Democracia. Del griego “demos” y “krátos”, que significa pueblo y poder. Por su origen, concepto, difícil proceso humano de triunfos, derrotas y renovaciones durante siglos, es el sistema legislativo y judicial que promueve la acción de competitivas organizaciones políticas con diversos programas ejecutivos, reglamentada hasta ciertos límites que garantizan la pacífica libertad individual y comunitaria. Su objetivo es acabar con ancestrales divisiones entre amos y siervos, todos pasen a ciudadanos con iguales derechos y deberes desde leyes con enmiendas que estabilizan la convivencia entre credos, etnias, ideologías y militancias.

Fascismo. Del latín “fasces” al italiano “fascio”, haz, manojo. Mussolini dixit: “Más vale un atado de quinientos rifles que 5 millones de votos”. Totalitario de raíz, imita la salvaje lucha de la especie animal registrada por Charles Darwin. Sigue vivito y coleando en teocracia, monarquía, dictadura, tiranía, populismo militarista o revolución, desde mafias y autocracias. Décadas de represión, control, asesinatos selectivos y colectivos a lo Mao, Hitler, Stalin, Fidel, Putin, Chávez, Maduro. En fin, fascio amarillo, rojo, negro y variopinto nacionalizado. Es su naturaleza.

Eso indica la historia documentada. Esta aclaración didáctica puede lucir innecesaria o elemental para académicos y expertos en la materia, pero la desconocen sucesivas generaciones completas. Más ahora cuando  su estudio presencial o digitalizado no figura en las asignaturas para  primaria y secundaria de presuntos países civilizados. De allí la conducta agresiva que sus gigantescas masas mayormente  juveniles protagonizan con extrema violencia contra la institucionalidad democrática de sus patrias, favoreciendo así la desaparición de libertades básicas legalmente conquistadas y el retorno a la barbarie entre derechas, izquierdas y hasta centros. Léase Chile, España, Francia, Brasil y Estados Unidos de Norteamérica, donde poblaciones rurales crecidas en analfabetismo político junto a la trampa electoralista equivale socialdemocracia con socialismo-comunismo. Así, el sector trumpista busca eliminar al tradicional Partido Republicano con modos fascistas: racismo manipulado por supremacistas blancos y otras maniobras insurreccionales.

El fascio neto rige con variantes del capitalismo estatal en China, Rusia, Norcorea, Irán y avanza con trucos incrustados en organismos y métodos democráticos: parlamento, tribunal, sufragio, referéndum, convenio en Venezuela, Nicaragua, Argentina, Bolivia y sus “ismos” revolucionarios de Castro, Chávez, Kirchner, Ortega, Evo, Correa, López Obrador y los que faltan si los dejan. Firme ya en Hungría, Polonia, Birmania, asoma en Filipinas, la India, la República Checa y Austria, quizás en la Alemania pos-Merkel. En síntesis, infiltradas democracias continúan en su autismo, ajenas a los cambios macro y micro de la Era Ciber.

Es paradójico que sea precisamente en la sexagenaria Cuba castrista, en ruina económica debido a su sistema parasitario de fijo chulismo proxenetista llamado revolución digna y soberana, donde surjan signos de rebelión colectiva iniciada por una reciente juventud que descubrió la democracia a través de Internet. Para detenerla tendrán que afianzar su dependencia de Rusia y satélites al estilo fidelista de aislamiento noticioso total, prisión, tortura y exterminio en nombre del antiimperialismo yanqui.

La decadencia rápida y generalizada de la democracia institucional en principio se debe a que los auténticos partidos políticos modernizados en  el siglo XX hoy son facciones oportunistas y tribus móviles carentes de doctrina libertaria, de agendas eficaces para prevenir y resolver nuevos problemas públicos, sumidos están en presidenciales reyertas y corruptelas, taras recurrentes sin el contenido básico fundacional que los procreó. Podemos del separatista Pablo Iglesias y el expresidente psoevista Rodríguez Zapatero, anexos al saqueo del narcoterrorismo castrochavista o los tránsfugas oficialistas y opositores por igual en Cubazuela, son muestras evidentes de hasta qué punto la antipolítica nace en el propio gallinero que junta palomas y halcones en negociado rol intercambiable ante la pasiva víctima que harta de ese olor cloacal y para sobrevivir debe acreditarlos con votos fraudulentos.

A la democracia representativa liberal sus detractores la llaman  Guerra Tibia, pero la alternativa ofrecida es el fascio encubierto. Por ahora sería un gran paso comenzar la reacción opositora fundando partidos políticos que conserven lo positivo como legado a renovar, trabajo de dirigencia sin prontuario, limpia de polvo cenizo, sangre inocente y oratoria cliché. Clave de muy dura cuesta arriba para resucitar a la agónica democracia.

Esta nota de ácidos apuntes personales resume superficialmente la tesis de dos libros densos y esenciales del politólogo estadounidense Steve Levistsky, profesor en Harward capaz de conversar buen castellano: Cómo mueren las democracias (2019), precedido por Autoritarismo competitivo (2004), que no lucen de cabecera para los escasos líderes y organismos democráticos ya inoperantes.

¿Acaso la ONU logra que el trisoleado ministro Padrino López expulse a sus protegidos narcoterroristas invasores de 19 estados del territorio exnacional? ¿Puede la OEA rescatar a Jeanine Añez? ¿O el TIAR liberar a 300 presos políticos torturados en las mazmorras de El Helicoide y Fuerte Tiuna? Imposible. Son disfuncionales porque los países fascistoides de los cuatro puntos cardinales ahora configuran su mayoría votante y sus estatutos originarios, creados en la segunda posguerra mundial, fueron concebidos en y para tiempos de Guerra Fría cuando aún prevalecían el sentimiento de culpa y otros elementos que les otorgaban cierta autoridad moral. Para Latinoamérica, desde el izquierdista Foro de Sao Paulo (1990), se monta la función continua de payasos que predican derechos humanos mientras los violan y tejen su extensa red fascista a través del capitalismo delictual o crimen organizado.

Y la democracia se extingue ¿por inocente, floja, discapacitada, ignorante o cómplice?

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