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Los tiempos en los que los países petroleros y las grandes empresas del sector podían esgrimir argumentos para descalificar o reducir las advertencias de los ambientalistas han llegado a su fin. Las entonces consideradas “exageraciones ambientalistas” hoy son verdaderas catástrofes climáticas que ponen en evidencia los reclamos de la naturaleza y de la humanidad. El reclamo ambiental ha puesto fecha a la descarbonización. El plazo de vencimiento podría correrse unos años, pero habrá de llegar, por lo que no actuar hoy puede costar muy caro.

Para confirmarlo, hace solo unos días el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU publicó un nuevo informe en el que enfatiza que, incluso si hoy mismo dejamos de quemar combustibles fósiles, el planeta está atrapado en décadas de calentamiento global y seriamente expuesto a resultados climáticos catastróficos. El ambientalismo ha pasado de tema académico o preocupación de pocos a motivo de angustia para todos.

¿Qué consecuencias tiene esta visión para un país básicamente productor de petróleo como Venezuela? Habría que advertir, en primer lugar, que la ventana de oportunidad continúa abierta todavía por un tiempo, pero que aprovecharla exige importantes decisiones. La primera, dicho simplificadamente, no es otra que reducir la dependencia del petróleo, dejar de asentar la economía de la nación sobre esa única base. La segunda, asumir la recuperación de una industria ahora en estado ruinoso, no a consecuencia de las sanciones de otros países -de efecto solo reciente y solo parcialmente cierto-, sino del fracaso en su conducción, la pérdida de su capital humano, el abandono de las operaciones, el descuido del mantenimiento, la politización, el desvío hacia otras actividades y un creciente endeudamiento. El resultado no podía ser otro que el estado de sus instalaciones, una profunda reducción de su producción y, más importante incluso, de su potencial.

La recuperación, está claro, solo puede hacerse con grandes inversiones, de las que no dispone el Estado venezolano ni la empresa ahora responsable del desarrollo petrolero. Francisco Monaldi, del Instituto Baker, estimaba a principios de año un requerimiento de inversión para diez años de alrededor de 110.000 millones de dólares para una producción de 2,5 millones de barriles por día. En el plan para la reconstrucción de Venezuela elaborado por técnicos no vinculados al gobierno se establece un requerimiento de entre 180.000 y 200.000 millones de dólares para una producción anual promedio 2 millones de barriles diarios.

¿Dónde están los inversores potenciales? Invertir en un proyecto petrolero en Venezuela parece ser muy poco atractivo para las compañías energéticas extranjeras, entre otras razones por la falta de seguridad jurídica y, cada vez de manera más fuerte, por la conciencia ambiental que hace prever o anticipar el fin de la era petrolera. Las empresas piensan ahora dos veces. Necesitan asegurarse de la rentabilidad del negocio que les permita recuperar su inversión en plazos más cortos. Pesan también los argumentos de la amenaza de reducción de la demanda mundial o de la calidad de una amplia base de las reservas de crudo venezolano. Matthew Smith, de Oilprice, advierte a este propósito: “Las grandes empresas energéticas occidentales ya están mostrando una renuencia a invertir en proyectos petroleros intensivos en carbono. Por esas razones, es solo cuestión de tiempo antes de que las vastas reservas de petróleo de Venezuela se transformen en un activo varado que, debido a la infraestructura petrolera abandonada y el vasto daño ambiental, se convertirá en un pasivo costoso para un Estado ya casi fallido”

Podemos pasar de una dependencia petrolera, que alimentó una cultura de país rico, a una nueva forma de dependencia que limite nuestras aspiraciones a las de proveedor de materia prima o de mano de obra barata. No podemos seguir pensando en el petróleo como nuestra gran y permanente fortaleza. Es un espejismo muy caro. Las grandes reservas de petróleo no representan automáticamente riqueza. Solo hay una ventana limitada para que Venezuela se beneficie de ellas. Aprovecharla exigirá cuantiosas inversiones y renovada visión del negocio.

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