Aunque es un día impuesto por el comercio, siempre es bueno reflexionar sobre el valor de una madre en nuestras vidas. Vinimos al mundo a través de ella y empezamos a caminar en todo sentido, junto a ella. No estoy dejando a un lado al papá, pero sabemos que la madre es nuclear en la vida de un niño. El amor de una madre no se suple con nada; las caricias y cuidado tampoco. Por eso vale la pena reflexionar sobre su presencia en la vida de toda persona.

El padre Alejandro Moreno decía que las vidas en apariencia “perdidas”, las de los malandros, por ejemplo, podían cambiar de rumbo si en la infancia habían tenido la presencia de una mujer (madre, abuela, hermana, tía, madrina) que les hubiese dado amor. Dice, también, que en su experiencia de largos años había visto que los que carecían de este amor difícilmente cambiaban.

Esta opinión resulta interesante, pues en la vida, en los altibajos del camino, la memoria mira hacia atrás para buscar piso, fundamento, y este primer amor se encuentra entre las cosas más importantes para ayudar a salir adelante. Esto es así porque el amor da seguridad y ayuda a experimentar la confianza en uno mismo y en el otro. Quien no recibió amor difícilmente creerá en alguien que ama, empezando por él mismo, pues ¿cómo dar amor si no se le ha recibido?

Lo más importante que busca inconscientemente un niño al nacer es la mirada de la madre. Eso tiene más atractivo para él que un juguete, pues en la expresión de quien lo ama descubre lo más importante, lo que más llena, lo que da felicidad. Se entiende entonces que un malandro desee cambiar cuando lo cree posible gracias al recuerdo del amor que constató que existía. Con una persona que haya visto quererle confía de nuevo en el ser humano, en la vida, en que el amor existe.

Siempre se puede cambiar, pero se necesita de la experiencia del amor para hacerlo. Creo que eso es lo que celebramos hoy: el haber tenido una madre que nos quiera, que nos haya hecho sentir como personas valiosas, cuya existencia es importante, que nos diera seguridad e inspirara confianza. Eso es una madre para mí: un ser que, ante todo, quiere y al que le interesa hacer sentir al hijo valioso y seguro. El amor de una madre es íntimo y especial, pues después de la espera de 9 meses por ver ese rostro desconocido, nada puede interferir en ese amor que se desarrolla desde que el hijo es concebido y viene en camino. Uno no le ha visto la cara, no lo ha tocado, pero ya lo ama con locura porque es un hijo: el misterio del hijo.

Si el hijo se ha sentido amado, amará de vuelta y sentirá que tiene fuerzas para andar y vivir.

La madre es entonces esa ancla que ata el corazón a lo bueno, al amor, a la misericordia, a la compasión. Una madre es un tesoro y por eso celebramos el día en que recordamos su presencia y tomamos conciencia de lo que vale día a día, todos los días.


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