Con la llegada al poder de Gustavo Petro a la Presidencia de la República de Colombia se inició el proceso de apertura de la frontera entre la nación neogranadina y Venezuela.

Este hecho es positivo cuando lo observamos desde los ojos de las miles de personas que viven en la línea limítrofe y de la posibilidad de acercamientos entre las familias colombianas y venezolanas.

La reactivación de la economía entre Venezuela y Colombia, sin lugar a dudas, beneficiará a los cientos de comerciantes y trabajadores de ambos lados de la separación imaginaria entre los dos países, y esto debe ser visto con prudente simpatía y regocijo.

Sin embargo, tampoco podemos dar vítores de buenas a primeras. Pues, esta nueva etapa de las relaciones binacionales podría significar también la apertura al delito.

No olvidemos que esta decisión se concreta bajo la inclinación marxista del nuevo gobierno colombiano, lo cual en sí es una amenaza, no solo para la liberación de Venezuela sino para la paz del continente.

Con Petro el llamado Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla han ganado otro colaborador en su plan destructivo de América. Lo que está directamente relacionado con la oxigenación política del régimen que encabeza Nicolás Maduro.

Entonces, la posible mejora económica de ciertos sectores de Colombia y Venezuela está ligada con la consolidación de una complicidad bilateral materializada por los inquilinos de Miraflores y del Palacio de Nariño.

Todos debemos estar claros que Petro y Maduro abrirán las fronteras no solo para mejorar la existencia de los habitantes de las zonas fronterizas sino que lo harán en procura de facilitarle la vida a sus colaboradores más cercanos y miembros de grupos delincuenciales que operan en aquella área entre ambas repúblicas.

No estamos hablando solo de una frontera abierta, sino de la construcción de una pasarela por donde deambularán como “Pedro por su casa” los criminales que ahogan al mundo entero con sus mercancías ilegales y destructoras de las sociedades.

Pudiéramos estar en presencia de la estructuración de un sistema regional del crimen que esté auspiciado por Caracas y Bogotá. Esto nunca podemos sacarlo de contexto.

En este marco, la izquierda de Brasil –empujada por la izquierda de Latinoamérica– anda desesperada para lograr colocar en el Palacio de Planalto a Luis Inácio Lula Da Silva y así extender el puente del crimen desde la frontera colombiana con Panamá hasta los límites entre Brasil y Argentina, donde se unirán con la gestión de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.

La política internacional afecta contundentemente a la política nacional; pues, la batalla que se libra por la libertad de Venezuela es la misma que se lleva adelante en todo el continente.

Es la misma batalla que llevan adelante los demócratas del continente que ponen sus esperanzas en Jair Bolsonaro en Brasil, en Javier Milei en Argentina, en José Antonio Kast en Chile y en María Corina Machado en Venezuela.

Las fronteras que la izquierda quisiera abrir son las fronteras del delito, del crimen, del contrabando, del terrorismo y de la producción y comercialización de estupefacientes.

Esa es la frontera que los socialistas pretenderían abrir de par en par, pues ese negocio es el que nutre sus bolsillos y le otorga más poder en sus regímenes totalitarios y crueles.

La lucha no solo es por Venezuela o Colombia, no solo se trata de Brasil o Perú, la lucha que estamos viviendo es por el sagrado derecha a la libertad y por la inviolable facultad de cada nación de vivir a plenitud y bienestar.

Es por ello que la frontera que quieren abrir los liberales es la frontera de la libertad y del desarrollo armónico y ordenado de nuestras sociedades.

¡Que viva la libertad!

Y sin más que agregar, nos leemos la próxima semana.

 


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