Hoy parece estar muy claro que el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, finalmente será sustituido por otro militar; pero, por lo menos al momento de escribir estas líneas, aún no se sabe quién será el que asuma ese papel. Dos candidatos, pertenecientes a distintos sectores que se disputan el poder dentro del chavismo, parecen ser los favoritos. Es posible que para muchos venezolanos sea indiferente que el elegido sea uno u otro; pero, además del de los dos candidatos más fuertes, por la mente atormentada de Nicolás Maduro, incapaz de saber en quién confiar, deben desfilar muchos otros nombres. Después de todo, Julio César nunca imaginó que sería asesinado por Bruto.

En ese laberinto de conspiraciones de todo tipo en que se ha convertido el chavismo, deben ser momentos muy amargos y difíciles para Maduro. ¿A quién encomendar los servicios de inteligencia y el manejo de toda la información sensible de Maduro y de su entorno, sin el temor a que se revele dónde oculta el dinero mal habido o quiénes son sus testaferros? ¿A quién confiar el Ministerio de Defensa, con la certeza de que las fuerzas armadas seguirán siendo su guardia pretoriana y no intentarán deponerlo? ¿Con quiénes se puede contar en la Guardia Nacional y en la aviación? ¿Cómo saber quiénes son los que están negociando con el gobierno de Estados Unidos, y a cambio de qué?

Aún está presente, en la memoria de los venezolanos, la historia de Cipriano Castro, gobernante de facto (¿o de jure?) depuesto nada menos que por su compadre, Juan Vicente Gómez. No hay razones para creer que los compadres de hoy son más confiables que los de ayer. Aunque la operación del 30 de abril haya fallado, ¿hay, entre los muchos compadres de Maduro, alguno que no haya estado dispuesto a venderlo por treinta monedas? ¿Podemos afirmar que no hay dirigentes del PSUV negociando la salida de Maduro?

En países sin una sólida tradición civilista, la sustitución de un ministro de Defensa nunca ha sido fácil; después de todo, se trata de relevar de su cargo nada menos que a quien ha sido el hombre fuerte de las fuerzas armadas y que, de un día para otro, se convertirá en un don nadie. ¿Se puede prescindir de alguien con tanto poder? Además, es natural que esa persona pretenda seguir jugando algún rol en la política de su país, lo cual también es una amenaza para el presidente en ejercicio. Hugo Chávez no se sintió muy complacido con que su amigo (y compadre) Raúl Baduel, luego de dejar el Ministerio de Defensa, tuviera aspiraciones presidenciales; por lo tanto, con el pretexto que fuera, había que sacarlo del juego y meterlo preso. ¿Será ese, también, el destino que le espera a Padrino?

Poco antes del golpe de Estado en Chile, Salvador Allende había nombrado comandante en jefe del Ejército a Augusto Pinochet. En las tempranas horas de aquel fatídico 11 de septiembre de 1973, ya en medio de un golpe de Estado indetenible, Allende preguntó dónde estaba Augusto, ese general supuestamente constitucionalista, que sólo horas antes le había jurado lealtad. La respuesta es que, en ese momento, Pinochet estaba dirigiendo las operaciones para derrocar precisamente al presidente de la República que le había dado su confianza. Desde luego, las circunstancias históricas y políticas del Chile de entonces y las de la Venezuela de hoy son muy diferentes. En primer lugar, Maduro está muy lejos de tener la estatura moral e intelectual de un demócrata como Allende; pero no cabe duda que, en las filas del chavismo, sin menospreciar al propio Maduro, hay muchos clones de Pinochet, listos para arrebatarle el poder a quien nunca lo ganó en unas elecciones limpias y transparentes.

No por haber sido electo por los venezolanos, sino por ser quien, de facto, detenta el poder del Estado, es a Nicolás Maduro a quien le corresponde determinar qué generales le son leales, y hasta qué punto. Pero no hay espacio para equivocarse, porque, para Maduro, el inocente juego de deshojar la margarita se ha convertido en una ruleta rusa.


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