“El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda». Umberto Eco.

Sórdido este ambiente en que vivimos en nuestra exhausta Venezuela, en la que no sabemos qué creer. La mentira y su manipulación incluso, son un signo rutinario en nuestro decurso existencial y, la recurrencia del anómalo en las más altas esferas demuestra que detrás de la “convicción” del poderoso obra quizá mucho más.

Es un tiempo de posverdad y me permitiré reproducir una nota de ese excepcional compatriota Sadio Garavini di Turno, quién en un artículo aparecido en el portal América 2.1 que edita Marcos Villasmil, con acierto e intuición, glosa, preciso y valioso, un texto de otro coterráneo de primera calidad mundial así: “En su nuevo y excelente libro, La revancha de los poderosos, Moisés Naím nos advierte que las sociedades libres se enfrentan a una nueva y maligna forma de poder. Una casta de políticos que tienen una nueva fórmula para llegar y permanecer en el poder. Para Naím, la fórmula se resume en ‘las tres pes’: populismo, polarización y posverdad. Los autócratas 3P nos dice Naím: ‘son dirigentes políticos que llegan al poder mediante unas elecciones razonablemente democráticas y luego se proponen desmantelar los contrapesos al poder ejecutivo mediante el populismo, la polarización y la posverdad’. El populismo y la polarización tienen una larga historia y han sido estudiados ampliamente, la posverdad, es ‘un ataque frontal contra el sentido de la realidad’ y es difícil diferenciarla de la simple mentira. ‘La posverdad en el contexto de las democracias, constituye un fenómeno nuevo y aterrador’. Los políticos siempre han mentido. La posverdad se diferencia de la simple mentira a través del uso estratégico de la confusión. La posverdad no consiste en propagar mentiras sino en destruir la posibilidad de que se pueda decir la verdad en la vida pública. La posverdad hace que nuestro sentido de la realidad se tambalee. En el diccionario se define ‘posverdad’ como: ‘La desaparición de los criterios objetivos comunes sobre la verdad’. La línea divisoria entre los hechos y el conocimiento, por un lado, y las creencias y las opiniones, por otro, se desvanece». (América 2.1, viernes 13 de mayo 2022, Caracas)

No escapa nuestro país de esas deletéreas influencias, mutatis mutandis y, muy al contrario, y desde el arribo del comandante al poder, las hemos vivido y padecido sistemáticamente.

Hay un jaque continuo ante la realidad que lleva a cabo el régimen, imitando al discurso cubano de una revolución que no cesa de desconocer la verdad y de deformarla, torcerla si acaso, para imponer una versión del asunto. Como diría Orwell y lo parafraseo de alguna forma, regando el jardín de la policía del pensamiento.

Digo y me atrevo a sostener además que Cuba es, por cierto, la fragua más consistente de la ideologización totalitaria en el mundo, disputándose codo a codo con Corea del Norte y no es poco decir.

Conviene, no obstante, ubicarnos ab initio, con una brevísima mención sobre los orígenes del vocablo y su tránsito, hasta devenir lo que es hoy. Ralph Keyes, periodista, publica en 2004 un libro titulado The post truth era, Dishonesty and deception in contemporary life, (St Martin’s Press, New york 2004) que aborda crudo el examen del discurso contextualizado en un marco comunicacional, en el que la tecnología y la desvalorización que signa este siglo XXI hacen zapa a la verdad, impunemente, además.

Comienza Keyes advirtiendo, con la presentación de una idea central, la mentira pareciera fagocitarlo todo, para derivar hacia una perniciosa orientación; lo creíble desplaza a lo verdadero. Antes y durante todos mienten y se lo creen a la postre o viven como si la mentira fuera la verdad.

El uso de esa máxima, en los planos del ejercicio del poder, se percibe en las actuaciones de muchos empoderados que luego se construyen, en detrimento de la veracidad, un plano descriptivo deformado pero que ellos soportan en sus habilidades, en su propaganda y en su carisma.

En 2016, el diccionario Oxford, declaró la voz “posverdad” palabra del año y consagró su importancia definitivamente. En ese cosmos, reina la confusión y los hombres de poder, pero también los grupos de interés, de presión, las ideologías, navegan tranquilamente, relativizándolo todo. La especulación se codea con la verdad y además da pie a cualquier manipulación.

Lo peor es la banalización del asunto que sabemos nos abruma, pero, incluso jugamos ese juego en nuestro claro perjuicio, si no admitimos que la mentira nos induce al error o nos desorienta, además. Pasa como con el espectáculo que, tal mostró Vargas Llosa, se sustituye en la cultura y sabemos bien cuanto daño nos viene suturando.

En Venezuela desde que inició el gobierno de Chávez y por carambola, y perdonen el coloquio, con Maduro igualmente se ha hecho, se hace y se hará uso de la mentira y de la posverdad. La realidad ha sido desafiada por el opresor de variadas maneras. La idea es que la realidad no adquiera  necesariamente más que ribetes de verdad.

Al comienzo se trató de oponer las perspectivas, pero luego, valiéndose del cinismo y ante todos se contrastó la verdad, para pretender y lograr a menudo confundir y/o convencer a muchos de asumir otra interpretación.

Poco a poco erosionan a los que están prestos a cualquier cosa. Llegarán a renunciar incluso a su conciencia, adherirán la adulteración, harán de la conversación, un compendio de galimatías que encierran una suerte de neolenguaje, para posicionar una pragmática que sesgue el sentido de las cosas.

El uso de los medios masivos puede y de hecho lo hacen para sedimentar la falsificación. El 11 de abril, vigésimo aniversario de la masacre de la avenida Baralt y el centro de Caracas, se atrevieron a una cadena para contar otra historia distinta a aquella que vivimos. Los agresores, esbirros, homicidas resultaron victimizados y los realmente agredidos trastocados como terroristas, asesinos, malhechores.

Cada manifestación o marcha a lo largo de los años de ejercicio ciudadano de calle terminaba con heridos o muertos entre los desarmados que protestaban, a mano de los colectivos paramilitares o de las fuerzas de seguridad o de policía, pero, invariablemente se repetía, por los portavoces del gobierno que eran los oficialistas y su cuerpo de uniformados los arrollados, atacados, vulnerados y todo el mundo había visto que las cosas pasaban distintas.

El país no se ha arreglado y mientras esté en el control de la cosa pública el Frankenstein populista, militarista, ideologizado no se podrá arreglar porque el cambio necesario tendría que ir a la raíz y este alumbramiento maléfico que ha nacido y se ha adueñado del poder; no puede, no quiere, no sabe hacerlo diferente y sabemos la razón; ellos son distintos y es tiempo de entenderlo y de asumirlo. Son un engendro corrupto.

Angustia, no obstante enterarse que otra vez y con el apoyo norteamericano, se reinicia el sainete mexicano, del diálogo siempre monológico, ante quienes ya no se representan ni a ellos mismos. La posverdad no es exclusiva del déspota sino de aquel que simula contradecirlo también. Round 12 de una pelea trucada me temo.

La gesta pendiente pasa por recuperar la verdad y no malgastar la consciencia y a propósito de ello; ya se nos recuerda a diario que la estamos desperdiciando y que un daño antropológico profundo, cual tumor, hace metástasis en el cuerpo político. En similar dirección se expresó hace días, una neuro inmunólogo Rebeca Jiménez y lo publicó El Nacional. La calificada profesional destacó y como un fenómeno masivo la pérdida de autoestima y la creencia de que no vale la pena actuar camino a la resignación.

Acoto que leí hace algunos años una nota referida al ensayo, entre varios otros memorables de Paul Valadier, referido al trance que encara el cristiano ante sí y ante el mundo que promueve sus dudas y mortificaciones y lo evoco, siendo que ahora más que jamás necesitamos mantener nuestra autonomía espiritual y espíritu crítico. El ensayo del sacerdote jesuita, escritor y ciudadano se denomina, “Elogio de la consciencia,” y cabe también obsequiarnos, por respeto a nosotros mismos más que una reflexión, mejor, una consciencia libre y rebelde, a riesgo, claro, de ser acusados de sedición.

Nelson Chitty La Roche

[email protected]

@nchittylaroche

 

 

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