Tragicómica resulta cualquier elaboración mental acerca del valor de la palabra en la Venezuela en la que penosamente nos encontramos imbuidos. Víctor Hugo se solazaría con esta puesta en práctica política de sus planteamientos estéticos. El acuerdo al que se llegó en el país por la vía del referéndum acerca de que ese sería el texto guía de la República, del Estado nacional de la pequeña Venecia, solo sirve para la burla acerca de los términos «inclusivos» que reitera casi en cada artículo. Del resto carece de ninguna aplicación práctica, de ningún valor, de ninguna consulta. Los tribunales nuestros, en ese sentido, constitucional, son igualmente mamparas de las ejecuciones de quienes tienen secuestrado y de qué manera cruenta, el poder casi total: algunos vericuetos quedan.

Así nos encontramos desconstituidos. O, preferiblemente, en vías de reconstitución. Habrá tiempo y oportunidad para una revisión profunda del texto constitucional en sus falencias y sus extensos sobrantes, seguramente. Por lo pronto sería bueno que de vez en cuando echáramos una recordadita acerca de que algún día existió un texto fundamental que de facto quedó sin efecto. Pero sigue en espera de revitalizarse. Esta idea tendrá valor fundamental para algunos países e individuos que no aterrizan en la posibilidad de una ocurrencia tan caribeña como ésta de que «funcionamos» todos al margen o sobre o en alguna dimensión, tal vez opuesta, sin atención al texto que muy supuestamente debería guiarnos. Hoy podría bien leerse como un cuento cómico si no estuviera rodeado de la tragedia de la muerte, del hambre, de la disociación de cualquier juntura humanamente aceptable. Así de rotos nos encontramos hasta físicamente.

Este texto ficcional que llamamos Constitución y que en su esencia significa otra cosa en cualesquiera otras partes del globo, posee variadas separaciones en su estructura: un preámbulo dice de democracia, justicia, descentralización, libertad, cultura, igualdad, educación… Y todo suena a babiecadas de cuento. Transmite ideas de espacio y división política, de Derechos Humanos, de poder público, del sistema socio económico, de la seguridad de la nación, de la protección de la constitución y de sus reformas. Definitivamente un texto jocoso. Que mueve a risa histérica sobre la sangre.

Especial descuido le damos los ciudadanos a los planteamientos que ella contiene para rebelarnos. También lo contiene el himno nacional, por cierto. En aquel verso que señala las acciones contra el despotismo. Marca un 350 contra quienes contraríen valores, principios o garantías democráticas o los derechos humanos. Antes existe un 333 que interpela a los ciudadanos con o sin autoridad a colaborar en la efectiva vigencia de la propia constitución.

El hecho de que ahora mismo nos encontremos desconstituidos no significa que siempre será así. Hay poderes ciudadanos muy altos que nos llevarán a la reconstitución más temprano que tarde. Pero nada mal está, incluso como contribución exigida por ella, el llamado cada cierto tiempo a retomar la vigencia del texto fundamental, a echar memoria física y mental acerca de que el tragicómico libro jocoso está allí, existe, malamente postergado, pero extremadamente vigente, latente, llamando.


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