Titulo las presentes divagaciones con el nombre de una película de del agente 007 protagonizada por Sean Connery (From Russia With Love, Terence Young, 1963), con la pretensión de compensar la animadversión y malquerencia estimuladas en la narrativa concerniente a la putinesca agresión a Ucrania. Y, aunque de manera arbitraria, quien nominalmente corta el bacalao en este país devenido en feudo nicochavista nos involucró en el conflicto, convirtiendo a Venezuela en peón de un complicado ajedrez geopolítico, me había prometido no referirme, al menos durante un tiempo prudencial, a la guerra desatada en el este de Europa, gracias, ¡qué gracioso!, a la psicopatía de un megalómano sin escrúpulos en busca de la grandeza perdida de una nación disminuida por la incompetencia e ineficiente desempeño del modo de organización social, político y económica basado en el llamado marxismo-leninismo, invención conceptual del estalinismo como fundamento teórico de una pragmática tiranía —bastó con agregarle a esa ensalada rusa la vinagreta bolivariana con y una pizca de tumbao’ cubano y se tuvo lista la revolución chavista, plato único servido en la mesa nacional desde hace 22 años—. Hubiese querido mantenerme en mis trece y ser fiel a esa promesa, pero la convergencia, el pasado martes 15, de un editorial de El País y un artículo de Ibsen Martínez en la edición para las Américas del mismo diario, reprobando la penalización a artistas y deportistas por el hecho de ser rusos, sin separar el grano de la paja, llegando al extremo de censurar o prohibir eventos relacionados con Fiódor Dostoievski o Piotr Ilich Tchaikovski —grandes entre los grandes de la literatura y la música universales—, me compelió a cambiar de parecer.

En el editorial del periódico español, «Cancelar a Putin, no a Rusia», leemos: «La cultura de cancelación es en sí misma un deporte de riesgo, pero arruinar la vida profesional y artística de quienes no tienen vínculo alguno con Putin sería un grave error. El apoyo oficial a la traducción, una beca de prolongación de estudios fuera de Rusia o una ayuda económica para un proyecto artístico no deberían ser pruebas de cargo suficientes para cancelar a sus beneficiarios sin incurrir en rasgos xenófobos o dolorosamente simplistas. El exquisito cuidado en la aplicación de esas medidas, tanto en el ámbito cultural como el deportivo, tendrá que ser el criterio central para que el rechazo a la agresión de Putin contra Ucrania no condene a la indigencia a la cultura rusa fuera de Rusia». Y, en su Leyendo de pie —¿Putin o Shostakóvich?—, Ibsen se pregunta: «¿Acabarán, con el pretexto de un monstruo desalmado como Putin, desterrando del canon a Dmitri Shostakóvich y Anna Ajmátova?; y, remata: «La oscurantista frivolidad y la hipocresía biempensante de los “correctos” de Occidente pueden muy bien salirse con la suya si, al mismo tiempo que se combate a Putin, no le salimos de una vez al paso». Comparto y defiendo ambos puntos de vista y, citándolos, presumo justificada mi retractación.

No suena el cuatro como la balalaika y por eso, aun  cuando es reputado sandunguero y  bailarín, tal cual Kruschev, quien le echaba pichón a las danzas cosacas cuando el terrible y temible Koba se lo ordenaba, ¡muévete Nikita!, Nicolás, tan criollo él, no se presentó ayer, sábado 19 de marzo, en la población de Elorza donde le esperaban las brigadas Hugo Chávez para joropear, festejando a José, carpintero de Nazaret, a quien, asienta una edición extra canónica de Las celestiales (en glosa al pie de página a una copla aquí  pudorosamente silenciada), su mujer le habría puesto cuernos con el mismísimo Hacedor quien —lo narra según recuerdo Pär Lagerkvist en su novela Barrabás—, transfigurado en mansa paloma, la sedujo —cual el lujurioso Zeus, transfigurado en cisne o en toro, se raspó a Leda e hizo lo propio con Europa―. Ojalá el figurante salsero y presidente a juro hubiese acudido al sarao apureño y calzado las alpargatas de rigor a ver si aguantaba el joropo de la inquisición popular, a la cual procura engolosinar con 1 dólar diario, y vean ustedes, compañeros, compañeras y compañeres combatientes, cambatientas y combatontos cómo satisfacemos el gobierno revolucionario y yo, Nicolás I el Grande, las necesidades del pueblo bolivariano. Y los beneficiarios (¿?) de la caridad pública, asombrados o perplejos, pero sobre todo humillados, ofendidos y encolerizados seguramente clamaron: ¡¿Señor mío, hasta cuándo tanta mamazón?! Hasta que salgamos del usurpador. Y esto reclama una renovación del liderazgo, de los objetivos y de la estrategia de una oposición digna de tal apelativo y, consecuentemente, dejar de lado empresas, aventuras y ambiciones personales; empero, antes de abordar este asunto y entrar en la recta final de las desvaríos de hoy, entretendré a quienes se hayan tomado la molestia de tolerar esta descarga con reflexiones ha tiempo puestas en blanco y negro a objeto de subsanar carencias de información actualizada (varios días sin Internet), falta de imaginación y nula creatividad.

La sola idea de inventariar enigmas, secretos y misterios inherentes a la opacidad roja produce vértigo; sin embargo, tratar de desentrañarlos debe ser tarea obligada para quienes adversan a un régimen merecedor del adjetivo «oprobioso», si se quiere propiciar un cambio sin tropezar de nuevo con la piedra del monólogo disfrazado de diálogo, ahora al borde de «ronda intensiva», malgre los buenos oficios de la administración Biden y de la insistencia de la Unión Europea. Si comenzamos por el principio, las respuestas a los porqués de la «irresistible ascensión» del  redentor de Sabaneta y la investidura de un sucesor decidida en La Habana son obvias —elementales, querido Watson, diría pero no dijo Sherlock—, y apuntan a la prolongada preterición de los sectores menos favorecidos de la sociedad, por parte de una élite que hablaba de «perfectibilidad de la democracia» sin hacer nada al respecto; no vale la pena ahondar en la cuestión y, tampoco, empero, insistir en la reláfica de los yerros y desatinos de la resistencia perpetrados en este casi cuarto de siglo de hegemonía chavomadurista, pues, tal diría un director de debates harto de escuchar bolserías, el tema ha sido suficientemente discutido. Hurgar en el pasado es hacerle el juego a quienes se refugian en el ayer, olvidan el hoy y niegan el mañana. De allí la pertinencia de definir qué hacer, aquí y ahora. Y, sin querer queriendo, volvemos a Rusia y a un texto mío (sin entrecomillar) pergeñado hace algo más de dos años.

¿Qué hacer? denominó Lenin uno de sus más conocidos análisis políticos —tomando para sí, nos informa el Dr. Google, el nombre de una popular novela de Nicolài Chernishevski, de enorme influencia entre los intelectuales rusos de la época—. En él, sienta las bases organizativas del partido vanguardia de (SU) revolución y de la estrategia a seguir para movilizar y guiar a las masas hacia la consecución del poder. No abogamos por copiar el modelo leninista, sobre todo, porque se le tiene por causante de la división del Partido Obrero Social Demócrata Ruso. No necesitamos ni deseamos fragmentar aún más a las fuerzas democráticas, sino unificarlas. Ha pasado mucho tiempo y Venezuela no es Rusia ni se le parece, muy a pesar de Vladimir Padrino; juzgamos conveniente, eso sí, inspirarse en su ejemplo con un diáfano propósito: elaborar un programa de acción capaz de alentar y consolidar el consenso, y convencer a los venezolanos de que la pronta salida de Maduro es condición sine qua non para un cambio de rumbo y de paradigmas.

A objeto de dar contenido a nuestro ¿Qué hacer?, y a su consecuente ¿cómo proceder?, es ineludible precisar los motivos de la contención del ciudadano común e indagar por qué no se rebela contra la iniquidad de una ordinaria dictadura castrense que conculca sus derechos y lo sume en la miseria —¿miedo, resignación, indiferencia, falta de liderazgo?—; así, quizá, no nos tome por sorpresa el apocalíptico estallido social anunciado y ansiado a destiempo por los entusiastas del fast track. Prepararse para lo peor es probablemente la mejor manera de comenzar a pensar en qué hacer para que ello no suceda. Este propósito debería normar la conducta de una oposición hasta ahora incapaz de aclarar, con alegatos convincentes, las causas de su constante culipandeo, e investigar entre la población qué quiere esta para el país y para sí. No debemos continuar tocando de oído, dejando que se nos confisque el tiempo. Necesitamos concretar un ¿Qué hacer?, sin reincidir en meteduras de pata, como dialogar por mandato ajeno con quienes no bailotearon en Elorza el Día de San José.


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