Con el enésimo intento de negociación, que comenzó anoche en México, recordamos que desde esta columna hemos expresado nuestra opinión en el sentido de que no existe otra alternativa civilizada ni políticamente posible que no sea conversar, dialogar o negociar. También hemos adelantado opinión presagiando que las reuniones que se llevarán a cabo difícilmente vayan a ser fructíferas, más bien corren gran riesgo de convertirse en un nuevo desengaño y una perdedera de tiempo. Nuestro más ferviente deseo es estar equivocados.

Hay experiencias de diálogo que han resultado bien, entre ellas la que impulsaron México, Colombia, Venezuela y otros países a inicios de la década de los ochenta (1983) con el objeto de mediar en la búsqueda de una solución pacífica para las hostilidades internacionales y crisis nacionales que para la época aquejaban a América Central. Nuestro país tuvo un destacado desempeño, cuyo resultado fue la ampliación del equipo con el que se llamó Grupo de Apoyo (más tarde devenido en Grupo de Río, que consiguió importantes éxitos diplomáticos en la región). El resultado fueron los Acuerdos de Paz de Esquipulas I y II (1986 y 1987) que consiguieron pacificar hasta el día de hoy la explosiva situación que reinaba en la región. Tenemos a honra haber colaborado con ese esfuerzo en el que todos debieron ceder algo y algunos tragar grueso para conseguir el objetivo.

Otro ejemplo reciente –pero menos exitoso– es el de 2016, cuando las Conversaciones de Paz de La Habana entre el gobierno colombiano y las FARC, que le valieron el Premio Nobel al presidente Santos. No transcurrió un par de años antes de que los rebeldes, perdonados y restituidos a la vida política, volvieran a retomar las armas en medio de diversas “disidencias”, entre las cuales alguna se afirma pueda estar alimentada por la “revolución bolivariana”.

Otra experiencia de diálogo es la ensayada por el presidente Obama viajando a La Habana en diciembre de 2013 para culminar un acuerdo con Raúl Castro, sellado con histórico apretón de manos que solo sirvió para darle aire a la dictadura comunista que jamás tuvo intención de cumplir ninguna de sus promesas a cambio del levantamiento de las sanciones que la ahogaban.

Sin ir demasiado atrás en el tiempo, en estos mismos días estamos presenciando cómo las negociaciones laboriosamente gestionadas con Afganistán por el presidente Trump, en febrero de 2020, ante los rebeldes Talibán convinieron en el retiro total de las tropas estadounidenses después de casi veinte años de guerra a cambio de paz, tan solo para que una vez completado el mismo hace apenas semanas ya los talibanes han levantado las armas y están a punto de imponerse en todo el país con prácticas que desafían los más elementales principios de convivencia.

Igual pasó en Irak cuando la última invasión norteamericana ocurrida en 2003 ante la posibilidad (nunca comprobada) de que ese país estuviese fabricando armas químicas. El público norteamericano se cansó de pagar una guerra que percibían como inútil y ajena, el dictador Saddam Hussein fue ahorcado, siguieron gobiernos que prometían instalar un sistema democrático y a la vuelta de pocos años, casi sin tropas norteamericanas en su territorio, no dejan de enfrascarse en luchas intestinas y corrupción que nada tienen que ver con lo convenido como condición para el retiro de los invasores.

Lo que queremos expresar como resumen de estas líneas es la dificultad e incertidumbre que suelen acompañar a estos esfuerzos. Más aún cuando uno de los bandos (sea de derecha o de izquierda) no participa de buena fe y tiene como norte la instalación de su propio proyecto político, para lo cual dispone de mucha paciencia, recursos y la flexibilidad de poder mentir y engañar a voluntad.

De paso, sea válida la oportunidad para reflexionar acerca de nuestra inveterada y existencial insistencia política en exportar “urbi et orbi” los ideales constitucionales de Thomas Jefferson, Madison, Hamilton y demás “padres fundadores” de la vibrante democracia norteamericana, expresados en los beneficios del progreso democrático, liberal y material. Es totalmente evidente que hay latitudes donde esos valores no forman parte del tejido social ni histórico de sociedades cuyo origen y evolución no guardan relación con los ideales judeo-cristiano-occidentales que entendemos como parte consustancial con nuestra –parcial- interpretación de la convivencia política.

Habrán negociaciones, “amanecerá y veremos”, como dice la frase popular. Por definición y por necesidad ansiamos que el esfuerzo que se inició en México sea fructífero. Muchas son las razones para desear que así sea, pero también muchas son las que conspiran para descarrilarlo.

@apsalgueiro1

 


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