El 15 de septiembre se celebró el Día Internacional de la Democracia (ONU), materia pendiente en Venezuela. Hace unos días, Jorge Arreaza, uno de los usurpadores, ratificó por enésima vez el supuesto derecho a la autodeterminación de los venezolanos a darse el gobierno que a bien consideren. Esa hipotética libertad no se cumple por estos lares.

Maduro, con su recurrente hipocresía, al celebrar el Día de la Democracia habla de inclusión social cuando los venezolanos se van por su falta de respaldo a los más necesitados, de redistribución de la renta petrolera y se produce menos petróleo, y el que se extrae paga deudas viejas, queda poco para repartir. Dice garantizar la paz y la estabilidad nacional, parece que se refiere a la tranquilidad de las calles después de las 7:00 de la noche, hora en la que pocos son los que se atreven a pasearse por el riesgo de ser asaltados por los mismos encargados del orden público. La inestabilidad es lo que caracteriza a este gobierno, estamos esperando a que caiga por su propio peso.

En la Declaración Universal de Derechos Humanos se dicen cosas curiosas, como que toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos. La Asamblea Nacional, escogida por los venezolanos en 2010, fue desconocida por el abyecto Tribunal Supremo de Justicia entregado al gobierno. El Consejo Nacional Electoral anuló a los partidos políticos y a eventuales candidatos para que no puedan ser contrincantes legítimos, e impidió “el derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas”, desconoció que la voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público y tergiversó el sufragio universal, igual y secreto, y no garantizó la libertad del voto.

El gobierno se esconde detrás del principio de autodeterminación y perpetra lo que les viene en gana dentro del territorio de la República. La Carta de las Naciones Unidas considera que “las condiciones de estabilidad y bienestar necesarias para las relaciones pacíficas y amistosas entre las naciones, basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos” son consecuencia de “niveles de vida más elevados, trabajo permanente para todos, y condiciones de progreso y desarrollo económico y social” (artículo 55). En consecuencia, no hay principio de autodeterminación de los pueblos sin libertad y sin mejores circunstancias de vida de la población.

Libre determinación no significa independencia para trampear los comicios internos, desaguisados electorales y represión indiscriminada. Es decir, sin derechos humanos fundamentales no hay principio que valga.

Lo que está ocurriendo en Venezuela es una guerra de agresión del Estado venezolano que no representa la totalidad de la población. Más bien es una lucha contra el pueblo, mediante fuerzas irregulares y bandas armadas. El sistema político y económico que nos impone con violencia el socialismo del siglo XXI afecta la salud, la integridad personal, la educación. Sin embargo, existimos como nación oprimida, marginada, sojuzgada y relegada a las decisiones de otros. Lo peor, somos una colonia de esa potencia extranjera que se llama Cuba.

Aquí los que tenemos derecho a la autodeterminación somos nosotros, el pueblo subyugado, dotados por el creador de ciertos derechos inalienables y podemos alterar o abolir un gobierno que los destruye (Estados Unidos, 1776). Los venezolanos, según nuestra Constitución, conservamos el deber de resguardar y proteger la soberanía y la autodeterminación de la nación, no del Estado (artículo 130).

Ahora bien, necesitamos manifestarnos mediante un plebiscito o referéndum sobre si queremos continuar con este gobierno hambreador, esto sí sería una manifestación de soberanía popular. Por supuesto, no organizado por los cómplices del CNE.

La democracia es mucho más que votar, la voluntad popular y el Estado de Derecho son sus pilares. Asimismo, no se puede hablar de soberanía del pueblo si hay dificultades para expresarse, si las elecciones no son competitivas.

Hay que ver que Maduro sí ha tenido suerte. Llega a ser presidente sin merecerlo y gobierna sin virtudes. No obstante, si quisiera corregirse no lo dejarían sus colaboradores, el vil metal los tiene entrampados, en todo caso, la historia no los perdonará.

Como recuerda Boecio que dijo Eurípides: ¡Oh Gloria, Gloria! ¡a cuántos y cuántos que no tenían mérito alguno has prodigado vida de grandezas!

@rangelrachadell


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