En 1972, el realizador y productor estadounidense George Roy Hill estrenó su versión cinematográfica de una novela debida a la pluma de Kurt Vonnegut y difícil de clasificar: Matadero Cinco (Slaughterhouse-Five, or The Children’s Crusade, 1969). No pude releer el libro antes de perpetrar esta crónica; aunque alguna vez formó parte de mi modesta biblioteca, un amigo de lo ajeno me lo birló, supongo, o se extravió en alguna mudanza. Pero vi de nuevo la dignamente envejecida película del oscarizado cineasta gringo, en cuya filmografía figuran las cintas Butch Cassidy, El golpe y el Mundo según Garp. ¿Sátira? ¿Humor negro? ¿Ciencia ficción? ¿Antibelicismo? De todo esto hay en la novela y el filme.

En estas divagaciones encaja, sin traerla de los pelos, la percepción del tiempo de los invisibles habitantes de un planeta de extravagante nombre al cual es abducido el optometrista Billy Pilgrim, protagonista de esa historia sin ayer, hoy ni mañana; una historia donde pasado, presente y futuro transcurren simultáneamente, y uno puede verse a sí mismo nacer y morir infinidad de veces. «En Tralfamadore –así se llama el remoto mundo en cuestión–, cuando una persona muere, solo muere aparentemente. Continúa estando muy viva en el pasado». Esta singular noción de simultaneidad temporal parecieran compartirla quienes dedicaron la última semana al manguareo patriotero y siguen, sin parar mientes en la ridiculez de su fervor chauvinista, caminando en retroceso y de espaldas a la realidad, huyendo del aquí y del ahora, porque no pueden desfacer sus entuertos ni saben cómo plantar cara al porvenir.

Hoy, tal sucede a diario, se festejan o lamentan natalicios y decesos; se evocan, asimismo, proezas, tragedias, logros y chapuzas de toda índole; y, bajo regímenes como el imperante en Venezuela, acciones bélicas de variada monta, a fin de substanciar un pasado ficticio o adulterado, a escala de la estafa presente y el siempre latente temor al futuro. Buena parte de las fechas conmemorativas son por lo general ambiguas y comportan penas para algunos y alegrías para otros. Esta semana de oscuridad y negruras, además de enfilar, el 24 y 25 de julio, la cursi y pomposa retórica patriofascista al nacimiento de Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponce y Blanco –¡no tenía nombres ni apellidos el ilustre caraqueño!– y, en menor grado, al cabecilla del primer golpe de Estado perpetrado en el país, el general Santiago Mariño, el gorilato verde oliva enmascarado de rojo (in)civil, engolosinado con los 66 años del asalto al cuartel Moncada, acaecido el 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba, qué linda es Cuba pero Miami me gusta más, le hizo el fo a los aniversarios CXCVI y CDLII de la  Batalla Naval del Lago de Maracaibo y la fundación de Santiago de León de Caracas, 24 y 25 de julio respectiva y coincidentemente. A esta, por el furibundo antihispanismo principista del comandante sempiterno (leyenda negra mal estudiada y peor entendida), respecto al descubrimiento y la colonización; a aquella, por estar al mando de la escuadra patriota un colombiano, el almirante riohachero José Prudencio Padilla.

Mas la guinda del pastel tricolor es el cumpleaños 65 del más vivo de los muertos, Hugo Rafael Chávez Frías, a ser recordado hoy cual se tratase del domingo de resurrección. Y si, como afirmé párrafos atrás, los aniversarios están cargados de anfibológicas acepciones, este no es excepción. Habrá quien celebre por todo lo alto, con bombos, platillos, pompas o circunstancias el advenimiento del santón barinés –el usurpador y la panda de corruptos acomodados a su vera, por ejemplo–, pero no faltará, quizá sobrará, quien tenga el 28 de julio por jornada nefasta, pavosa o de mal agüero –y aún más con el “Alma llanera” de fondo musical–, pues, entre otros hechos de ingrata recordación acaecidos en data similar, rodaron las cabezas, ¿protochavistas?, de Maximilien Robespierre y Louis Antoine de Saint-Just.

Tal vez Omar Khayyam nos ayude exorcizar esos demonios. «El pasado es un cadáver que debes sepultar», aconsejaba el magnífico rapsoda del vino –«¡Todos los reinos de la tierra por un vaso de vino! ¡Toda la ciencia de los hombres por la suave fragancia del mosto fermentado! ¡Todas las canciones de amor por el grato murmullo del vino en nuestras copas!»–. Afortunadamente, otros alumbramientos acaecidos en data similar, como los de Marcel Duchamp y Karl Popper, contentan el espíritu y avivan el intelecto. Contemplar, e intentar visualizar en uno solo todos los planos, no importa si se trata de una reproducción, del Desnudo bajando una escalera N° 2, o pasearse por las páginas de La sociedad abierta y sus enemigos, y subrayar alguna frase del tipo «…solo la libertad puede hacer segura la seguridad», son buenas maneras de conjurar maleficios y sacudirse mabitas, aojos y encantamientos.

Entre celebraciones y conversaciones sin acuerdos a la vista, el tiempo pasa volando, como pasaba en Viasa, y la usurpación capitaliza tiempo y espacio, sembrando cizaña en el seno de la oposición a través de su quinta columna cibernética, e intenta, como es habitual, desembarazarse de responsabilidades en los cotidianos y prolongados apagones, endilgando culpas a Trump, acosando al ingeniero Winston Cabas por haber diagnosticado las recurrentes fallas en el sistema eléctrico nacional, debidas a impericia técnica y, principalmente, falta de mantenimiento rayana en el abandono, y jodiendo la paciencia ciudadana, ¡sácamelo!, con alusiones a inverosímiles «ataques electromagnéticos», sin explicar en qué consisten. Les gustó el término y, sin tener la menor idea de su significado, lo usan a guisa de comodín en su tramposo juego con cartas marcadas. Maxwell y Faraday han de revolverse en sus tumbas ante el inadecuado manejo de sus conceptos. Cualquier conocedor de la materia podría preguntarles al temerario psiquiatra del despacho de comunicación e información y al ignaro chofer sin licencia para conducir el país quién les llenó la cabeza de tanta basura, qué saben de las ecuaciones que relacionan el campo eléctrico, el campo magnético y sus respectivas fuentes materiales, y cómo llegaron a sus estrafalarias conclusiones.

Las opiniones de los venezolanos sobre Puerto Rico están sesgadas, si no por la malsana influencia cubana, acaso sí por prejuicios inherentes a su condición de «Estado libre asociado» al imperio. Tales pareceres evidencian un cierto y mal disimulado desdén hacia los boricuas, y un olímpico desprecio a quienes defienden su asimétrica sociedad con Estados Unidos y no se decantan por la independencia. Analfabetas bilingües o ignorantes en dos idiomas los llamaba un amigo, cuyo nombre omito por tratarse de una boutade juvenil; sería conveniente, sin embargo, mirarnos en el espejo de «la tierra del Edén,/ la que al cantar, el gran Gautier/ llamó la perla de los mares». Allí la gente dejó de lamentarse, renunció a morir con sus pesares y obligó al gobernador Ricardo Rosselló, amenazándole con un juicio, a renunciar a su cargo y abandonar La Fortaleza, ¡Ricky, te botamos, ciao, pescao’! Y nosotros comiendo mierda con el alienado tercermundismo desalineado y el desaforado Foro de São Paulo. No fue un alienígena procedente de Trafalamadore, munido de un imán y una batería AAA quien dejó al país en tinieblas, no; ante tanto desvarío, es menester mandar al binomio M & R muy largo ya saben adónde, y espetarle ¡electromagnéticas serán sus nalgas!

 

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