“Navidades en noviembre”

La noche gotea derretida sobre la Caracas de 2023. Una Caracas muchísimo más avejentada que aquella que fue veintitrés años antes. Dos personas catalogadas por el dial de la FM como adultos contemporáneos representan a muchos quienes han padecido que su familia sea el polen de una flor que los ve irse de casa, del barrio, de la oficina, del arraigo propio de aquellos que comparten el ocurrir en un tiempo y espacio comunes.  Filomena tiene todo el día pensando en el cumpleaños compartido por Whatsapp con la muchachada que se abrió camino a troche y moche, con el machete filoso del hambre y la falta de esperanza; aquella que robaran los traficantes de almas partidas que gobiernan desde su opulencia y su desprecio por nosotros, los depauperados habitantes de un país antiguamente erigido como ejemplo de democracia, riqueza y gloria a la dimensión de la Latinoamérica de entonces; y suspira la mujer desde los riñones hasta botar el aire por la nariz y aplomarse al volver a aquietarse.

Abre la nevera con la esperanza de encontrar ahí dentro sorpresivos manjares que ella no ha metido y que de seguro Albito tampoco. Manjares que le transmitan placer a un paladar que ha sabido vivir de las sobras que el despojo y la importación de alimentos ya empacados en diversas latitudes le han permitido. Sobras de una calidad en ciertos casos comprobadamente dudosa, que han significado además, en términos concretos un dumping realizado por el mismo gobierno contra los productores nacionales, mismo que se tradujo en una práctica desleal y criminal que se impulsó desde la política cambiaria venezolana, a través del mantenimiento consecuente de un rezago en el desplazamiento del tipo de cambio, cuyo principal objetivo ha sido y sigue siendo favorecer las importaciones para conservar el esquema de comisiones o coimas que sostiene al sistema político actual. Esta práctica, encareció el pago de nóminas y servicios en moneda nacional, provocando la esclavitud salarial de toda la clase  trabajadora, que pagó a través del draconiano impuesto de la inflación, el costo del latrocinio chavista. En fin, la nevera, inocente caja blanca, contenedor de mantenimiento, muestra muda y fría la realidad agresora. No hay nada que comer. No vinieron los duendes a meter comida, no vino el fervor revolucionario, ni Maduro, ni Lina Ron, no vino el pajarito Hugo Rafael ni Willian Lara, mucho menos Alex Saab, El Aissami o los hermanos Rodríguez, no se infiltró como Santa Claus por la chimenea de los burlados Lenin, no portó por esa nevera nadie, nadie, absolutamente nadie.

La mujer voltea con mirada puntiaguda al gabinete (ella sabe que no hay nada, pero se persigna, ve el afiche de Chávez que le expropió el espacio al de la Virgen de la Coromoto, tiene la sensación de que allí hay algo, algo, no mucho, de seguro no un manjar, coño pero algo para mascar, para rumiar el aplastamiento de un país por parte de una clase de parásitos muy agresivos y mortales. El gabinete la mira avergonzado, triste, ha asumido el cajón de madera abombada la responsabilidad de un liderazgo canalla, de un desmadre colectivo, de un desenfreno aberrante, desatado por un hombre que hoy se viste de espectro terrible, y que ha visto con ojos indiferentes la necesidad y el abatimiento de un país al cual burló.

Abre finalmente el gabinete que canta “perdóname” de Camilo Sesto. Desnudo gabinete, inocente, solidario como los muebles del apartamento, quedo, apenado. Filomena se agobia de cielos quemados, de brazos caídos, de tristezas inmensas. La pobre mujer larga el tinte de la canosa cabellera, clava sus impotentes dedos entre esos cabellos alguna vez castaños y esponjosos, gustosos de la descapotada brisa de la abundancia y la juventud de un país adeco.

Navega una lagrimita pequeña y tierna como el rocío de la mañana, solitaria y huérfana como los venezolanos, pobre, temerosa y tímida como la palabra democracia en la plaza Bolívar. Recorre a la velocidad de los caracoles el trayecto que va del lagrimal hasta el accidente de las ojeras de Filomena. Luego un ruido, se abre la puerta. «Mi amor, ya llegué», rezonga Albito garuado por la noche y la resignación. Filomena se le abalanza como una adolescente que ve llegar al objeto de su amor para largarse lejos de la resignación y los futuros desaparecidos. De un zarpazo se apodera de la carga de Albito «mi amor, te amo». Albito traía un par de aguacates que compró al camión que se para en la avenida Solano, a 5 por 1 dólar y un par de canillas. Nunca sabremos qué pasó con los otros 3 aguacates, o si a Albito no le alcanzaron los reales sino para comprar sólo 2.

Nuestro héroe romántico, con un gesto más duro que el de Humphrey Bogart haciendo de Rick Blaine en Casablanca revisa las noticias: guerra otra vez en la franja de Gaza, un estúpido diplomático del gobierno venezolano afirma en la ONU que los derechos políticos en Venezuela están garantizados y que los “inhabilitados” pueden, y siempre han podido participar en elecciones. “Si no pueden ejercer el cargo político por inhabilitación extrajudicial es una violación de los derechos humanos; tanto de ellos, como de todos nosotros ¡pendejo!”. Filomena le coloca tiernamente la mano en el hombro, le entrega un plato donde sonríe un trozo de pan y medio aguacate. “Vamos a comer mi amor, deja eso”, a lo cual le respondió: “¿Viste que Maduro ahora también tiene la potestad de decretar la Navidad desde la fecha que le dé la gana?». “Vamos a comer, déjalo”.

Maduro, El Aissami que anda desaparecido, el resto de Maduro & Co, y por supuesto Bayly, no se pierdan la caricatura “Súper Mostacho” por lapatilla.com

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