Comencé a pergeñar estas líneas el jueves 2 de febrero, Día de la Candelaria, cuya celebración pone término a los festejos de Navidad y en muchos hogares se procede a desmontar nacimientos y arbolitos. Las encabecé con un título de resonancias cuasi religiosas, porque en tal fecha, hace 2 años, falleció en Margarita Pastor Heydra, a quien dedicaré algunas palabras in memoriam, antes de abordar lo concerniente al mayor general Miguel Rodríguez Torres, aunque se hayan agotado los adjetivos para (des)calificarle. En nota necrológica de febrero de 2021, un entrañable amigo de Pastor, Mario Valdez, lo perfila en los términos siguientes: «periodista polémico y un político aguerrido, dirigente estudiantil y juvenil (FCU y CNU), diputado (CN y AN) y ministro (OCI), en el mundo universitario y en la arena política fue cariñosamente conocido como ‘El negro o el perro Pastor’, apenas tenía 72 años de edad. Vivió grandes acontecimientos como actor o como testigo: el fracaso del PCV en las guerrillas y la lucha armada, el mayo francés y la invasión a Checoslovaquia (1968), la división del Partido Comunista y el nacimiento del MAS, el regreso de Perón a Argentina, la caída de Allende, el Caracazo, el fracasado golpe del 4 de febrero de 1992, la caída de Carlos Andrés Pérez y el ascenso al poder de Hugo Chávez». A propósito del mote canino, recuerdo su amistoso reparo, cuando yo era director creativo de ARS Publicidad, en razón de una cuña desarrollada en una clínica veterinaria. Como el albéitar llamaba a los pacientes por la denominación de su raza —¡Pastor!, ¡Bernardo!—, juraba que el spot aludía a él y a Bernardo Viera, entonces redactor de textos cortos y degustador de almuerzos largos en CORPA y colaborador de Pastor en alguna campaña electoral. Años después, en Margarita, seguía empecinado en atribuirme la autoría de aquel mensaje nada subliminal.

Antes de morir, había dado los toques finales a una suerte de ajuste de cuentas con la dirigencia del MAS —La esperanza de una gran aurora y su arrebol— e intentaba acometer la biografía de su mentor político, Antonio José «Caraquita» Urbina (ex secretario general de la Juventud Comunista, fundador del MAS, exembajador en Suecia y miembro de la junta directiva del Consejo Supremo Electoral); pero, al mismo tiempo, tenía metida en la cabeza el asombroso recorrido vital de Pierre Marie Bougrat, médico francés oriundo de Lyon, condecorado con la Croix de Guerre y la Légion d’honneur por su heroico desempeño en la Gran Guerra —en 1927 aún no era llamada «primera»—, acusado injustamente de homicidio y condenado a poner el pescuezo bajo la hoja de la guillotina, pena capital cambiada a 25 años de reclusión en la ultramarina prisión de Saint Laurent du Maroni, mejor conocida como Cayena, de donde se fugó y tras un sinnúmero de peripecias, relatadas en el libro Le Docteur Bougrat n’a pas tué (El doctor Bougrat no mató, Stephanie Martin,1928) y noveladas  en Le secret du docteur Bougrat (Christian Dedet, 1988), se estableció en Juan Griego.

Concluida la evocación a Pastor, paso a la prefigurada cuestión Rodríguez Torres, transcribiendo literalmente un párrafo de su trayectoria inserta en Wikipedia: «Rodríguez participó en el primer intento de golpe de Estado de Venezuela de 1992. Llevó al Batallón José Leonardo Chirinos para la toma de resguardo de la residencia presidencial (La Casona.) Durante el asalto, fueron asesinados: Gerson Gregorio Castañeda, 26 años, agente de la Disip adscrito a la División de Patrullaje Vehicular; Edicto Rafael Cermeño, agente de la Disip; Jesús Rafael Oramas, 30 años, agente de la Disip, adscrito a la División de Patrullaje Motorizado; Jesús Aponte Reina, 21 años, agente de la Policía Municipal de Sucre, quien murió al recibir un impacto de mortero».

Este sociópata fue amnistiado por Rafael Caldera. Y volverá a hacer de las suyas al frente del Ministerio de Relaciones interiores, Justicia y Paz durante las protestas antigubernamentales de 2014 (La Salida), y fue figura descollante de la represión. Uno de sus escoltas estuvo involucrado en el homicidio de Bassil Da Costa. Se le recuerda por la disolución de manifestaciones en Táchira y del campamento instalado por jóvenes frente a la sede de Naciones Unidas en Caracas. Bajo su dirección se instaló una mínima celda de tortura en el Sebin, conocida como La Tumba. Su iniquidad no fue la causante de su encarcelamiento, sino su progresivo desmarque del régimen al cual sirvió aquiescentemente, mediante su oprobioso desempeño en tanto esbirro de mayor rango del aparato opresor de Maduro. El distanciamiento condujo ineluctablemente a la ruptura. Igual a todo converso, radicalizó sus posturas frente a su excomandante en jefe. Este, en 2017, vinculó su apostasía al ataque de Óscar Pérez al tribunal supremo de justicia (me niego a engalanar con mayúsculas a esa guarida de jueces venales y prevaricadores) y lo metió en chirona hasta el sábado 21 de enero de 2023, cuando arribó a su cumpleaños 59 y a casi un lustro tras las rejas, siendo liberado por mediación del inefable expresidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero. No hay simetría entre la fríamente calculada indulgencia calderista de 1994 a la panda golpista del 4F y el perdón con te vas muy largo al carajo del usurpador a su antiguo represor de confianza; sin embargo, se trata de un indultado por partida doble.

Como escribo con bastante antelación al día de ayer sábado 4 de febrero no me atrevo a vaticinar cuál será el cariz de los actos con motivo de la más sobresaliente efeméride del calendario de las ignominias castro chavistas. Por eso, a manera de colofón, repito aquí lo publicado en este espacio a propósito del circo montado hace un par de años a objeto de ensalzar al redentor de Sabaneta y glorificar la traición perpetrada contra el presidente Carlos Andrés Pérez por un paracaidista ignorante, arrogante y de encantos serpentinos, con la tácita aprobación de notables, resentidos y oportunistas. Con ese mortal zarpazo a la Constitución sobrevino una nueva ola de devoción desmedida al Libertador. Y aunque procuro, desde entonces y en lo posible, no citarle, me pregunto cuán pertinente resultaría traer a colación una socorrida y descontextualizada frase suya con tufo de incorrección política: «Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia». Las primeras 10 palabras de tal reflexión  son comúnmente asumidas —argumento magister dixit— a guisa de explicación del irresistible ascenso del comandante hasta siempre y la imposición de un modo de dominación social de inspiración cubana con un indigesto aderezo de retórica bolivariana; no obstante, el tiempo transcurrido entre la felonía de los comandantes arcangelizados,  en aras de intereses creados por opinadores tarifados, y la elección presidencial en 1998 del falso mesías barinés, facilitada gracias a un indulto vengativo y a una abstención sin precedentes, fue suficiente para imponer una matriz de opinión moldeada en la antipolítica, e instalar en la presidencia al charlatán responsable  de un cuarto de siglo de involución social, política y económica, quien además nos legó al mascarón de proa de un sistema absolutista monitoreado por La Habana y supervisado por Vladimir Padrino, quien pondrá rigurosa disciplina militar a la rusa en la salsa a bailar por el reyecito en el carnaval rojo.


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