Capítulo 2

“La venezolanada vinotinto”

Anderson Daronco daba el pitazo inicial del partido causante de que Albito tuviera apagado el teléfono celular, previniendo así que “la Jefa”, “la Directora”, lo interrumpiera con sus acostumbradas y agresivas llamadas nocturnas, para preguntar por documentos como el “Punto de Cuenta” para la solicitud al ministro de tres engrapadoras y dos resmas de papel, o el de la solicitud  “Al Fuerte” de un espacio para la reunión del Día de la Mujer, entre otros asuntos de importancia estratégica, vitales para el futuro de un país con más de 7,7 millones de emigrantes forzados por hambre y miedo, lo cual es en realidad un éxodo bíblico, una expatriación sistemática de la cual estamos siendo víctimas los venezolanos, por parte del gobierno, representado por el candidato presidencial opositor del bienestar y la felicidad de este país, el sindicalista Nicolás Maduro; mismo que en su oportunidad afirmó que era una decisión personal por parte de quienes se iban, hacerlo, como si tuvieran otra opción; y que, ahora finge defender con la solicitud de tratos dignos a otros países.

La Vinotinto salía con un cuatro-tres-tres, muy bien conformado para contrarrestar las virtudes ofensivas del equipo amarillo por bandas, sin renunciar a la posibilidad de hacer daño de contragolpe y poder de cuando en cuando defenderse con la tenencia de balón. Lejos quedaron los esquemas ofensivos y de posesión abrumadora de Richard Páez, basados en las habilidades de los grandes zurdos de aquella selección, que tan gratos recuerdos nos dejaron a los amantes del fútbol. En resumen, los amarillos no podían franquear la defensa, se peleaba duro en el medio de la cancha, sobre todo de nuestro lado; cabezazo de Luis Mago, de Yangel Herrera, Venezuela con menos era más que Colombia. Y así, llegó el entretiempo luego de un asedio a la guardería venezolana que no tuvo éxito. También, la tradicional toma televisiva en el túnel antes de saltar a la cancha para la segunda parte, que mostraba las caras de los jugadores amarillos preocupadas, largas, pero que denotaban, además, que ellos también estaban cansados; y es que Barranquilla le achicharraba las ganas no sólo a los venezolanos. Albito, por primera vez en muchos años se sentía seguro de aquella selección, y contaminado, también seguro de sí mismo. Empezó a adquirir confianza, se reía y gritaba “¡no pueden entrar! Y reía feliz, libre del “ministro distribuidor de resmas de papel y engrapadoras”, de “la directora de las fiestas en El Fuerte”, pero sobre todo, libre de la sombra de la derrota y el miedo. Albito en ese breve instante cuya única realidad era el partido de fútbol no sentía miedo. Se sentía digno, fuerte, capaz.

A segundos del pitazo que daba inicio al segundo tiempo, Albito quedaba atónito con el gol de camerino que sufría la Selección, que se vio desbordada y sorprendida por una Colombia que salía más despierta. A Albito se le rompía algo en la voluntad, y así duró un par de minutos, hasta que levantó de nuevo la mirada. La Vinotinto no reaccionaba, el resultado de aquel descuido defensivo había dejado sin garra a aquellos tipos que representaban el renacer de su dignidad. Fueron pasando los minutos, el director técnico ponía todo lo que había en el banco a luchar. Se abría el juego y varias veces los amarillos quedaban en superioridad numérica al borde del área venezolana, pero fallaban. Ocurrió el pitazo final. Albito apagaba la televisión.

El viernes, Albito no fue a trabajar. Decidió reportarse enfermo, ya vería cómo conseguía un reposo para justificar la falta. Durante el día, revisó los medios y se topó de manera nada accidental con los comentarios de los periodistas deportivos venezolanos. Para ese momento, ya él había racionalizado lo sucedido en Barranquilla con el partido. En primer lugar, tácticamente se planteó de mejor forma que su equivalente en la eliminatoria pasada y el resultado fue mejor. En segundo lugar, la actitud propositiva del director técnico de buscar el resultado hablaba de un cambio de actitud. En tercer lugar,  el equipo se mostró mucho mejor en ese primer tiempo que en casi toda la eliminatoria pasada. En cuarto lugar,  lo apretado de la derrota más bien podría resultar en un incentivo para el próximo partido. En quinto lugar, aquellos jóvenes le habían regalado una inyección, una dosis de “poder”; había probado por breves momentos la libertad, la dignidad, el amor propio, el orgullo de ser venezolano. Eso no podía ser extirpado ya de su ser por un accidente. Además, todos los equipos cometen errores de juego, es verdad que unos más que otros. Sin embargo, no se puede mentalizar nadie a que las cosas salgan perfectas; lo que distingue a los ganadores es su capacidad de reponerse rápidamente a la adversidad.

Es así que, cuando vio que un periodista cuyo trabajo era muy admirado por él había calificado  de “venezolanada” el error cometido, se le encendieron las alarmas y se le abrió el pecho, no era justo. La libertad de un continente también debía ser entonces una “venezolanada”, la larga lucha de este pueblo contra la opresión, contra el hambre, la discriminación, el robo, la injusticia y la descalificación. Luego recordó la rabia que lo había invadido en otros momentos y entendió que aquel excelente profesional, además de circunscribirse estrictamente al ámbito futbolístico de la selección de mayores, no pretendió nunca ofender la idiosincrasia y el gentilicio venezolano, sólo habló desde la rabia que a veces da la pasión amorosa; y es que la pasión amorosa suele ser propensa a rabiar. Y en todo caso, los argentinos cometen entonces “argentinadas”, los brasileños “brasileñadas”, los peruanos “peruanadas”. Todos cometemos errores, pensaba, y no por ello, debían formar parte determinante de nuestra identidad, no al extremo de calificarlos a través del sustantivo propio, de marcarlos con nuestro nombre y de marcar nuestro nombre con ellos. Desde ahí debía empezar la construcción de una mentalidad ganadora, concluyó.

Ya entrada la noche, Albito fue víctima de una metáfora que le regalaba el accionar involuntario de sus pensamientos. Muchas veces en estos últimos veinte años de historia política venezolana, la oposición había sido acusada de “fragmentaria”, “vendepatria”, “vende elecciones”, “alacránica”, “falsaria”, “chavista”, y demás epítetos que habían promovido la idea de que la situación del país era culpa de aquella, y que tal cosa, le habría hecho el juego al gobierno. ¿Serían conscientes quienes habían ido dinamitando la reputación de cada político que había intentado lanzarse a esa arena, de ello? El antecedente más grave fue la campaña contra CAP, recordó. Luego, lo invadió otra duda ¿Está bien hablar de oposición venezolana? Y se respondió en voz alta, depende de a qué cosa se oponen y de si existe una sola. Si es al gobierno, quizá, más no como una sola; sin embargo, si es a la democracia, la libertad, la abundancia y la felicidad de Venezuela, los opositores son los que han conformado el aparato de gobierno. De ahora en adelante, se dijo a sí mismo, cuando me hablen en el Ministerio de los opositores voy a preguntar ¿Cuáles? ¿Maduro? ¿El ministro distribuidor de resmas de papel y engrapadoras? ¿La directora de las fiestas en El Fuerte?

El sábado en la noche, Albito escuchó decir a Maduro en una entrevista de esas bien aguadas que le hicieran para que baboseara sus tonterías en China, que se estaba construyendo una nueva economía en Venezuela, un nuevo sistema ¡Como el tren de Tinaco y tantas otras obras fantasmas que han construido! ¡Pasan de construir lo concreto imaginario a lo etéreo imaginario para que nadie los pueda auditar y preguntarles dónde están los reales!

¡Mi amor, cállate y apaga ya eso, vamos a dormir!, resopló Filomena, quien fue pinchada por la idea de que Albito se estaba volviendo loco.

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