De acuerdo con lo anunciado recientemente, bajo un extenso título que trasunta burocracia e ilustración al mismo tiempo, está en ejecución el llamado “Plan de modificación de epónimos a nivel nacional desde la descolonización”.  Por consiguiente, 6.415 planteles educativos fueron renombrados, como  la escuela “Diego de Losada” que pasó a llamarse “Judith Liendo”, en la caraqueña parroquia El Valle, ajusticiando simbólicamente el español.

Por lo pronto, el masivo rebautizo de las instituciones escolares, porque –en medio de las informalidades alcanzadas por el Estado en la presente centuria– debemos concebir el aula como una institución, la iniciativa expone el riesgo de una sustitución y redenominación arbitraria, además, portadora de una abusiva intención e intencionalidad política e ideológica de obvios efectos para la muchachada, e, incluso, sus representantes. Y ha de ocurrir todo lo contrario, militantemente lo contrario al fundarse Macondo, pues, en lugar nombrar a las personas, al mundo y las cosas, celebrando la novedad para orientar, cobrar un sentido y afianzar una identidad, desechamos por viejo el que tenían, renombrando para la confusión, y esperando un par de generaciones para saber si cala o no “Waraira Repano” o “estado La Guaira” en lugar de “El Ávila” o “estado Vargas”, sin que el médico y rector gozara al menos de un juicio sumario.

Dígase conquista o invasión,  tratamos de una dura etapa histórica imposible de borrar como también insisten en hacerlo con la colonial, fusilando a justos y pecadores en el estrecho imaginario sobreviviente del comité de salut public que convierte ahora a cada funcionario público en una suerte de Robespierre por delegación.  Y es de presumir la existencia de más de seis mil expedientes que fundamentan el cambio de nomenclatura para los planteles públicos y privados, con sendos informes suscritos por especialistas prestos a un debate que, creemos, no se ha dado siquiera en las localidades afectadas, ni generalizado en los ámbitos académicos que sufren los embates de la crisis como el resto de una sociedad sojuzgada.

El asunto no estriba en el reemplazo de los acostumbrados sustantivos a favor de los otros tomados por inmaculadamente originarios y por entonces anticatastrales, bajo criterios frecuentemente subjetivos y morbosamente revanchistas, sino en el redescubrimiento del poder toponímico del Estado que suele confrontar a una sociedad civil que nombra por uso y costumbre, creando y sosteniendo una tradición. Acotemos, sugiere la pureza, la absoluta pulcritud de la autoridad pública que redesigna, capaz de contaminar todo el hábitat con expresiones inauténticas, pero que son del interés estratégico de un socialismo que ha golpeado nuestro sentido de pertenencia y de identidad venezolanos, capaz del gigantesco artificio de escudriñar y saquear todas las Gacetas Oficiales a la caza de los espacios públicos, arterias viales e inmuebles merecedores de una distinta mención tan acorde con ese otro imaginario que no logran todavía imponer porque no encarna un proyecto cultural, a menos que se tome por tal la descomposición social en curso.

Absurdo que demandemos a todo trance el radical testimonio de integridad personal de todos los actores históricos, principales y secundarios. Recordemos, el presente régimen metió a Antonio Guzmán Blanco en el Panteón Nacional que él mismo ordenó construir, en el marco de una caprichosa reforma urbana, decretante de la enseñanza pública, gratuita y obligatoria, aun siendo un insigne ladrón del erario público.

En todo caso, si desean otra distinción para las escuelas y liceos, no deberían echar mano de los 6.000 planteles construidos en el siglo XX, localizados de acuerdo con los decretos y las resoluciones que sobreviven en los archivos, sino –algo sencillo– edificar otros 6.000 para honrar las últimas dos décadas y media. Llamar de otro modo a los institutos educativos, o cualesquiera sitios, mediante un artificio que no expresa el sentimiento de los lugareños, faltando a la autenticidad, significa un riesgo muy grave como el de no llamarlos, haciéndonos innombrables como la realidad misma.

Concebir y tildar automáticamente al neoliberalismo o el conservadurismo moral de fascistas, en cola las otras escuelas doctrinarias de sus antojos, es una jugada de laboratorio similar, esta vez, colocando la psicología social y la antropología cultural al servicio de la toponimia socialista. Innombrables, pretenden que pasemos de la urbe de los eufemismos a la de los silencios.

@luisbarraganj


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