Nos movemos en un tiempo dilemático entre el bien y el mal, sometidos al ataque perverso contra las tradiciones que han hecho grande a las naciones; asistimos  a la agresión artera, por parte de un presunto nuevo orden globalista, a los valores de Occidente que dan sentido a una vida digna. El totalitarismo hace tabula rasa para crear sus propios significantes y significados. Sabemos comprobadamente que desde la tradición se legitiman y estructuran sanas y potentes sociedades.

El mundo con propósito que hemos conocido se nos bambolea entre los pies y causa la pérdida del equilibrio y, ante esta desazón, no se le ocurre nada a la falsa ilustración, sino invitarnos a desconectarnos y desinteresarnos de la realidad agobiante y lacerante circundante. Por Dios, promover tal actitud es de una enorme irresponsabilidad. No podemos desconectarnos hasta alcanzar la libertad y recuperar la democracia, en lo que no tenga cabida la desnutrición infantil, la tortura degradante y los presos políticos. Hasta  cortar con la triste etapa de acumulación de ruinas, como el Metro de Caracas. Hasta lograr la conciencia del rol histórico que nos corresponde de construir estructura política para destruir el sistema de dominación.

Los falsos jamás se cansan, se manejan cómodamente con instituciones desnaturalizadas para su indebido control. No podemos desconectarnos mientras continúe la ausencia de independencia judicial; la Escuela de la Magistratura en lugar de dedicarse a la formación de jueces rectos y competentes, se aboca a estudiar el pensamiento jurídico del galáctico, que siempre se movió entre la traición y el delito. Por ende el sistema judicial forma parte del  engranaje de la represión y la persecución sigue campante.

Quedamos perplejos cuando oímos hablar de unas elecciones de 2024 que no existen, todavía se deben las de 2018, cuando irrumpiera la usurpación. La salida electoral es para la salida del régimen, de ninguna manera para una repartición de cargos y seguir con el manoseo de una situación política podrida.

Los ciudadanos aspiran a un nuevo esquema opuesto a la fallida cohabitación, y se acoplarían a una nueva dirección política esclarecida que no incurra en los errores de la opolaboración y sepa transformar el medido “descreimiento” en otra cosa. Que realice un arduo trabajo ante la comunidad internacional que nos lanzó a pérdida y logre, para nosotros, un puesto digno en la reconfiguración mundial.

El desafío es no desconectarnos hasta desnudar a la cleptocracia convertida en élite para robar su propio país.

¡Libertad para Javier Tarazona y Emilio Negrín! ¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni exiliados!


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