La palabra globalización, en las últimas décadas, se impuso comunicacionalmente y hasta suscitó fuertes polémicas a favor o en contra. Existe, sin duda, una globalización financiera y de negocios, a nivel mundial e Internet, que ha permitido acelerar todos los procesos de conexión, comunicación e integración. La globalización va rápido, pero no es tan novedosa como se piensa. El comercio existe desde hace milenios y los caminos del comercio han sido y son los caminos de la civilización, pero también de los conflictos entre pueblos, naciones, Estados.

En el mundo griego se hablaba de la «ecumene» como el mundo conocido que, en aquellos tiempos, dejaba por fuera tierras, mares y océanos todavía ignorados o no-conocidos. Hay que esperar a 1492 con el «descubrimiento» del «orbe novo», poco después llamado América (1508), a 1528, con la circunnavegación de la Tierra, y en años sucesivos (siglos XVI y XVII), para poder hablar en propiedad de un espacio económico realmente global o economía-mundo.

Esta mundialización de la economía no ocurre en un espacio vacío ni ajeno a intereses de dominio y control. De allí la caracterización geopolítica e historiográfica de los siglos XVI/XVII/XVIII/XIX/XX como los siglos del colonialismo y del imperialismo: portugués, español, francés, holandés, inglés, ruso, norteamericano, etc. Lo que nos permite decir que, cuando se habla de globalización, se habla de un poder dominante, básicamente europeo sobre el resto del mundo.

En el siglo XX la globalización terminó siendo un conflicto entre Estados Unidos y la URSS por el predominio y, a partir de la implosión de la Unión Soviética (1989/1990), se asumió que Estados Unidos «gana» y la globalización se hace plenamente norteamericana, como la asume Fukuyama en su libro El fin de la historia.

Esta ilusión duró poco, en menos de 20 años el mundo comienza a reconfigurarse con la emergencia de China como potencia económica y competidor principal, y con la redefinición de los nuevos espacios geopolíticos con viejos y nuevos actores. Están las potencias económicas globales y regionales, están los poseedores de armas nucleares y están las diversas y cambiantes alianzas. Se está cancelando el viejo orden eurocéntrico por un Nuevo Orden Mundial que es un proceso de larga duración y casi seguro va a definir los principales conflictos en el siglo XXI. De allí la importancia de la claridad conceptual para entender lo que viene y va a seguir sucediendo en nuestro tiempo en curso.

Muchos no logran entenderlo, aferrados a los esquemas, teorías y paradigmas del pasado, en particular los que siguen dividiendo el mundo entre marxistas y antimarxistas y que, en el plano político-ideológico, todo lo reducen a la dialéctica agotada de izquierda y derecha.

La realidad es mucho más compleja y dinámica de lo que se piensa: mientras la historia avanza, la cultura, las teorías y cada uno de nosotros se va quedando atrás. Además, la tecnociencia no nos da respiro; ni hablar de la sobreabundancia comunicacional, de allí la confusión y el desconcierto general.

Pero, al mismo tiempo y de manera paradójica, las cosas no cambian tanto como a veces llegamos a creer. Por ejemplo, las grandes religiones siguen allí, a pesar de que cierto ateísmo científico y filosófico hablaba en siglos pasados que terminarían por desaparecer. Igual con las naciones y el nacionalismo, vuelve a plantearse la necesidad de que muchos problemas se intenten resolver a nivel local y nacional, a pesar de que se visualicen y planteen como problemas globales. Por ejemplo, en el caso de la pobreza en general y el hambre, su ámbito primario de solución sigue estando en cada nación y así otros muchos problemas y problemáticas.

En este sentido es que hablo de desglobalización, pero igualmente las dificultades crecientes de Estados Unidos en preservar su primacía, tanto por los desafíos externos como internos, quizás estos últimos más difíciles de manejar por el hecho que estamos frente a una sociedad fragmentada etno-culturalmente, fuertemente dividida en lo político y sometida a la tentación de aislarse y amurallarse, teniendo, como tiene, grandes compromisos, responsabilidades e intereses.

La globalización financiera y tecnológica continuará, y las vías de comercio e intercambio igual; de la misma manera, la cultura consumista y cosmopolita de las grandes urbes. Pero, en términos históricos, el progreso hay que entenderlo como un flujo y reflujo, como la marea, las olas.

No todos los pueblos, sociedades y culturas van al mismo ritmo de cambios, y, en cada sociedad, no todos los sectores y estratos participan de la misma mentalidad. No somos tan unidimensionales como nos pensó cierta teoría sociológica del siglo XX.


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