No hay libro tan enteramente malo,

que no tenga algo bueno”. Plinio,

citado por Gregorio Marañón

El Día Internacional del Libro es una conmemoración celebrada cada 23 de abril a nivel mundial con el objetivo de fomentar la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor. Desde 1988, es una celebración internacional promovida por la Unesco.

Recuerdo y echo de menos con nostalgia, desde luego, las jornadas o festivales de lectura que se llevaban a cabo en Chacao, Caracas, en la plaza Francia o Altamira para dicha y disfrute de la ciudad y sus gentes que necesitan, ante tanto desasosiego, de espacios y de eventos de tal naturaleza.

Cuando fue homenajeado el escritor venezolano José Balza, quien desde luego acumula méritos suficientes para que así fuera, decidí escribir esta nota, suerte de cúmulo de aristas sobre el libro, fundamentalmente, y el hecho de leer.

Recordamos entonces la afición del homenajeado por la lectura desde su temprana edad, al punto que él nunca veía (nunca vio) a nadie leer, a pesar de que se reunían a eso, pero él lo que hacía era cabalmente leer, de modo que no tenía chance de ver a otros hacerlo.

Rodolfo Izaguirre refiere en una entrevista, que al preguntársele a Salvador Garmendia por el libro más importante que había leído en su vida, el célebre barbudo larense respondió: “El libro Mantilla, porque en él aprendí a leer”.  Yo, por mi parte, aprendí a leer –cuenta mi madre– con un periódico (El Nacional) y precisamente con la palabra “Maracaibo”. A ella le agradezco –lo que no hice entonces– haber puesto en mis manos Cien años de soledad cuando apenas contaba con once años, y la colección completa de poemarios del gran Andrés Eloy Blanco. No entendí nada. Ahora sí. Años después y durante mucho tiempo se lo agradecí, pero nunca fue suficiente.

A Tomás de Aquino se le atribuye la frase «Temo al hombre de un solo libro» (Timeo hominem unius libri), a él, quien conocía muy bien los radicalismos de la Edad Media y las mentes estrechas de los difamadores. Oportuna frase para referirnos, mutatis mutandis, a la secta de enfurecidos fanáticos que aprendieron una sola consigna, se cristalizan en un solo eslogan y no se afanarán en comprender y discutir lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema.

En el famoso poema de Andrés Eloy Blanco, vemos cómo el niño pobre renuncia al juguete caro y el ciego ante el libro abierto.

Luis Beltrán Prieto Figueroa, el maestro, se asombraba de que los jóvenes no leyeran –escribió entonces– y le producía desconcierto ver a los adultos pasar con displicencia su mirada apenas, sobre el diario donde buscan la noticia sensacional o la lista de espectáculos.

Que lo dijera el maestro insular no es poca cosa, y aún en los días que corren debe recobrar mayor significación tamaño aserto. De allí que veamos con satisfacción la proliferación de editoriales, la consolidación de otras y el surgimiento de muchas independientes tratando de difundir el libro, con mayor razón “que los perfumes y los confites.”

Sólo nos aficionamos, sólo nos dejamos cautivar por las cosas gratas que conocemos y el libro pasa muchas veces como un desconocido o como una ingrata y fastidiosa mercancía.

Sé de un artista que cuando fue por vez primera a un serrallo, quizá a inaugurar su sexualidad, en el lugar no se consumó otra cosa más que no fuera la entrega de un libro y una flor a la doncella.

La gente ignora los maravillosos tesoros que los libros encierran, los alucinantes paisajes que por sus páginas despliegan sus feéricos matices capaces de conquistar a los buscadores de ocultas y lejanas maravillas.

Con relación a la propiedad intelectual, y en particular la referida al derecho de autor, es una tendencia de casi unánime aceptación universal que otorga la protección a las obras del ingenio por el mero acto de su creación, sin necesidad del cumplimiento de ninguna formalidad, de manera que el registro de la obra tiene un carácter exclusivamente declarativo y no constitutivo de derechos. No obstante, en nuestro ejercicio profesional aconsejamos a los autores proceder al registro correspondiente ante el órgano oficial correspondiente, en previsión de no verse afectados por el plagio o la llamada piratería, que, como tal no está contemplada expresamente como delito en nuestro ordenamiento jurídico venezolano; pero qué duda cabe, su existencia viciosa, perjudicial y evidente causa daño a los autores y a la economía en general. Como actividad “pirata” se conoce, entre otras, las siguientes conductas y prácticas:

  • La reproducción de los programas de computadoras que se venden, por cierto, a precios irrisorios;
  • La comercialización de discos compactos, MP3, obras audiovisuales (sea cual fuere el formato o soporte físico que contenga la obra),
  • La pretensión ilegítima de solicitar el registro como marca comercial, de una obra de ingenio protegida por el derecho de autor.
  • El comercio ilegítimo de copias no autorizadas de cualquier obra literaria, artística, científica, artículos de prensa, reportes noticiosos, entre otros,
  • La copia y comercio no autorizados de una patente de invención,
  • La utilización no autorizada de marcas (de productos o servicios) etc.

Estas prácticas constituyen delitos que deben ser perseguidos y castigados conforme a derecho. Cuando nos referimos a la actividad pirata no hacemos otra cosa que aludir al ejercicio engañoso, chapucero, dañino y a todas luces ilegal de cualquier profesión u oficio.  El artículo 120 de la Ley sobre el Derecho de Autor, en relación con el 41 del mismo texto legal, alude al delito de Reproducción Ilegal de Obras de Ingenio. De tal manera que, incurrir en cualquiera de las prácticas aquí señaladas equivale a ser pirata, es decir, a robar o enriquecerse parasitariamente en detrimento del esfuerzo intelectual de otra persona.

La propiedad intelectual es la que más significado y elevación espiritual tiene, ya que se refiere a las obras hechas sobre la base de la potencia del alma humana. Este rasgo tan hermoso no está exento del valor del acto del trabajo, por añadidura cualificado, que implica esfuerzos y aun sacrificios.  Una obra del intelecto es por tanto la más legítima fuente de orgullo para su autor. Y máxime cuando, si es científica, es de suma importancia para su patria y hasta para la humanidad toda. Cuando entran en conflicto dos o más derechos, corresponderá al Juez decidir conforme a la valoración axiológica que disponga realizar. Si bien tenemos el derecho a trabajar, no podemos ejercerlo violando el derecho de nuestros semejantes, como, por ejemplo, copiar obras de ingenio de terceros, comercializarlas y enriquecernos ilícitamente.

Todo trabajo dignifica y en especial si tiene las calificaciones de constituir una obra científica. También son de mucho valor espiritual las demás obras de ingenio, como las literarias y las artísticas. Los respectivos autores merecen todo el reconocimiento y que se les atribuya el mérito de su creación. Será ello motivo de gran complacencia y de inmenso valor moral para el autor. Por todo esto es que resulta tan sumamente grave el plagio.

También en las redes sociales se comete plagio haciendo uso de contenidos ajenos de todo tipo, presentándolos como propios: audios, videos, fotos y textos completos, entre otros. Por eso hemos sostenido en Twitter:  Si usted no cita al autor, no pone comillas ni tampoco advierte que está parafraseando, usted plagia, ergo, usted es un delincuente. Si usted no es capaz de parir una idea o un simple tuit, por favor, no se embarace con plagio. Y como dice mi apreciado amigo historiador: “Los tuits no son bienes mostrencos”.

No es fácil identificar a todos y en qué grado disfrutan ellos de los enormes recursos usurpados a los autores, a los artistas y a los comerciantes honestos; sin embargo, ha sido preocupación de los órganos de policía nacional e internacional el que muchos de ellos estén vinculados al crimen organizado y al tráfico de estupefacientes.

En todo caso, los beneficiados violan la Ley y no contribuyen en nada a la creatividad nacional, ni a la economía del país ni a la producción de bienes culturales. El pirata es un parásito social.

Volviendo al tema amable y sublime que encarna el libro, hoy viernes 22 de abril, como antesala al Día Internacional del Libro y de la Protección de la Propiedad Intelectual, por cordial invitación de la Embajada de España en Venezuela, estaremos en la plaza Francia leyendo fragmentos de El Quijote y de Doña Bárbara.

Dice Elías Calixto Pompa “Es puerta de la luz un libro abierto”, y tiene razón, eso creo. Alguien tiene que abrirla o inducir al futuro lector a que lo haga. Cuando desde el hogar y la primaria escuela se ha despertado la afición por los libros, el camino será menos complicado a la hora de seleccionar las lecturas del agrado. Se trata de la formación del espíritu y el fomento de la lectura.

Iremos a Altamira a abrir la puerta de entrada para un contacto más estrecho con la lectura.  El pretexto de un libro, la fiesta de una feria o el texto contenido en cúmulos de letras que nos dicen tanto.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!