El día de hoy, 23 de junio de 2022, se celebra en Venezuela el Día Nacional del Abogado, fecha que se fijase como tal feriado en 1972 en memoria del abogado Cristóbal Mendoza, primer presidente de Venezuela nacido el 23 de marzo de 1772.

También hoy, Día del Abogado, los que ostentamos ese grado universitario seguramente recibiremos llamadas y mensajes de felicitaciones de familiares y amigos, lo que seguramente nos llenará de júbilo,  y seguramente disfrutaremos compartiendo alegremente, pero sé que a mí, y tal vez a unos cuantos de nosotros, a diferencia de años anteriores, aunque pudiera haber antecedentes, esta conmemoración a pesar de su indudable importancia vendrá acompañada de muchas dudas y sinsabores.

Confieso que hasta finalizar la presente entrega no tenía claro qué título le pondría, me había paseado por algunos como «Retos de la abogacía en un Estado fallido: reflexiones del Día del Abogado en Venezuela.» o «El abogado cuando no existe Estado de Derecho. Una invitación a la confesión y contrición con ocasión al Día del Abogado en Venezuela», entre otros, pero no fue sino hasta el último momento que luego de reflexiones, confesiones y actos de contrición llegué al que definitivamente escogí, ya que en definitiva, hablar de Derecho y el ejercicio de la abogacía en Venezuela hoy y todo lo que se observa en la práctica forense tiene mucho de imaginación.

¿Cómo podemos estar celebrando el Día del Abogado de Venezuela cuando lo que una vez fue un próspero país es hoy un Estado fallido? ¿Cómo sentirse orgulloso de una profesión que ha sido utilizada en todo lo que va del siglo XXI como herramienta de abyección? ¿Cómo identificarse con una idea de Derecho absolutamente divorciada de todo contexto de juridicidad en el que la «ley» no es otra cosa que la expresión de órdenes despóticas y los procesos no son más que puras farsas ? Y así en ese mismo sentido puede confirmarse cómo se ha perdido hasta la más elemental noción de Derecho, de ley y de justicia, valores esenciales de toda sociedad civilizada y que han sido sustituidos por la trampa, el engaño, la coima, el contacto, el «guiso» y la abyección.

Como muestra de lo anterior baste mencionar el reciente informe publicado por la Comisión Internacional de Juristas[1] sobre las graves condiciones en las que los profesionales del Derecho ejercen la profesión, informe cuyo contenido no hace más que confirmar una realidad que todos padecemos y que muy pocos se han atrevido enérgicamente a señalar, lo que además pudiera dejar en evidencia otras más graves situaciones vinculadas al noble oficio del abogado, como lo es que se ha visto mancillado en su dignidad al verse forzado a su sumisión o complicidad con la injusticia y el despotismo.

Confieso abiertamente estar muy contrariado hoy 23 de junio de 2022 porque muy pronto, luego de que se publiquen estas líneas, estaré dirigiéndome al Ilustre Colegio de Abogados de Caracas, institución creada en 1788, para asistir al acto donde se me impondrá la condecoración correspondiente a la Orden «Miguel José Sanz» en su primera clase como reconocimiento por conducta profesional y esfuerzos en pro del enaltecimiento de la abogacía, contrariedad que se presenta en múltiples razones y que van desde algunas estrictamente personales, pues la considero inmerecida, hasta por razones relativas a la situación actual del Estado de Derecho en Venezuela, o lo que queda de él, ya que creo que nunca antes en nuestra historia habían estado tan envilecidas las más elementales instituciones jurídicas y democráticas, lo que es bastante decir, pues desde los inicios de la república hasta mediados del siglo XX y salvo por algunas décadas, la nuestra ha sido una historia de sucesivos despotismos que han utilizado la idea de Derecho como herramienta de poder.

Como he manifestado abiertamente desde que se me informara sobre la importante condecoración, ello me honra enormemente no solo porque proviene de tan importante institución prerrepublicana creada en 1788, sino porque es la Orden Miguel José Sanz, quien más que jurista, político y periodista, fue un libertario que dio la vida por el país al que ayudó formar.

Igualmente, dicha designación me generó sorpresa, puesto que jamás había pasado por mi mente alguna vez recibirla y menos que haya sido postulado para tal distinción que, como dije, la considero inmerecida, aunque igualmente manifiesto mi total agradecimiento a quienes me hayan postulado y la hayan acordado, lo que solo puede significar que a pesar de que mis últimos trabajos y contenidos críticos hayan podido resultar en ocasiones hasta incómodos e incomprendidos, los mismos están siendo escuchados, analizados y más importante aún, criticados, lo que constituye una razón más para continuar haciendo la tarea.

Adicionalmente, y como también he manifestado, esa condecoración resultó completamente una casualidad y obra del azar, pues en los últimos años y meses he sometido a muy profundo examen personal si en estos actuales tiempos en los que el país ocupa los últimos lugares en los índices sobre vigencia de Estado de Derecho, de libertades económicas, respeto por la propiedad, oportunidades para hacer negocios y percepción de la corrupción, somos los abogados más parte del problema que de la solución, tema por demás complejo por todas las aristas que posee.

Ciertamente, igual como ocurre en otros sectores, el gremio está pasando por uno de sus más oscuros momentos, pero es en estos cuando deben emerger y destacarse las virtudes y valores en que se inspiraron y dieron la vida ilustres personajes que asumieron y llevaron a cabo la fundación no solo del Ilustre Colegio de Abogados sino la de una nueva república en la primera parte del siglo XIX, lo que nos recuerda ─y siempre debemos tener presente─ que el Colegio de Abogados es prerrepublicano y que sus fundadores lo hicieron con el propio Estado venezolano.

En estos momentos en que se escriben estas líneas, y seguramente así será mientras me dirijo a las instalaciones de la Ilustre congregación gremial con el resto de los asistentes, autoridades gremiales, demás condecorados y todos los abogados venezolanos que hoy celebramos nuestra profesión, no dejo de pensar e imaginar qué dirían tan distinguidos personajes fundadores como Cristóbal Mendoza y Miguel José Sanz, incluso me imagino conversando con ambos en el vehículo, mientras nos trasladamos al evento íntimamente vinculado a ellos.

¿Qué les preguntaría y sobre qué conversaría con Cristóbal Mendoza y Miguel José Sanz, quienes desde el lugar especial reservado luego de sus vidas mortales habrían podido observar todo el devenir de la historia de nuestro país, ese en el que ellos participaron en su creación? ¿Qué les preguntarías tú, amigo lector?

Sin duda serían infinitos los temas que me gustaría tratar con esos importantes personajes patrios, ejercicio imaginario que regularmente me gusta hacer pensando en personas que ya no nos acompañan físicamente y que de alguna manera nos han afectado pero de los que podemos aprender mucho solo imaginándolos con nosotros.

Ya que trataría de enfocarme en la celebración del Día del Abogado, primero les preguntaría qué piensan de la actual situación del país en cuanto a la pauperización de la idea de Derecho y como recientemente con la destrucción del poder legislativo no solo por el desconocimiento de lo que es verdaderamente la legislación y además haber sido tomado por asalto, también buscaría conversar cobre el daño que ha generado la perversión de la «legislación» excepcional mediante habilitantes y decretos de emergencia, solamente superada en impostura por la triste creación de textos con cosmetología normativa mediante el cual el Poder Judicial se sustituye en el Legislativo, o como con la proliferación de «entes rectores», los mismos mediante multiplicidad de actos con pretendido contenido normativos dictan órdenes a la ciudadanía sobre prácticamente cualquier asunto, situación que nos ha llevado a un nivel de oscurantismo normativo prácticamente de la edad media.

Seguramente me gustaría que en nuestro trayecto al Colegio de Abogados también conversáramos de cómo habiendo en funciones públicas excelentes profesionales, que al igual que muchos otros funcionarios que se esmeran en ser cada día mejores, apasionados por la profesión y deseosos de estar más preparados, ven frustradas sus aspiraciones profesionales cuando los puestos que deberían ocupar por méritos y carrera son asignados por simples relaciones y compromisos políticos e ideológicos. Esto se agrava al carecer estas «autoridades» designadas de las mínimas cualidades, preparación y conocimientos, lo que a la postre incide en la noción y aplicación del Derecho como actuación autoritaria sin justificación alguna, convirtiéndose en solo argumentos de autoridad que en modo alguno se justifican a sí mismos. Esta situación no es extraño observarla en cualquier institución o función pública, sea algún tribunal, de cualquier instancia, o departamento jurídico de cualquier despacho oficial o empresa del Estado, y qué decir de aquellas oficinas íntimamente relacionadas con la noción de seguridad jurídica como lo son los registros y notarías, donde perfectamente se refleja lo dicho. No sería muy exagerado afirmar que prácticamente todas las designaciones y permanencia en los cargos de registrador o notario obedecen a motivos políticos e ideológicos y en los que tampoco sería de extrañar que muchos de tales funcionarios carezcan del más elemental conocimiento sobre aspectos básicos de Derecho; mientras que por otro lado existen funcionarios muy preparados con larga trayectoria profesional que se han destacado en el foro diario de las funciones que ejercen, pero que ven limitadas sus aspiraciones al no doblegarse ni prostituirse.

Como si lo anterior no fuera lo suficientemente grave, hay que añadir el tema de la remuneración general de los funcionarios, que siendo tan exigua resulta materialmente imposible vivir con esa sola fuente de ingreso, lo que sin duda más que una invitación a incurrir en hechos de corrupción en todos los niveles, en ocasiones son forzados a ello, lo que de alguna manera viene a dibujar el estado de cleptocracia en el que ha devenido la sociedad venezolana.

Trataría también con mis interesantes imaginarios contertulios y compañeros de trayecto un tema que es de gran preocupación para mí, como es la formación no solo de los jóvenes que desean graduarse y ejercer como abogados, sino la preparación permanente de los ya profesionales, siendo en ocasiones necesario abandonar la muy peligrosa aproximación al estudio del Derecho como dogma en el que se reduce su aprendizaje a la memorización mecánica e irreflexiva de fórmulas y rituales, algo más bien propio de las más oscuras épocas de la humanidad, creándose una idea de Derecho, más bien una creencia, supersticiosa y mística que es utilizado como herramienta para limitar y restringir la libertad y el progreso y no como instrumento para la mejor organización del ejercicio de nuestras libertades.

Continuando en mi imaginario trayecto al Ilustre Colegio de Abogados con mis imaginarios acompañantes, pero quienes ciertamente existieron y contribuyeron con su obra y vida a la creación de lo que una vez fue y puede volver a ser un gran país, como quien se encuentra en un sueño lucido y desea aprovechar al máximo la experiencia de ser consciente de que pronto hemos de despertar, no dejaría de preguntarles cuál sería la mejor manera para celebrar el Día del Abogado conmemorando y reconociendo su importante labor sin aceptar las actuales imposturas, para luego concluir pidiendo sus consejos para los jóvenes interesados en estudiar la carrera de Derecho, los actuales estudiantes, así como los ya abogados, especialmente ante el panorama sombrío que nos cubre.

Habiendo estacionado el vehículo y durante la corta y breve caminata hacia la sede del Colegio de Abogados y en dirección a su sobrio auditorio, mis imaginarios acompañantes y yo conversamos insistentemente de la importancia para todo ciudadano en mantenerse en constante estudio y preparación, lo cual para el profesional del Derecho ha de ser un mandato mucho más exigente. Recordemos que de su labor en la comunidad no solo dependen consecuencias para quienes les confíen la atención de sus asuntos, sino también para toda la sociedad, pues si en la concepción en la idea del Derecho, en su práctica y ejercicio diario, la simple aplicación de normas pasa a ser un fin en sí mismo y se distancia de su propósito de ser instrumento de libertad, de progreso, de límites al poder, será cuestión de muy breve tiempo en el que los formalismos, la creación, aplicación e interpretación del ordenamiento jurídico no resultarán más que un catálogo de requisitos y restricciones de las más elementales libertades individuales, nada más que un dogma ciego e irracional, con el riesgo de quedar a merced de malhechores atentos por tomar esa idea de Derecho para instaurar sus regímenes del terror, como así nos lo ha demostrado la historia.

Sea que el profesional del Derecho se dedique a la asesoría, a la atención de causas en procesos judiciales o administrativos, sea en el sector público como funcionario o en el sector privado como miembro de una firma de abogados, en el departamento jurídico de cualquier empresa, se dedique al ejercicio privado individual o a la docencia, más que recomendable, es una obligación que se prepare e instruya permanentemente, incluso en áreas y materias que no sean eminentemente jurídicas, pero que nos proporcione nuevas habilidades que potenciarán nuestro desempeño, más aún en estos momentos de transformación digital, concepto que en ocasiones es difícil de comprender porque solemos identificar con el uso de herramientas tecnológicas para seguir haciendo lo mismo.

El profesional no del mañana, sino de hoy, debe saber utilizar las tecnologías y entender que la transformación digital es un cambio de paradigmas, saber y estudiar interpretación y argumentación, y para ello acercarse a la lógica y la matemática y alejarse de sofismas y leguleyerismo, adentrarse a nociones de pensamiento sistémico para superar la del pensamiento lineal, el reduccionismo y el simplismo, adentrarse al pensamiento filosófico y de la libertad, conocer de historia, geopolítica y hasta de neurociencia, que aunque parezca ajeno al Derecho cada vez se relaciona más, ser entusiasta del aprendizaje de idiomas y culturas extranjeras, aprender desde letras y hasta programación, de lo contrario se está condenando y a todos con los que comparte a formar parte y permanecer en sociedades primitivas, tribales y barbáricas, aquellas en las que los “guisos”, el contacto y las mafias son la práctica generalizada, la de los procesos farsantes que son utilizados como instrumentos de extorsión, expolio y retaliación, en las que las partes, los justiciables, como dicen algunos, no son más que rehenes condenados a la esquilmación, en las que las notarías, registros y cualquier oficina pública son alcabalas de la libertad contractual y de empresa, y otras manifestaciones que no vale la pena seguir refiriendo ya que con esta muy breve lista es más que suficiente para que cada uno haga su propio recuento.

¿Y entonces? ¿Hay algo que conmemorar o celebrar? Porque al parecer no.

Ya llegando al asiento dispuesto en el recinto para dar inicio al acto conmemorativo, nuevamente mis imaginarios compañeros en nada dudan al afirmar que nunca hemos de rendirnos ante la adversidad y la abyección, y que si bien en difíciles momentos como los que atravesamos se nos presentan situaciones complejas en la que debemos obrar de alguna forma ajena a nuestras convicciones y desearíamos que hubiera otra opción que sin duda elegiríamos, resultaría mucho más perjudicial arrojarnos al martirio, no quedándonos entonces otra forma de actuar, siempre que sea absolutamente necesario y únicamente de manera circunstancial y puntual para preservar el Derecho sin que signifique su sacrificio, pero muy importante, con total y expresa objeción de conciencia, advirtiéndose que no obstante ello deberán asumirse las responsabilidades que pudieran corresponder.

Un verdadero abogado, como la propia etimología indica, abogará siempre por la justicia, luchará por la libertad y condenará cualquier intento por restringirla por medios irracionales y no justificados; quien no obre así simplemente deja de ser un verdadero abogado sin importar sus títulos, credenciales y cargos que presuma tener y ejercer, incluso aunque pareciera saber a la perfección las materias que refiere dominar, lo cual seguramente hará mediante la pura repetición mecánica, enunciación en ráfaga de obras, autores y citas, meros ejercicios de verborrea y sofismo, cuando en realidad estos personajes no son otra cosa que viles impostores y que mal pueden ser llamados y tenidos como abogados, y al no ser tales, es que estamos hoy 23 de junio de 2022 honrando y felicitando a todos aquellos que efectiva y genuinamente sí lo son.

Procedí a sentarme y mis imaginarios compañeros, siempre invisibles para todos en el lugar se desvanecieron, el trance de imaginación culminó, pero lejos de completamente desaparecer, sus espíritus, sus reflexiones y sus consejos se esparcieron por todo el recinto del Ilustre Colegio de Abogados de Caracas, y por los Colegios de Abogados de todos los estados de Venezuela, por todas sus universidades, auditorios y salones, en los libros y guías de los estudiantes, por las bibliotecas y escritorios de los abogados, en los departamentos jurídicos de las empresas, en los juzgados, en los despachos de fiscales y procuradores, notarios y registradores, en todo lugar donde existan verdaderos abogados, para así celebrar por todo lo alto nuestro día.

Todo lo antes narrado no fue más que un encuentro imaginario, aunque tal vez haya referencia a algunos hechos que pudieran, eventualmente, ser reales, y ya que estamos transitando por esos estadios de la imaginación, no existe razón alguna para no imaginarnos un verdadero Estado de Derecho, una república libre y próspera, así como la que una vez imaginaron Miguel José Sanz y Cristóbal Mendoza. ¨Pero ellos no se quedaron allí y la crearon, y si ellos pudieron, no hay impedimento alguno para que nosotros podamos también.

¡Feliz día, abogados!

[1]https://www.icj.org/es/venezuela-los-abogados-no-pueden-ejercer-su-profesion-de-forma-libre-e-independiente/


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