Sucede que me canso de ser hombre” (PABLO NERUDA)

He estado leyendo un libro raro. En serio. Para empezar, el título del escrito podría dar un poco de vergüenza, pero no. No me da ningún reparo leer lo que me da la gana. De hecho, el autor del ensayo dice en las primeras páginas que su obra no está destinada a un lector estúpido. Sucede que la gente lee lo que se le antoja y nadie es más libre que un lector curioso y diverso. En fin, que empiezo a leer la introducción y me quedo atónito: «INTRODUCCIÓN: Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son estúpidos no por influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos. Es el resultado de un duro esfuerzo personal. Hacen el papel del tonto. En realidad, algunos sobresalen y hacen el tonto cabal y perfecto. Naturalmente, son los últimos en saberlo, y uno se resiste a ponerlos sobre aviso, pues la ignorancia de la estupidez equivale a la bienaventuranza». La obra Historia de la estupidez humana está firmada por el psicoanalista húngaro Paul Tabori. A lo largo de las más de trescientas páginas, Tabori cuenta anécdotas y extravagancias de la gente que nos llevan a pensar que si los seres humanos no somos estúpidos, al menos guardamos ciertas características peculiares. En el fondo, a mí me gusta que no todos seamos iguales. Quise conocer los matices del término ‘estúpido‘. En la página siete se abre el abanico: «necios, tontos, bobos, desequilibrados, chiflados, payasos, simplotes, zopencos, pazguatos, majaderos, badulaques, absurdos, imbéciles». Aprendí que cuando te dicen estúpido -o cuando es uno quien lo dice- no es igual de dañino que cuando te dicen imbécil o idiota. Resulta que hay grados.

La palabra estupidez parece ser la ofensa más suave, ya que significa «torpeza notable en comprender las cosas». No es agradable tampoco, claro. Espere a ver qué significa imbécil: «escasez de inteligencia o buen criterio», o sea, que quien sea considerado imbécil aparentemente cuenta con inteligencia, aunque no mucha. Sin embargo, ayudaría pararse a pensar quién le dedica ese «cumplido» y con qué razón. Si le llaman imbécil, recuerde el pensamiento de Epicteto que dice que uno se convierte en aquello a lo que presta atención y trate de concentrarse en quién es y no en lo que son los otros. La fuerza del ultraje pesa en el acento que arranca en la penúltima sílaba y que encima comienza por consonante bilabial y plosiva -b-, «im-bé-cil». No obstante, el más ofensivo de los tres vocablos es «idiota». La enciclopedia digital Wikipedia la define así: «la idiotez, idiotismo o idiocia es, en términos médicos, equivalente al retraso mental profundo, una enfermedad mental que consiste en la ausencia casi total en una persona de facultades psíquicas o intelectuales».

Y así vamos, de una página a otra, de flor en flor, delirios y otras flores. Pienso en aquellos que padecen delirios, delirios de grandeza, y le organizan la vida y la muerte al resto de nosotros. Pienso en los conflictos armados en Europa y el mundo y esto no parece acabar nunca. Parecemos incapaces de vivir en paz.

No sé si es estúpido o no mantener esta fe clandestina en la bondad de los hombres, creer a ciegas en el sentido de la vida y la naturaleza. No sé si los árboles, la lluvia y el viento nos recuerdan que no estamos viviendo una mentira. No sé si es inteligente querer disfrutar todavía el color de las buganvillas, la pureza de los lirios de agua, la compañía de los pájaros y las rosas. No sé, en fin, si valdrá la pena seguir creyendo en la lealtad de los perros y la belleza de las mujeres.

 


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