Aunque el tema comenzó a tratarse en el año 1947, fue en 1968 cuando empezó la elaboración del proyecto del Metro de Caracas. Con el advenimiento del boom petrolero, le tocó a Carlos Andrés Pérez anunciar ante el Congreso Nacional la construcción del primer tramo (Propatria-Palo Verde) de dicho plan; ello ocurrió a mediados de marzo de 1975. Casi ocho años después, el 2 de enero de 1983, un político opositor a Pérez, el entonces presidente Luis Herrera Campins, tuvo el privilegio de inaugurar la línea 1, conformada por ocho estaciones que iban de Propatria a La Hoyada.

A un honesto y reputado servidor público, el ingeniero José González Lander (1933-2000), que comenzó a trabajar en el mencionado designio en 1966, le correspondió llevar el timón de tan magnificente proyecto, a partir de 1977 y hasta el momento de retirarse en 1997. No fue casual que por la pulcra gestión que llevó a cabo, la democracia venezolana le concediese el título honorífico de presidente emérito de la empresa que fundó. Su desempeño fue un relumbrante ejemplo del comportamiento correcto y apegado a la ley de muchos funcionarios de la época, rara avis en los tiempos de revolución bonita.

Durante todos esos años y hasta los primeros de la presidencia de Hugo Rafael Chávez Frías, las instalaciones y servicios del Metro de Caracas fueron ejemplo de buen funcionamiento, limpieza, mantenimiento en óptimas condiciones y ejemplar desempeño de sus trabajadores. Todos los trenes operaban correctamente y se encontraban en impecable estado; las edificaciones deslumbraban por la belleza de sus obras de arte y la limpidez de sus pisos a pesar del alto volumen de gente que transitaba por sus espacios. Otra singularidad era el comportamiento correcto de los usuarios. Ante tanta pulcritud y brillo, a nadie se le ocurría lanzar al suelo ni el más minúsculo pedazo de papel o resto de basura. Era difícil entonces encontrar algo similar en las grandes ciudades de los países más desarrollados.

Pero como escribió Willie Colón en un momento cumbre de su carrera musical: “Todo tiene su final, nada dura para siempre…”. En el gobierno del golpista de Sabaneta, el sistema comenzó a dar sus primeros pasos hacia el deterioro. El negociado de la mano de Obedrecht hizo acto de presencia. De acuerdo con el Departamento de Justicia de Estados Unidos, entre 2006 y 2015, el gobierno de Venezuela recibió sobornos por parte de la empresa constructora brasileña; se estima que el monto no fue menor de 98 millones de dólares. En una escala diferente pero igualmente dañina, rateros y carteristas se hicieron presentes en sus instalaciones y las acciones de mantenimiento empezaron a retrasarse. Con la llegada de Nicolás Maduro Moros el caos hizo acto de presencia y transformó al Metro de Caracas en paciente de terapia intensiva.

Es en esa última fase cuando se produce el descarrilamiento de uno de sus trenes, hecho que terminó siendo noticia destacada por los diferentes medios de comunicación del país  el pasado 17 de agosto. Dos pueden haber sido las causas del accidente que se escenificó entre las estaciones Los Dos Caminos y Miranda: la falta de mantenimiento de las vías y los trenes o la precaria formación del conductor del ferrocarril averiado. En ambos casos la responsabilidad recae en el gobierno y la empresa Metro de Caracas.

Lo cierto es que el lamentable hecho produjo un gran susto en todos los pasajeros (y “pasajeras”, según la neolengua revolucionaria) que allí se trasladaban y lesiones en ocho de ellos. Pero ocurrió una desgracia adicional que quedó registrada como símbolo del suceso: las abolladuras y rasgamientos que tuvo la estampa en blanco y negro del gran maestro de nuestras artes plásticas, Armando Reverón (a la que le agregaron un desentonado y ridículo fondo rojito en la parte superior de los hombros y el rostro del pintor), la cual estaba adosada a la parte externa de la puerta del vagón que más sufrió con el accidente. El patetismo es elocuente. ¡La descarrilada revolución bonita no lo deja descansar en paz ni después de su muerte!

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