Si observamos la realidad nacional in extenso no veremos ángulo, arista, plano o esfera que no haya sido duramente golpeada por el chavismo-madurismo. Los atropellos de Maduro, apoyados por el Consejo Nacional Electoral, el Tribunal Supremo de Justicia y la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, contra la Asamblea Nacional, el movimiento opositor y el sistema electoral, han causado un daño profundo en el ánimo de los venezolanos. La gente ya no cree en los partidos políticos, ni en los dirigentes y menos aún en las elecciones. Ese es el verdadero origen del abstencionismo. Es mentira oficialista afirmar que ese fenómeno existe porque los dirigentes de la oposición han llamado a la abstención. Ellos, los más conscientes, han captado el estado de ánimo del venezolano y lo han respaldado. Los otros, los que llaman a votar a como dé lugar, conocedores de esa realidad, o son oportunistas sin escrúpulos, o son teorizantes sin alma que conciben la política como una actividad fría, racional y lógica, desligada totalmente del sentimiento y de la dignidad de la gente.

¿Cómo es posible que tantas personas, entre políticos de oficio, abogados de las diversas ramas del Derecho, profesionales de otras disciplinas, militares de todos los rangos y empleados públicos de todas las categorías, que deben sumar millares, hayan podido participar, tan aviesamente, en la destrucción del país, su país, nuestro país? El daño que han causado se extiende por todas partes, a lo largo y ancho de la nación. Incluye la economía, la salubridad, la infraestructura vial y de servicios, las universidades nacionales autónomas, la industria en general, el petróleo, el hierro, el aluminio, el salario, y pare usted de contar. A esos miles de demoledores directos enchufados en el aparato del Estado se suman otros tantos cooperantes, mercenarios y tarados, enrolados en el Partido Socialista Unido de Venezuela y en las innumerables organizaciones creadas por el régimen a lo largo de sus 22 años de ejercicio del poder.

Entre unos y otros son muchísimos los implicados en la destrucción nacional, todos ellos formados en los cuarenta años de democracia representativa guiada por los partidos Acción Democrática y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei) entre 1958 y 1998. Y surge la pregunta: ¿cómo es posible que esa democracia, cuya construcción costó tantas luchas, sufrimientos y vidas a las generaciones que nos precedieron, no haya podido crear instituciones políticas y jurídicas sólidas y formar ciudadanos leales y probos comprometidos firmemente con los valores y los fines que ella representa?

Nuestra democracia fue un islote en medio de un amplio mar de dictaduras militares, gobiernos despóticos, caudillos levantiscos, líderes mesiánicos y aventureros de toda laya. Heredó muchos rasgos negativos del pasado rural y belicoso: autoritarismo, clientelismo, centralismo, paternalismo, corrupción, entre otros, a los que se sumaron elementos económicos, políticos y sociales más recientes, como el rentismo petrolero, el populismo y el izquierdismo trasnochado del marxismo. Los partidos políticos de la democracia se caracterizaron por un marcado sectarismo que excluía de la función pública (con algunas honrosas excepciones) a los independientes más capaces y probos. Los carnets de AD y Copei eran tan importantes en aquella época como los son hoy el de la patria y del PSUV. Ello explica por qué el sistema democrático del bipartidismo adeco-copeyano pasó, sin solución de continuidad, a manos del chavismo. No hubo necesidad de cambiar la alfombra roja por la que desfilaron los cabecillas del chavismo al llegar a Miraflores. ¡Pero esa transición sí que tuvo consecuencias! Significó el fin de la democracia en Venezuela.

 


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