En el transcurso del pasado año, la trayectoria de las relaciones sino-norteamericanas se ha vuelto indiscutible: Estados Unidos y China van camino a un desacople sustancial, aunque no completo. Lejos de resistirse a este desenlace, ambas partes hoy parecen haber aceptado que esto resultará en un juego básicamente de no cooperación, al punto de que lo están incorporando en sus marcos de políticas. ¿Pero qué conllevará, exactamente, el desacople y cuáles serán sus consecuencias?

Del lado norteamericano, las cuestiones de seguridad nacional han llevado a la creación de una lista extensa -que sigue creciendo- de restricciones a las exportaciones de tecnología y a las inversiones en China, así como a otros canales a través de los cuales la tecnología se desplaza por el mundo. Para mejorar el impacto de la estrategia, Estados Unidos intenta asegurarse -inclusive mediante la amenaza de implementar sanciones- de que otros países se sumen a sus esfuerzos.

Esta estrategia podría haberse topado con una resistencia, inclusive en Europa, de no haber sido por la guerra en Ucrania. El conflicto parece haber vuelto a afianzar las relaciones transatlánticas, después de unos años conflictivos. Y si bien China no ha abandonado su postura oficialmente neutral en la guerra, ha mantenido su compromiso con la “alianza sin límites” con Rusia, que el presidente chino, Xi Jinping, reafirmó en su reciente visita de tres días a Moscú.

En el corazón de la alianza de Xi con el presidente ruso, Vladimir Putin, está la idea compartida de que el Occidente liderado por Estados Unidos está decidido a mantener a sus países bajo control -para impedir su desarrollo, frustrar sus ambiciones territoriales y restringir su influencia internacional-. Esta convicción -aparentemente reivindicada por la política reciente de Estados Unidos- también es central para la última iteración de la agenda económica doméstica de China.

El comienzo del tercer mandato sin precedentes de Xi en el poder generó un aluvión de documentos que echan luz sobre los planes económicos de China, en especial su estrategia para restablecer un rápido crecimiento del PIB. Tras concluir que la economía mundial será menos abierta y más hostil y, en consecuencia, un motor de crecimiento menos confiable, las autoridades chinas buscan reducir su dependencia de la demanda de exportaciones. De este modo, a pesar de seguir pregonando el multilateralismo y la apertura económica, la máxima prioridad de los líderes chinos hoy es la estabilidad y la autonomía en materia de comercio, inversión y tecnología.

La lógica económica es sólida. Con una economía de aproximadamente el 80% del tamaño de la de Estados Unidos, China tiene un mercado interno enorme para bienes y servicios, y para factores de producción. Si mejora la integración de su mercado doméstico, China tal vez pueda sacar una mayor ventaja de su potencial para mejorar el crecimiento, aislándose así, en cierta medida, de las presiones externas, entre ellas los desafíos a su centralidad en las cadenas de suministro globales.

De hecho, la diversificación de las cadenas de suministro -como el llamado “friend-shoring”, una reubicación de la producción en países amigos- ya está en marcha, y no sólo por la competencia entre Estados Unidos y China. Los shocks frecuentes -desde condiciones meteorológicas extremas debido al clima hasta la pandemia y la guerra- y el creciente uso de sanciones económicas como una herramienta de política exterior también les han dado a las empresas y a los gobiernos un incentivo para fortalecer la resiliencia.

Para muchos países, una mayor resiliencia, en términos ideales, incluiría una menor dependencia del dólar estadounidense. Si bien el dominio global del dólar no es un peligro inmediato, dada la ausencia de una alternativa viable, varios países asiáticos están intentando crear mecanismos para realizar transacciones comerciales que eviten la dependencia del dólar. Tácticamente, esto haría que a Estados Unidos le resultara más difícil rastrear las transacciones e identificar violaciones de las sanciones.

A no equivocarse: las consecuencias económicas de este avance a los tumbos hacia una confrontación son de muy amplio alcance, y muy severas. En tanto las cadenas de suministro globales se vuelven menos elásticas, menos eficientes y más costosas, su capacidad para contrarrestar las presiones inflacionarias disminuirá. Los bancos centrales, por ende, tendrán que manejar por sí solos el crecimiento de los precios, sofocando el exceso de demanda.

Todo esto genera fuertes vientos de frente para el crecimiento. Asimismo, como hemos visto recientemente, un ajuste rápido de la política monetaria, tras años de tasas de interés ultrabajas o negativas (en términos reales), genera estrés financiero y episodios de inestabilidad, especialmente cuando los niveles de deuda son sustanciales.

La combinación de tasas de interés más altas y de cargas de deuda soberana pesadas agravará las presiones fiscales. Si bien una inflación más baja podría aliviar esas presiones, las tasas de interés probablemente se mantengan elevadas por un tiempo, especialmente si las tendencias económicas globales subóptimas y fuerzas seculares como el envejecimiento de la población hacen que se deterioren las condiciones del lado de la oferta. Tampoco es probable que se revierta la tendencia hacia la baja del crecimiento de la productividad -que se ha vuelto particularmente pronunciada en los últimos diez años- en una economía global fragmentada con barreras para el desarrollo y la difusión de la tecnología.

Estas barreras también pondrán en peligro el progreso en la agenda de sustentabilidad, que requiere flujos libres y sin fricciones de las tecnologías existentes y emergentes. De la misma manera, la transición a energías verdes exigirá que el capital fluya adonde tenga más impacto, inclusive a países de más bajos ingresos. La inversión adicional de capital que se necesita para la transición a energías verdes -estimada en unos 3-3,5 billones de dólares– no se movilizará sin una coordinación internacional. Para atraer inversión privada, las instituciones financieras internacionales necesitan una mayor capitalización y el respaldo de las principales partes interesadas, cosa que es poco probable en el contexto actual.

Mucha gente en ambos lados de lo que podría llamarse la “ecuación de desconfianza mutua” sabe que el desacople es claramente un curso subóptimo y peligroso. Pero, tanto en Estados Unidos como en China, las voces divergentes se ignoran o se acallan, ya sea a través de una presión política o de una represión declarada.

Muchas economías emergentes y en desarrollo reconocen que una economía global fragmentada -mucho menos una economía que debe elegir entre dos bloques enfrentados- no está en su interés. Pero, hoy en día, carecen del poder para cambiar los incentivos de los principales actores. India puede ser capaz de desempeñar ese papel algún día, pero no todavía. Y si bien Europa es lo suficientemente grande como para resistir la presión del desacople, no está plenamente integrada, y tiene las manos atadas por su dependencia energética. En cuando a las instituciones multilaterales, están demasiado comprometidas con sus principales socios en el mundo desarrollado como para abogar fuertemente por la cooperación, la apertura y un sistema flexible basado en reglas que promueva la eficiencia, el crecimiento y la inclusión.

Esto no permite ningún alejamiento obvio de la trayectoria actual. El futuro es desacople parcial y fragmentación.

Michael Spence, premio Nobel de Economía, es profesor emérito de Economía y ex decano de la Escuela de Graduados de Negocios en la Universidad Stanford. 

Copyright: Project Syndicate, 2023.

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