Para un niñito “gringo” como lo fui yo hasta los 7 años, los “reyes magos” eran un borroso recuerdo de unas figuras bastante exóticas de teces contrastantes, encaramados en unos camellos muy grandes y llevados de la brida por tres individuos de igualmente bizarros atuendos, con turbante o fez, que sobresalían por su estatura y colorido, de entre los cientos de figuras que integraban el pesebre en la casa de mi abuela Coronil, allá en Caracas. La ternura exultante en el rostro del Niño-Rey compensaba la solemnidad de las grandes y graves imágenes españolas.

En la civilización de Bugs Bunny, el Pato Donald y Rico MacPato no era el pesebre lo imperante, sino un rubicundo “Santa Claus” de rojo uniforme y unos renos encantadores, las ramas de muérdago y los juguetes de plástico. Más aún me impresionó la tradición hispánica que reservaba hasta el 6 de enero los codiciados juguetes, pues eran los “reyes” quienes los traían y no el gordo y simpático señor Claus. Tampoco entendía bien cómo obsequiaban al Niño oro, incienso y mirra, mientras en un cántico afirmaban que los recipientes o taparitas que portaban estaban llenos de “aguardiente”.

Sea como fuere, pronto establecí la idea de recompensa por buen comportamiento y logré atisbar una escala de valores bastante coherente. En este siglo XXI nada de eso tiene tiene ningún sentido, todo lo apetecible está reservado a unas supuestas “burbujas” inasequibles e inasibles para quienes no estamos en ”el guiso”.

La escala de valores ha sido sustituida por el prontuario, cuyo peso dictamina la magnitud de la recompensa a la cual se es acreedor, los valores han sido sustituidos por haberes bien o mal habidos, es irrelevante. Los juguetes vienen rotos junto con los alimentos en la basura o quién sabe si mezclados con qué detritus indescriptible.

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Qué traerán, pues, Melchor, Gaspar y Baltasar este 6 de enero de 2024. En esa adivinanza caben todas las ilusiones, aun las de un pueblo traicionado y estafado por aquellos en los que creyó ver a sus redentores. Pesar y medir el dolor es un afán de poetas y soñadores, sofisticados aparatos, adminículos de avanzada tecnología no bastan para captar los infinitesimales latidos del hambre, la profundidad planetaria de una sima oceánica de un aún no descubierto planeta.

Estoy convencido de que el Todopoderoso tiene una debilidad y esa debilidad se llama Venezuela. No le bastó cubrirnos con todos los dones del suelo y el subsuelo, una escenografía de fábula, un pueblo bueno y aún capaz de confiar. Una clase dirigente que fue eximia aunque hoy viva su peor hora, tanto que aun en medio de esta oscurana percibimos el prístino llamado de María Corina Machado…

Con la ayuda de Dios, ¡adelante!


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