Estos 24 años de revolución bolivariana en Venezuela han convertido el derecho constitucional en un auténtico circo. Toda la panoplia del arte circense se ha visto reflejada con cada pronunciamiento jurídico emitido, en cualquier decisión expresada, y en las opiniones que sobre las diversas coyunturas del área constitucional se han demandado. Y estos últimos tiempos de gobierno interino, de régimen usurpador y de extensión del ejercicio parlamentario de la legislatura de 2015 han servido también para abrir la carpa de la imaginación y lucirse ante el público que ocupa gradas y sillas cercanas al espectáculo. Se están luciendo. Y los espectadores gozamos con esas reputaciones consagradas del constitucionalismo cuando argumentan con la sinuosidad del contorsionista para introducirse en la interpretación de un artículo, o cuando se bambolean con la seguridad del trapecista y saltan del trapecio de un artículo a otro para adecuar a eso que llaman el espíritu, el propósito y la razón del legislador para arrimar a la sardina de sus intereses la mayor cantidad de brasas políticas. Mayor asombro y estupor de respiración contenida cuando se leen algunas opiniones de muchos equilibristas de la carta magna cuyos textos justificativos se balancean a grandes alturas retóricas, lejos del alcance del común, y quedan bien con el Dios del régimen usurpador y con el diablo del interinato. Es un verdadero torneo de maromas interpretativas para justificar lo injustificable y razonar con lo conveniente, por la orillita del texto fundamental. Es todo un festival de acrobacias cargado de rebusques exegéticospara vestir con la constitución nacional y sus artículos un maniquí fuera de medidas. Y en este caso de tiempo.

Estos eventos suscitados con motivo del debate político y constitucional dentro de la oposición sobre el tema del gobierno interino y su extensión evidenciaron que en esos dos temas, en Venezuela, no se ha avanzado desde los tiempos de la Revolución Azul, del Partido Liberal, del nepotismo y del monagato que asaltó los predios del Congreso Nacional el 24 de enero de 1848. Después de 174 años de vida republicana cada inauguración de régimen ha venido acompañada de un nuevo texto fundamental para soportar y justificar al nuevo caudillo, no importa su origen. Sea uno de capa y espada u otro de toga y birrete. En ambos casos allí estará un ejército de tinterillos y cagatintas para vestirlo en sus desafueros a la medida de las normas constitucionales. Cosido, zurcido, bordado y planchado para el desempeño de las altas magistraturas con toda la desenvoltura y la elegancia que da el estar de ajuar con la Constitución Nacional de la República Bolivariana de Venezuela con todo el preámbulo, sus 9 títulos, todos los capítulos, los 350 artículos, y las firmas de todos los constituyentes que la suscribieron y de la promulgación que hizo en su momento el teniente coronel presidente Hugo Rafael Chávez Frías. No faltaba más.

Desde 1998, con la llegada del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías al poder, se ha ido descorriendo el velo que servía de mampara a la realidad del uso de la Constitución Nacional, primero con la de 1961 y ahora con esta de 1999 con ropajes y accesorios para adornar al régimen de turno, y el uso de sus artículos como garrotes oportunos para el ejercicio de la política a conveniencia y usufructo de los grupos de poder. La Constitución sirve para todo, dijo en una ocasión el general José Tadeo Monagas en 1847. Y desde esos tiempos han transcurrido muchas cartas magnas para que sirvieran para todo de los regímenes que se concebían. Como ahora con la revolución y la provisionalidad ficticia del gobierno interino y la ñapa de tiempo que se acreditó la Asamblea Nacional que ha debido bajar la santamaría en 2020. Y aquí es cuando cualquier venezolano puede decir que la Constitución no sirve para nada. Cuando esta pierde su valor legitimador, su prestigio, aquello que convence a los ciudadanos de que existe una norma suprema para ser cumplida por encima de los intereses políticos que sobrevengan, lo que se percibe en el común de los habitantes a partir de ese manoseo utilitario y de esa rebatiña aclarativa es la puesta en escena de una representación teatral. O un circo. Es forzoso desandarse de la procacidad militante con que se manipula la carta magna y de cómo la esgrimen como la hoja de parra retórica para disimular la realidad impresentable de la vigencia ad eternum del gobierno interino y de los secuaces en la Asamblea Nacional electa en 2015 con vigencia hasta el 2020.

No hay sorpresas. En la etapa calificada como cuarta república, una de las dos enmiendas a la Constitución vigente de 1961 se constituyó en la baranda que impedía la posibilidad de que el general Marcos Pérez Jiménez llegara nuevamente al poder, ahora por la vía electoral. Con esa misma maroma de argumentos se le permitió al teniente coronel Hugo Chávez en 1999 que activara el mecanismo constituyente que le dio vida a la actual Constitución. Y todos esos estudios, los análisis y los enjundiosos soportes salieron de la pluma jurisconsulta de reputaciones consagradas y multiborladas en el birrete académico. Desde allí también salió el decreto del 11 de abril de 2002 y toda la escenografía de la consulta popular de diciembre de 2020 y ahora emergen con toda una biblioteca de Alejandría con las cabriolas disfrazadas de tesis para justificar y certificar la extensión de la vida constitucional del de cujus en el interinato y el cortejo mortuorio de los diputados que lo acompañan y secundan.

La Constitución Nacional dispuesta como unaservilleta con anotaciones apresuradas, usada para engatusar tontos o como una bigornia política oportuna, para contener adversarios, para darle partida de nacimiento a un régimen autocrático, para justificar los atropellos en los derechos de otros nacionales, para amparar tracalerías partidistasy para razonar lo que no tiene ningún tipo de razón, solo evidencia que la Constitución en lugar de servir para todo, realmente no sirve para nada, a pesar de que haya reputaciones consagradas –al decir de Manuel Vicente Romero-García– individuales o en combo, que salgan ante la opinión pública a romper lanzas por sus explicaciones desde lo más alto del trapecio.

No habrá república amparada en una Constitución Nacional mientras no haya republicanos dispuestos a defender la carta magna y a desmontar sus graves violaciones de cualquier lado. Mientras eso persista, la Constitución no servirá para nada. Y mientras llega eso, nos mantendremos en la función de maromeros, de trapecistas, de contorsionistas, de acróbatas y de equilibristas constitucionales.

Con la Constitución Nacional en la mano, les deseo que tengan unas felices fiestas de fin de año.

 


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