Maduro, Guaidó y Biden Estados Unidos Biden Venezuela / Florida
Foto: El Financiero

La invasión de Rusia a Ucrania no cesa de generar efectos no previstos en distintos ámbitos de las relaciones internacionales. Algunas firmas han advertido que el crecimiento económico en el 2022 se reducirá en 1%, con respecto a las estimaciones previas. Asimismo, es grande la preocupación por el potencial desabastecimiento de diversos productos agrícolas en numerosos países, dado que Ucrania y Rusia son dos de los grandes graneros del mundo. Y ya es conocida la situación que viven los consumidores de la Unión Europea y Estados Unidos ante el embargo petrolero y de gas que se aplicó al gran oso eslavo. Es en medio de este contexto que se produce la sorpresiva visita de los enviados diplomáticos de Biden a Venezuela.

De buenas a primeras, podría decirse que -como se dice en el argot popular- la oportunidad la pintaron calva. Por inusual que parezca, la confrontación militar euroasiática ha producido una coincidencia de intereses entre los dos consuetudinarios adversarios dentro continente americano en las últimas décadas. Estados Unidos necesita petróleo para suplir las importaciones que hacía de Rusia, y el régimen de Maduro necesita ingentes inversiones para resucitar la devastada industria petrolera (además de haber sufrido, aparentemente, pérdidas significativas en los bancos rusos después del congelamiento de activos impuestos por el gobierno de Biden, agudizando sus carencias financieras). Si bien es cierto que el número de barriles que importa Estados Unidos de Rusia es relativamente modesto (unos 700.000 barriles en 2021), sin embargo es evidente que el corte de la cuota rusa impacta los precios del petróleo en todo el orbe.

Como es sabido, los consumidores estadounidenses ya están sufriendo el aumento en el precio de la gasolina, y esto ocurre en medio de un año electoral, lo cual prende las alarmas para los demócratas. El hecho, por otra parte, de que Biden haya emprendido acercamientos también con Arabia Saudita -un antiguo aliado con el cual se enfriaron las relaciones desde el asesinato del periodista Jamal Khashoggi- e Irán -sempiterno rival en el Medio Oriente- indican que su viraje está basado en cálculos cuidadosos y en la proyección de que el conflicto se extenderá en el tiempo.

Sería llamarse a engaño, no obstante, creer que esta reunión entre los emisarios de Biden y Maduro fue producto solamente de una coyuntura creada por la guerra. La verdad es que son varios los factores de fondo, con connotaciones estratégicas -y que tienen que ver con la evolución de la política y la economía venezolana en los últimos años- que han llevado a la reunión de los primeros días de marzo. Maduro desde hace tiempo viene mandando señales al norte para buscar asociaciones en el área petrolera y minera y reactivar así la economía, devastada por las políticas estatistas y la caída en picada de las exportaciones de Pdvsa, golpeada esta última por la politización y brutal desprofesionalización generada por Chávez cuando expulsó a 20.000 empleados en 2002. Estos llamados -hechos a veces públicamente- se hicieron más insistentes, por sorprendente que parezca, desde que Trump apretó las tuercas con las sanciones de mayo de 2018, como respuesta a las elecciones presidenciales fraudulentas, y tienen su verdadero origen -con toda seguridad- en el hecho de haberse cerciorado en algún momento entre 2015 y 2016 de que ya no podría contar más con el apoyo financiero de China y de Rusia para levantar la economía; eso explica, en parte, el comienzo del proceso de apertura económica este último año, al flexibilizar el control de cambios y empezar a eliminar los controles de precio.

El otro factor que se conjuga y lleva a esta coincidencia de intereses y proyectos, que supondría, eventualmente, el cese de algunas de las sanciones más significativas es el desdibujamiento del interinato y del liderazgo opositor en general. En la medida en que este ha perdido capacidad de representación, así como la fuerza necesaria para obligar a Maduro a sentarse y hacer concesiones (por la incapacidad de consensuar acuerdos internos, de hacer movilizaciones masivas, etc.) era de lógica esperar que la fuerza y la capacidad de presionar al régimen iba a desplazarse aún más hacia nuestros aliados externos.

En este contexto tan singular, es natural que Biden sienta la tentación de desentenderse -virtualmente- del interinato, y explore la vía de la negociación directa con el régimen. Este es, ciertamente, el escenario ideal de Maduro, quien -con su proverbial cinismo- ha dicho más de una vez que quiere entenderse con los verdaderos jefes, “los que están afuera”, con lo cual lograría deshacerse del enojoso gobierno que le hace sombra desde 2019, adquiriendo de esa forma pleno reconocimiento internacional. No obstante -para su desdicha- será muy difícil que ese escenario se materialice, no solo porque él incurrió en mayo de 2018 en un pecado capital al reelegirse al margen de la Constitución, quedando sin ninguna legitimidad a los ojos del concierto democrático internacional, sino porque los aliados externos necesitan precisamente un elemento que mantenga en jaque permanente al régimen, para garantizar que se cumpla la buscada transición, y el interinato, mal que bien, sigue siendo la vía más eficaz y directa para manifestar esa disposición beligerante.

Es visible, en todo caso, que hay un tira y encoge entre ambas partes desde 2021, con mutuas concesiones que no terminan de satisfacer a cada una. Todo apunta a que el objetivo del régimen es llegar a un acuerdo de transición donde pueda abocarse a unas elecciones competitivas (al menos lo suficientemente competitivas para ser aceptadas por la oposición, negociaciones de por medio) con unos guarismos económicos y sociales mejores a los catastróficos actuales, que lo condenan a perder irremisiblemente. Y para eso necesita, obligadamente, una industria petrolera recuperada, lo cual solo será posible con la presencia de las grandes corporaciones. Con ese propósito fue que se sentaron y firmaron un Memorándum de entendimiento en julio del año pasado. La interrupción de las negociaciones aduciendo la detención de Alex Saab no fue -posiblemente- más que una excusa de oportunidad, siendo la verdadera causa el no ver cumplida su exigencia del levantamiento de las sanciones.

Está historia está a medio escribir y Biden tendrá que seguir deshojando la margarita de las urticantes sanciones, haciendo un complicado balance de los costos económicos y políticos-electorales. Tanto en el caso nuestro como en los de Irán y Arabia Saudita, quizás la guerra de Putin lo que ha hecho es abrir la oportunidad para que él relance y concrete objetivos de política exterior sobre los cuales viene trajinando desde que llegó al poder.

@fidelcanelon

 

 

 


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