de inconsciencia, por su parte y por la mía, no lo dudé.

Así que ahora, gracias a que llegué a poder hacer algo que me apasionaba y me apasiona, esto es, escribir, estoy haciendo otra cosa que, si bien es interesante, no me deja tiempo para lo que en principio quería hacer. Parafraseando a Modestia Aparte, podría decirse que  “aunque tengo lo que quise, hoy no quiero lo que tengo”.

Pero sería injusto. Para hacer honor a la realidad, el cambio ha tenido su lado positivo. Podría decirse que he pasado de exhibicionista a voyeur. Y he descubierto que, cuando son otros los que desnudan sus sentimientos ante ti, la experiencia es muy enriquecedora.

Sienta las bases para que te des cuenta de que todo aquello que dabas por sentado, en referencia a ciertas personas, era totalmente falso; estabas equivocado. Que los prejuicios son solo eso, prejuicios, niebla que oculta la verdad y que no nos molestamos en traspasar, dando carácter de verdad a la imagen borrosa que percibimos.

La impagable e inaudita posibilidad que me ha brindado la radio de conocer a personas, de todos los ámbitos, creencias y tendencias tanto políticas como sociales o de orientación sexual, me ha enseñado que no existen los estereotipos, que cualquiera, en un momento dado, puede darte una lección que te convierta en estatua de sal y que cambie tu visión acerca de muchas cosas que dabas por sentadas, por nuestra arraigada costumbre de prejuzgar.

En este periodo, he conocido a hombres y mujeres valiosos, con vivencias que normalmente desconocemos, que generosamente han desnudado su alma ante el micrófono, regalándome la posibilidad de conocer a la persona, no al personaje, enriqueciéndome, a cada momento, con su generosidad.

Así pues, a partir de ahora, perdonen que no me aliste bajo ninguna bandera. No hay verdades absolutas, no hay preceptos, no hay generalidades. El ser humano, en principio, puede ser maravilloso o monstruoso, pero siempre complejo, siempre asombrosa su capacidad de supervivencia y adaptación al medio. Siempre sorprendente. Y yo, a mis cincuenta y tantos años, doy gracias a Dios por haberme recordado que no hay que perder nunca la capacidad de sorpresa y el apasionante deseo de aprender.

La actividad más importante que un ser humano puede lograr es aprender para entender, porque entender es ser libre”. (Baruch Spinoza).

Días de radio.

@elvillano1970

 


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