Hace 210 años gritamos ¡Independencia! y resolvimos adoptar el modo de vida democrático; en nuestra génesis se inscribe la genuina vocación republicana. Durante siglo y medio esta decisión fue desvirtuada por el militarismo autocrático caudillesco.

El general Juan Crisóstomo Falcón reafirmó mediante decreto en 1863, la república liberal democrática. Rómulo Betancourt es el principal responsable del triunfo de la democracia al concretar la plena ciudadanía política de la mujer, a los mayores de 18 años y a los analfabetas, mediante el voto universal y secreto.

La llamada guerra fría agrietó el piso de sustentación de la democracia y se produce el golpe de Estado que derribó el régimen democrático presidido por Rómulo Gallegos, el primer presidente electo por la soberanía popular.

Rebrota el militarismo autocrático, como una negra sombra cernida sobre nuestro pasado y porvenir republicano.

La jornada del 23 de enero de 1958 instauró de nuevo la democracia, que había sido sembrada y echado raíces en el cuerpo social. El despertar de la conciencia ciudadana obligó a los militares golpistas de entonces a aceptar el protagonismo civil en la conducción del nuevo proceso.

La gran estafa del siglo vino envuelta en el batiburrillo del socialismo del siglo XXI, un viejo rebrote del militarismo autocrático en manos de troperos sedientos de poder y corrupción; se asumen dueños de la nación y mancillan grotescamente el nombre sagrado del Libertador. La interrupción de la democracia instaurada en 1958, confirma que el conflicto entre el militarismo y la sociedad civil sigue en el fondo de nuestras luchas sociopolíticas.

El régimen comunista totalitario disolvió los sustentos de la vida social, demolió la república y continúa considerando a la sociedad civil su enemigo principal, de allí su empeño por inhabilitarla y aniquilarla.

Ha quedado históricamente establecido, contraviniendo a la fuerza retrógrada y caduca, que la democracia ha echado profundas raíces en Venezuela. Así lo demostraron contundentemente los denominados «Firmazo» y «Reafirmazo», con los cuatro millones y medio de ciudadanos que estamparon su nombre, su firma y su huella digital para manifestar, valiente y documentalmente, que estaban por la libertad y la democracia, y contra el mando militarista autocrático; arriesgándose a perder sus vidas, sus trabajos, su futuro. No existe otro caso semejante de fidelidad a un proyecto democrático. También, esplendente, emergió la soberanía popular en el histórico plebiscito del 16 de julio de 2017, la histórica consulta popular en la que votaron más de 7 millones de personas.

En 2015 se eligió una nueva Asamblea Nacional, con 14 millones de votos, lo que mostró el rechazo definitivo a un régimen que altera arteramente el orden constitucional. Inmediatamente la tromba autoritaria desactivó a la instancia democrática por antonomasia.

El ejercicio de la soberanía popular ha sido pervertido y anulado por el régimen, este aserto ha sido más que comprobado. Pudiera considerarse como una conspiración contra la determinación de alcanzar la democracia la actitud de algunos sectores dispuestos a hacer de comparsa en una eventual farsa electoral.

La historia no registra un caso de reinstauración de la democracia por la vía electoral propiciada por quienes se decidieron a negarla. ¡Hasta cuándo!

Acusamos un grave deterioro del tejido ético-social, consecuencia de la deliberada demolición de la república. Pero irrumpen las voces inconformes de la ciudadanía democrática mayoritaria.

¡Liberen a Maury. No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!

 


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