“El conflicto trágico no es un conflicto entre el Deber y la Pasión, o entre dos deberes. El actor trágico no tiene conciencia de haber actuado como criminal; castigado, tendrá la impresión de sufrir su “destino” absolutamente injustificable, pero que admite sin rebelarse, sin tratar de comprender”.

 Alexandre Kojeve

 

“How do you sleep?”

John Lennon

La urbanización Las Mercedes de Caracas es uno de los lugares más exquisitos y sofisticados de la ciudad capital venezolana. Como “El pequeño Manhattan caraqueño” la ha descrito una reciente reseña de BBC News Mundo. Construida durante la década de los años cincuenta, fue una de las primeras urbanizaciones ubicadas en el sureste de la ciudad. Fue concebida como un sector residencial exclusivo que albergaba a los selectos miembros del cuerpo diplomático y a la alta gerencia de las empresas petroleras que, por entonces, producían y comercializaban el petróleo en Venezuela. Sus calles combinan el nombre de grandes capitales mundiales con lugares emblemáticos del territorio nacional: Calle París con Mucuchíes, Calle Orinoco con New York, Calle Londres con La Trinidad. Con los años, y especialmente después de la nacionalización de la industria petrolera en la década de los setenta, durante el primer mandato del presidente Carlos Andrés Pérez, Las Mercedes se fue transformando progresivamente en un gran centro comercial, y la tranquila y bucólica zona residencial de los altos funcionarios se convirtió en el bullicioso recinto de elevados edificios, de la más diversa gastronomía, de toda clase de tiendas de vestir de renombre internacional, de galerías de arte, discotecas, casinos, cines, librerías, etc. En fin, una suerte de pequeña cosmópolis acorde al signo de los tiempos. Hasta que, de pronto, llegó la “guerra económica” que destrozó por completo la economía del país. Una guerra que —como declarara la “vanguardia revolucionaria” mandante— hizo de las guerras de independencia y federación un juego de niños. En realidad, lo que se puso al descubierto, más allá del cursi y cursiento drama creado por el lumpen en el poder, fue el enorme daño que el populismo, devenido gansterilidad, le había causado al espíritu del pueblo venezolano.

Pero, como todos saben —¡de muy “buena fuente”!—, poco tiempo después —¡oh, maravilla!— “Venezuela se arregló”, y, con ella, la urbanización Las Mercedes pronto se transformó en el epicentro de la sorprendente, casi milagrosa, recuperación conducida, en muy buena medida, por uno de sus prohombres, a la cabeza de la industria petrolera nacional —y, claro, por el egregio grupo de sus insignes  colaboradores—. Se trata nada menos que del terror de La Liria merideña, el señor Tareck el Aissami, quien con el mismo ímpetu que fue convertido en el héroe revolucionario de ayer, se convirtió en el abominable corrupto y traidor de hoy. Y pensar que, en algún momento, cupo la posibilidad de sustituir hasta los ya vetustos y poco revolucionarios nombres de las calles de Las Mercedes: Calle Capone con El Furrial o Calle Dillinger con Sabaneta, por ejemplo. Y es aquí donde comienza esta extraña —y, a simple vista, casi incomprensible— dialéctica del torturador y del torturado, o lo que es igual, las antinomias, para nada irresolubles, de los próximos destinatarios de la Corte Penal Internacional.

Alexandre Kojeve tuvo entre sus valiosas contribuciones hermenéuticas la de promover, entre los círculos académicos, la concepción del movimiento de “independencia y sujeción de la autoconciencia, o señorío y servidumbre”, expuesto por Hegel en su Fenomenología del Espíritu, bajo el didascálico título de la dialéctica del amo y del esclavo. Una sinopsis aproximativa acerca de la indescriptible complejidad y riqueza conceptual del argumento esgrimido por Hegel —denunciando la fragilidades ocultas tras la aparente rigidez del entendimiento abstracto— es expuesta por Kojeve del siguiente modo: “el dominio —del amo sobre el esclavo— es un callejón sin salida existencial”, porque “la verdad del amo es el esclavo”: “el ideal humano, nacido en el amo, no puede realizarse y revelarse, devenir verdad, sino en y por la esclavitud”. Un esclavo se transforma en amo experimentando el terror y la angustia de la nada, de su propia nada. Su nulidad y subordinación ante el amo termina haciendo que el amo dependa absolutamente de él. Hasta que llega el momento en el cual los roles se invierten, al punto de que el amo se ve en la obligación de reconocerlo. Axel Honneth ha dado cuenta detallada de esta “lucha a muerte”, que configura el entramado de la historia de la humanidad. “Then you will find your servant is your master”, como dice la estrofa de la canción de Police, “Wrapped around your fingers”.

Ya es un hecho irrefutable para los organismos de justicia internacional que el gansterato encarcela, tortura y asesina a discreción, a fin de defender sus negocios y mantener sin mayores fisuras el omnímodo poder que sustenta. Hay conciencias desventuradas que, presos por el dogma y envueltos por la desesperación, en un determinado momento toman la decisión de hacer justicia con sus propias manos, generando zozobra entre la ciudadanía. Después de haber experimentado los horrores cometidos contra el padre capturado, encarcelado, torturado y cruelmente asesinado, el hijo, quien ciertamente ha sido víctima de toda esa cruenta y traumática experiencia, dedica su vida entera a prepararse para la vendetta, al punto de asumir —una vez llegado el momento adecuado y fríamente calculado— nada menos que la posición de torturador, es decir, el mismo oficio que ocupaban los victimarios de su padre. De un padre torturado hasta ser vilmente asesinado a un hijo siniestro, torturador y asesino, no solo de sus adversarios sino incluso de sus propios conmilitones, en el mejor estilo de la Mafia, que ha sido siempre el gran modelo hiperuránico de toda tiranía. Los espejos son, al decir de Borges, abominables. Dime de cuántos ríos están hechas tus lágrimas. A fin de cuentas, son cosas del movimiento característico de la dialéctica.


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