Si hay algo que desgasta a una nación es el estado permanente de conflicto. Los países en situación de guerra retroceden a pasos acelerados. La historia está llena de ejemplos de cómo la evolución económica y social se detiene. Se inician procesos de deterioro y de estancamiento que pueden costar años para recuperarse. Si a lo largo de los siglos se pasa revista a cuáles fueron las causas de errores políticos que produjeron los conflictos internos, entre naciones, regiones y hasta globales, siempre encontraremos déficits de tolerancia, exceso de fanatismo, abundancia de autocracia y, por supuesto, falta de democracia.

La humanidad en su recorrido puede dejar las huellas antropológicas de su propia destrucción. Hay secuencias y parámetros que demuestran fácilmente cómo se repiten escenarios y conductas que dan pie a errores que, sin proponérselo, son la razón de la generación de guerras civiles, destrucción de economías prósperas y la muerte. Cuántas guerras se pudieron evitar con un poco de sindéresis, de respeto por el otro. Cuántas negociaciones hicieron falta para solucionar crisis y para evitar el peor de los escenarios. Creamos la Organización de las Naciones Unidas para hacer un mundo más seguro y en paz. Sin embargo, no ha sido suficiente, las naciones, grupos de poder e inútiles ideologías siguen dejando traza para hacer del planeta un mundo cada vez máscomplejo.

Pensemos en cuántas guerras aún existen en el planeta, en las dictaduras que aún sobreviven, en el debilitamiento de la democracia, que aunque parezca mentira pierde fuerza como garante de estabilidad en pleno siglo XXI. El planeta se muere y aún hay quienes piensan que las economías no deben cambiar su patrón de producción y consumo. Hay países que convierten a sus habitantes en mendigos y aún dudan del fracaso de sus propuestas ideológicas. Hay naciones que creen que pueden abstraerse de sus obligaciones internacionales bajo el escudo de la soberanía, cuando estamos más que convencidos de que esos principios dejaron de tener sentido en esta etapa de la globalización y la responsabilidad compartida. Mientras escribimos estas líneas el fuego arrasa gran parte de la Amazonía. ¿Quién se afecta?, ¿Brasil solamente o todo un continente? ¿Quién les pone límites a esas especies desesperadas y en extinción por el calentamiento global?¿Son responsabilidad de unos o de todos? Un huracán en el Caribe es otra señal de la fuerza y destrucción de la naturaleza, hoy es Bahamas y la costa este de Estados Unidos, un fenómeno natural que no mide fronteras, capacidad de reacción o riquezas del afectado. También necesitan de la solidaridad y el apoyo global.

Un mundo tan complejo como el que vivimos requiere de sindéresis. Hay que replantearse nuevas políticas ante nuevos retos. Las naciones no deben seguir secuestradas ante los mismos errores del pasado. Existen en el mundo suficientes ejemplos de buenas prácticas políticas que dan resultados que evitan el sufrimiento de los pueblos, las guerras y la destrucción del planeta. Es tiempo de un manual de lo inaceptable, que ponga en evidencia la improvisación y la decadencia. Que evite que las naciones caigan una y otra vez en las mismas prácticas erróneas que les roban el sueño a las mayorías. El liderazgo mundial tiene que evaluarse y aceptar que se requieren mecanismos que vigilen la barbarie, la corrupción, las prácticas que generan pobreza y exclusión. Los mecanismos de alertas tempranas tienen que formar parte de las responsabilidades de los organismos globales. Los hombres y mujeres de este planeta tienen derecho a seguir soñando con un mundo mejor, con democracia, libertad que proteja a los más necesitados pero también al planeta.


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