Ningún criterio moral, individual y personal de conducta puede librarnos jamás de nuestra responsabilidad colectiva. Esta responsabilidad indirecta por cosas que no hemos hecho, esta asunción de las consecuencias de los actos de los que somos totalmente inocentes es el precio que pagamos por el hecho de que no vivimos nuestra vida en solitario sino entre nuestros semejantes, y de que la facultad de actuar, que es al fin y al cabo la facultad política por excelencia, únicamente puede hacerse realidad en alguna de las muy diversas formas de comunidad humana” Hannah Arendt

Algunos amigos que respeto lo suficiente para que sus juicios motiven mi recurrente meditación sostienen, en sus escritos y visitas a los medios, que el oficialismo constituye hoy una camarilla genuinamente antisocial por no llamarla, todavía, como lo hacen ellos, un gansterato.

Una mafia, como todas ellas, concupiscente, desalmada, viciosa, violenta, inescrupulosa me insisten que, sojuzga en los hechos, oprime, avasalla a una población cada día más a su merced y, asistida a tal efecto por una corporación que, en muy mala hora, se apartó de su vocación institucional y, haría simplemente, de guardia pretoriana que, como aquella, otrora, allá en Roma, sostenía a Nerón.

Fue Venezuela una república verdadera desde 1958 hasta 1998. Mucho costó alcanzar ese grado de evolución en un país signado por la dominación de los caudillos y los hombres de armas y, el más absoluto desdén por los derechos humanos, especialmente, la negación de las libertades públicas.

Un país que, sin embargo, se elevó, en un siglo, de la mayor pobreza al mejor perfil macroeconómico de América Latina y, luego, en algo más de dos décadas, cayó estrepitosamente su economía y su índice de desarrollo humano, para volver y liderar, las mediciones de la miseria no solo en América Latina sino en el orbe.

Una democracia arquetípica para el mundo llego´p a ser la nuestra, mencionada con admiración  e incluso paradigmática para la doctrina política mas encumbrada pero que, inficionada por el virus de la demagogia y la antipolítica, además de la torpeza de su clase dirigente pretendidamente republicana también, se dejo llevar por la sirenas de los oligarcas de ocasión y la magia del carisma de un usufructuario de nuestra deleznable y mejor llamémosla “inconsciencia histórica,” con la venia de Gadamer.

Lo peor de ese cataclísmico desastre lo representa el grosero daño antropológico que, como un cáncer, hace metástasis galopante en el cuerpo social y político. Venezuela supura por todas partes y su única posible recuperación depende y enfatizo, no solamente de un cambio de hombres sino de un cambio de rumbo, valores, ideas, creencias, políticas, normativas, instituciones y de ciudadanía inclusive. Nos debemos los sobrevivientes y en especial los jóvenes para justificarse, una revolución copernicana, ni mas ni menos.

Urge hacer una  cívica y pacífica pero, apasionada acometida al fin, para sustituir este orden fallido, corrupto y corruptor y sobretodo, patéticamente inepto; mucho más que una algarada ciudadana que encare está mal llamada  “revolución bonita” que fue y es, una experiencia que el saber mundial, los economistas más prestigiosos, sociólogos, filósofos y probados estadistas consideran, lo peor que le ha pasado a cualquier país.

La nación debe extirpa ese tumor, que ha crecido desde adentro y por influencias nocivas importadas y traídas por Chávez, con el militarismo, populismo, degradación, enajenación y servilismo popular y claro, la alienación ideológica,  cuyo desempeño deletéreo introdujo esa patología y por cierto, los autores y actores de esta desastrosa obra, no se asumen ni como culpables ni como responsables, nada.

Cae la patria por sus felonías y no muestran ni un remoto arrepentimiento y menos aún, conciben el propósito de enmienda que comenzaría, si dejaran a esta maltrecha tierra, buscarse en su desvarío e intentar una ya difícil recuperación.

En esos dos elementos, he centrado mis cavilaciones recientes y las comparto con ustedes, conciudadanos y compatriotas que me hacen el honor de leerme. En el comentario sobre las anotadas nociones de culpabilidad y responsabilidad, hace la tarea otro diagnóstico y tal vez, la terapia a aplicarle a la nación postrada y agonizante.

En efecto, la culpabilidad y la responsabilidad son herramientas apropiadas en el examen de la Venezuela yacente y desfigurada que ha seguido al arribo del chavismo o quizá sería mejor resaltar como un hito, el fin de la república liberal democrática.

Cabe observar que hemos otras veces analizado las causas del desastre que ha supuesto el siniestro del sueño republicano, con la pesadilla de los que hoy secuestran el poder formal, usurpando todos y cada uno de los poderes públicos para ellos y con sus asociados, conduciendo el país en barrena sistemática, dicho sea de pasada.

Utilizaré el láser de María Díaz, quien brevemente hace la recesión de dos textos de Arendt; en ocasión de comentar los susodichos, recientemente aparecidos y traducidos precisamente, referidos a la   temática in comento, editados con motivo del cuadragésimo quinto aniversario de la muerte de la escritora más importante, influyente y polémica de la segunda mitad del siglo XX y que aún, destaca como un faro de luz frente a las opacidades de antes pero también de este siglo XXI que se abre pleno de complejidades y peligrosas inconsistencias.[1]

Ocurre que la posicionada expresión de Arendt, La banalidad del mal, no tuvo el significado, ni la trascendencia para ella, lo mismo que para el globo. Señala Arendt que, fue un recurso dentro de un testimonio que ella ofrece del juicio de Adolf Eichmann y no conllevaba la carga moral que luego se le atribuyó.

Arendt moriría sin convencer a unos y a otros dentro de la comunidad judía sobre su explicación, relato, presentación fenomenológica del proceso del oficial alemán que, dirigió un pasaje del asesinato en masa perpetrado contra esa inerme e indefensa muchedumbre, cruelmente torturada y ultimada por el nazismo, para vergüenza del género humano.

Pero no quedo el asunto allí sino que, trascendió como locución la frase de Arendt que, invitamos a nuestro modesto pensamiento como referente, en el análisis del segmento temporal que hemos tenido en foco desde el arribo del comandante Chávez a la presidencia de la república, por la vía electoral, en un ejercicio de total transparencia, licitud, legitimidad y legalidad que le proporciono la república, contra la que él y sus acólitos ya habían atentado y luego, embestirían, hincando su entidad, buscando su femoral, su yugular y su corazón.

Apuntaron e hirieron gravemente su institucionalidad y de allí a su sociedad y sus miembros, hoy vaciados de significados y disuelta su espiritualidad, sus adquiridos, en los dislates orgánicos de la crisis perfecta porque, reúne a todas las crisis posibles en su fragua bizarra y distópica.

Chávez y los que llegaron con él simulaban estar convencidos, de entrada, de su superioridad moral. El golpista y sus secuaces argüían simbolizar, una suerte de redención, ante un sistema agotado y corrompido. Ellos cauterizarían y salvarían el alma de la Venezuela acomplejada y reo de sus graves transgresiones.

Gracias a los medios de comunicación que, erráticos, se convencieron y se creyeron el cuento, pero sobre todo que jugaron engañosos a la antipolítica, defenestrando a la república liberal democrática lo lograron.

La secuencia origina un expediente que contiene imputaciones sobre aquellos a los que se les reclamaría sus conductas y el alcance pernicioso de sus ejecutorias. Una porción numerosa de conciudadanos conoce de los hechos y en su narrativa, a la hora de opinar, advierte que hay culpables y responsables y lo hace persuadido de una serie de constataciones basadas en hechos y que asume como la verdad que se muestra y demuestra ante ellos.

Pero una vez más y no la última, se cuestionará y discutirá qué es y cuál es la verdad y su rol en la política. Aunque a menudo la creencia se fundamente en una figurada veracidad, cabe poner en tela de juicio eventualmente cualquier aserto, para en la autocrítica y/o en la problematización metodológica como ejercicio, nos acerquemos o convenzamos más de la correspondencia entre lo que creemos y lo que es. Señala Ludwig Wittgenstein a propósito, “…el que en la práctica no se ponga en dudas ciertas cosas, pertenece a la lógica de nuestras investigaciones científicas.[2]

Empero; no hay plaza para trabajar el tema sobrevenido aunque atractivísimo en este espacio. Confiaré entonces en el fenómeno del auto evidencia que,  en la más elemental racionalidad, señala impajaritable, culpables a cada uno de los que actuaron y actúan en el teatro y en los actos que han configurado esta tragedia que, dura ya más de dos decenios.

Los que hicieron y los que pudiendo o debiendo evitarlo, dejaron que se hiciera y se siga haciendo. Son autores del crimen contra la patria y contra la nación, la gente, el pueblo. Falta a la ética por responsabilidad diría Weber.

Un proverbio latino reza, “Nullum crimen sine actio” para destacar que es menester para cometer la infracción, participar, de alguna forma de la misma. Otro; precisa, “nulla inhuria sine actione”. No se trata de una disquisición sobre semántica o lingüística pero, no podría decirse que la omisión exime y, también puede devenir, por argumento contrario y sobran los patrones que lo dejan ver, una manera de faltar o contribuir con la transgresión.

Arendt distingue la culpabilidad atada a la acción personal criminal y la responsabilidad, como la conducta que activa o pasivamente la acompaña. La primera, como se ha dicho es personal según la filósofa y, la segunda colectiva, siendo que nos involucra a todos.

De lo que nos pasa y ha pasado en Venezuela, creo que somos todos responsables y en particular los ciudadanos. Vale leer el artículo de Vicente Carrillo-Batalla, titulado «Responsabilidad ciudadana», publicado en El Nacional del día 17 de mayo del 2021. En la misma línea he escrito antes, por lo que sea esta mención, solo una reiteración

Albert Camus, creo parafrasearlo cuando afirmo que, lo que distingue la culpa del dolo es la premeditación. No obstante; observo que la reunión de la culpa y la responsabilidad en el sentido arendtdiano, lo configuraría la impunidad, practicada, como cultura organizacional y de allí, derivan muchos corolarios infectos.

El chavismo y el madurismo, se lo han permitido todo. Se lo consienten y asumen como una secuencia natural, a la que tienen acceso, cual derecho que confiere la tenencia del poder. Adulteran a placer a los órganos del poder público, insolentes. Contravienen a diario y no exagero ni difamo al afirmarlo. En ese camino se fue quedando la república, la soberanía, la democracia y la dignidad de la persona humana.

Revisemos los informes de la organización internacional y remacho, además, la Corte Penal Internacional pero ante nuestros ojos, la cotidiana y ya rutinaria actuación, obscena e impúdica de los cuerpos de seguridad que  disparan, despojan, se apropian, sin vacilar y ejecutan extrajudicialmente incluso, sin que los autores sean sujetos de investigaciones o se les siga juicio. Lo reciente y muy publicitado sobre Lácteos Los Andes parece un chiste ante lo que se oye decir y repetir, acontecería por doquier.

Los jueces son cómplices de purulentos mecanismos de prevaricación y venalidad entre otros y,  muy a menudo, son arietes contestes y conscientes, de la comisión de hechos punibles en especial, negando, enervando, desconociendo o permitiendo se violen los derechos humanos de los paisanos.

La decisión de embargar los bienes y tomar las instalaciones del diario El Nacional es otra “nimiedad” que se dan el tupé de consuno, jueces y personeros del oficialismo y ni hablar del TSJ y de la Sala Constitucional que mancillan ininterrumpidamente la constitucionalidad y en general la legalidad.

No hay derechos humanos en Venezuela que no sean violados o desconocidas las garantías de los mismos. Por eso, no hay seguridad ni protección para los coterráneos, ya medrosos de vivir indefensos. Lo decía Anatole France, premio Nobel de Literatura en 1921:  “Ay de aquellos pueblos cuyos jueces merecen ser juzgados”

Es muy larga la lista de ofensas y agresiones, de crímenes que se ven y padecen a diario y sincronizo de alguna forma, con lo que hoy se entiende por la banalización del mal. El chavismo, populismo, militarismo, ideologismo, madurismo le quito al mal su hórrida condición y lo normalizo con descaro inaudito. Lo banalizó en suma.

Chávez y sus acólitos, mentían y mienten regularmente, no únicamente porque no les convenga la verdad, que los hace por cierto, culpables a fin de cuentas, sino porque no les importa. Se acostumbraron, se habituaron en una cosmovisión (Weltanschauung) amoral compartida que descubrieron y fomentaron, en el envilecimiento que les inoculó, el goce del poder sin cargas ni responsabilidades.

No puedo ni quiero olvidar al difunto comandante; a mi juicio, culpable y principal responsable de éste crimen contra la patria, cuando quiso y por algún tiempo ha logrado, “corregir mintiendo la verdad” de lo acontecido el 11 de abril del 2002 y convertir a los inocentes en culpables y responsables y a los “tonton macoute” de Puente Llaguno y edificios adyacentes, buena parte de ellos, sede de organismos oficiales, claramente autores de la masacre, en víctimas y, a los valientes metropolitanos en culpables y responsables de delitos de lesa humanidad.

Y así centenares de opositores, sindicalistas, protestatarios, militantes y también muchos muchachos que nunca sabremos si lo eran o no, malhechores dicen pero que, no les causó ninguna turbación ultimarlos. Como si nada pues…

Y así es con todo. Las finanzas públicas son botín, los bienes constitutivos del capital público, la propiedad privada han sido y son saqueados, expoliados, persiguiendo y confiscando cuasi literalmente, a los medios que osados, expresan la sórdida realidad.

No hubo antes un latrocinio como el que comete y han cometido en los 22 años de prevalencia. Se revienta el país de hambre y, lo diezma la pandemia y los revolucionarios chavistas se vacunan ellos y demoran retardan o acaso nunca acaben de traer, al menos de buena gana, las vacunas para prevenir el covid-19 y cuando lleguen, ya repararemos cómo le sacan jugo, a esa otra forma de control social.

Tal vez tengan entonces razón mis amigos, colegas, correligionarios, conciudadanos universitarios que los denuncian y llaman gánsteres, aunque luego vengan con sus tribunales a perseguir a los osados que intrépidos denunciaron los hechos y las interpretaciones que de esos hechos se pueden inferir.

Entre la Corte Penal Internacional y la Convención de Palermo, se moverán, por decirlo así, estos sujetos o más bien, imputables, culpables y responsables, luego de que se les juzgue. Sin olvidar esa otra justicia de la que se burlan, al tomar la comunión, en el evento de la beatificación del médico de los pobres, José Gregorio Hernández. ¡Esos si son  cínicos Diossss!

@nchittylaroche

[email protected]

 

[1] (ARENDT, Hannah: Responsabilidad personal y colectiva, Página Indómita, Barcelona, 2020, 103p. por María Díaz, en AGORA — Papeles de Filosofía — (2021), 40/2: 249-252 ISSN 2174-3347).

[2] (Wittgenstein, Ludwig. Sobre la certeza, Gedisa, Barcelona 1988, pág. 44; citado por 1Alejandro Sahuí Maldonado, Verdad y Política en Hannah Arendt, EN-CLAVES 81 del pensamiento, año VI, núm. 11, enero-junio 2012, pp. 81-98.)


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!