Un sudoroso caudillo, que por desgracia le salió a Venezuela en los estertores del siglo XX, gritaba frenéticamente sobre el mar de la felicidad de los cubanos, manifestaba que gracias a sus acciones de estadista los precios internacionales del petróleo habían subido y se hacía justicia, una justicia que llevaba el aditivo de social y reivindicadora de los pobres, una que distribuiría las riquezas de un Estado expoliado por las transnacionales perversas del imperio y sus secuaces los oligarcas. Estaba dividiendo, una de las acciones de la neolengua para la dominación, recitaba además los párrafos anacrónicos de Las venas abiertas de América Latina, un panfleto incendiario de la izquierda, superficial por demás, el cual se repetía como credo en los años setenta. La obra de Galeano era tan vacua como los aportes de André Gunter Frank y Paul Baran, estas eran las referencias de aquel caudillo,  cuya magna obra era la tarea de hacer miserable al país con mayores reservas probadas de petróleo, pero con muy pocas reservas éticas y de prudencia, que nos impidieran medir el impacto del chavismo como disrupción del desarrollo histórico y social de la nación entera. Nadie era capaz de contradecir esa andanada de estulticias  construidas y perfiladas desde la fatal arrogancia denunciada por Hayek y la también fatal ignorancia advertida por el abogado Axel Kaiser.

Algunos sectores, luego de 2002 y la implementación voraz de un programa de misiones, para combatir a la pobreza coyuntural, pero siempre garantizando la inamovilidad en el ascenso social, se atrevían a indicar la insostenibilidad de un Estado omnímodo y con visos de autoritarismo, evidenciables en su peculiar manera de establecer una suerte de sesgo participativo o, como dicen los técnicos, un autoritarismo competitivo.  Esas tímidas voces eran tildadas de escuálidas, apátridas, cachorros imperiales, cipayos y toda suerte de calificativos en la pretendida y exitosa empresa de calificar al otro, otorgarle un adjetivo que defenestrase sus inquietudes hacia la invisibilidad.

Aquella andanada revolucionaria avanzaba a paso de vencedores, los precios muy favorables del petróleo, le permitieron a este país recibir un billón de dólares, una cifra hiperbólica, un millón de millones de dólares. Nada parecía detener las ambiciones de Chávez y del chavismo, sin embargo, allí silente siempre estuvo la economía, esa asignatura en la cual los socialistas son congénitamente torpes y, como siempre, fue vulgarizada, tratada desde las recetas estalinistas de la más abyecta planificación de Estado, por el muy nostálgico “monje” Jorge Giordani, un ingeniero electrónico venido de la República Dominicana y fiel seguidor del estalinismo y de toda la literatura inservible de la planificación centralizada, el desarrollo del subdesarrollo y quién sabe qué otras inviabilidades. Este economista autodidacta fue el responsable de la peor estafa en el desarrollo histórico social de Venezuela.  De sus atolondradas ideas surgió todo este Estado macilento, corrupto e inviable, que podríamos definir como un hijo del pasado. Un planificador que deseaba mantener pobres a los pobres, para así manejarlos y dominarlos, un elemento quien después de ser defenestrado del Olimpo del chavismo, se convirtió en uno de sus detractores y que muchos lerdos de la oposición parafrasean como si se tratase de un santo evangelista.

Desde ese estadio olvidado en el cual esta hegemonía decidió meter a la economía, como ciencia para ser burlada, envilecida e invadida por intrusos y así permitirles violar sus preceptos, entrometerse sin formación ni rigor en sus áreas, engañar a un país a punta de incendiarios discursos, de idealidades inviables para esta segunda década del siglo XXI, de una supuesta Venezuela potencia, en donde un retirado comandante observare plácidamente desde un chinchorro el logro de su revolución de la equidad y legase el poder entregado desde el realismo mágico por Bolívar a un sucesor, la economía se preparaba para, como el agua, retomar su curso y en muchos casos hacer  estragos como en efecto ocurrió. Sin embargo, no suponíamos que a la muerte de Chávez y el legado a Maduro, Venezuela experimentaría este desastre humanitario de carácter complejo, no nos satisface en lo absoluto a los adversarios de esta estafa el resultado de su infeliz tránsito por nuestra historia, no nos ufana el hecho de haber tenido la razón desde siempre, no es bálsamo nunca haber estado errado con el peligro que embridaba y embrida el chavismo, es sencillamente desolador ver los resultados de su nefasto tránsito por la historia.

Desde 2015 la crisis del país daba señales de ser inusual, de tener un cariz  cadavérico que a todos nos alarmaba. Los eufemismos para calificar a la crisis humanitaria no se hicieron esperar, era compleja pues provenía del Estado, era el propio Estado capaz de eclosionar en el tabú de autodestruirse, se estaba perpetrando la advertencia de Rousseau y acudíamos a la fractura del contrato social y el quebranto de la confianza. La respuesta desde luego era positiva, el chavismo, tan letal como una guerra o una catástrofe natural, es superlativamente superior en destrucción, pues su capacidad para roer a la sociedad es progresiva e incremental, infinita como la maldad.

Ya ese idilio socialista comenzaba a presentar la misma sintomatología de sus predecesores en la historia moderna de la humanidad, el mar de la felicidad se hizo angosto, oscuro, pestífero, tormentoso y muy gris, era una laguna fría silente sin pulso vital, con cadáveres en sus aguas, con un barquero siniestro, Caronte, al cual había que darle dólares, una moneda que ni siquiera es la nuestra, para que nos lleve de la orilla de la hambruna a la de medio comer, de la orilla de la muerte a la gravedad, de la orilla desde la cual los cadáveres hinchados de nuestros seres queridos explotan en hedor y horror  de  triste fosa común.  En esas, las orillas de la Estigia del Caribe, Caronte recibe los dólares doblados de la remesa, los afanados de cualquier indignidad y hasta los de la cúpula que maneja pagos electrónicos por Zelle; este nuestro Caronte tiene el rigor de la muerte y por remos usa la hoz y el martillo del socialismo, para hacer mover su barca en medio del dolor de todo un país.

En 6 años perdimos 70 veces el tamaño de nuestra economía, perdimos el aparato productivo y la moneda como institución social. El Estado es absolutamente fallido y no puede proteger a sus ciudadanos de su propia acción, el empleo se precarizó, la productividad desapareció. Venezuela es el tártaro el último círculo del infierno, todos lo sabíamos, es una angustia compartida, quizás más grande que la incertidumbre de contagiarse o vivir, contagiarse o comer, pero la espada de Damocles de un sistema hospitalario desmantelado también nos condena a una muerte segura y rápida, aunque de seguir así, todos estaremos muertos de hambre, necesidad y angustia, que al igual que las moiras, es implacable.

Era necesario que el concurso del saber universitario de la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolívar ratificar el fracaso palpable del chavismo con datos incontrovertibles, que no le dieran radio de respuesta a la posverdad. Así pues, la  Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) nos vapuleó como sociedad, hasta sacarnos de la psique que no somos un país rico, somos más pobres que la isleña Haití, hemos descendido a los ojos del mundo, Caracas es una edición tropical de la africana Harare, con toques de la hambrienta Yuba de Sudán del Sur y con la violencia de  la Kinshasa de la República del Congo. Retrotraídos a la capacidad de producción de petróleo de 1945 y con un poder de compra inferior al que teníamos en 1957.

La migración ha impactado el volumen y la composición demográfica, el éxodo ha causado la feminización y longevidad de la jefatura del hogar, somos pobres por ingresos en un 96,2% y pobres extremos en 80%, la esperanza de vida se ha reducido en 4 años, así quienes hayan nacido entre 2015 y 2018 vivirán cuatro años menos.  Más de 600.000 niños están congénitamente desnutridos; en uno de 4 hogares no pueden comer, la mitad de la población presenta inseguridad alimentaria. La mitad más pobre de la población tiene rezagos escolares de más de un año y la demanda universitaria se ha reducido a la mitad. Ningún estrato social consume proteínas en las cantidades idóneas (51 gramos por día) y en calorías el rezago es mayor, el 60% de la población no consume las 2.000 calorías diarias. El gran logro del chavismo es convertirnos en un erial.

Del mar de la felicidad pasamos a la laguna Estigia, así el socialismo demostró, una vez más, que es incompatible con la vida y la dignidad; toda revolución socialista produce hambruna la chavista no tenía que ser la excepción. Por el contrario esta revolución tiene un gradiente superlativo en la cualificación de la maldad, pudo convertir a un país con las mayores reservas de petróleo en una entelequia absolutamente incompresible para nuestra muy golpeada capacidad de hacer autoanálisis.  Entender que la base poblacional del país, su parámetro de conjunción consolidada, se encuentra afectada en su transición por una violenta diáspora por demás cruel y desordenada, que afectó hasta la base etaria, somos más longevos como población: el estrato entre sesenta y setenta años se ha incrementado en un intervalo entre el 10 y el 12%, ese es otro logro de esto que definen como revolución y se debe a la emigración de grandes contingentes de la población económicamente activa. Todo este cuadro de logros perversos se resumen en el hambre, ese flagelo del África, que la neolengua goebelliana a través de su aparato absolutamente hipertrofiado se encargó de promocionar como derrotado, contando para ello con anuencia de los mismos organismos internacionales que hoy no pueden seguir morigerando, la presencia de este engendro que resuena en las vísceras de millones de venezolanos, que se exhibe en las figuras lánguidas y famélicas de más de la tercera parte de la población.  Ser un país con riesgo de hambruna nos compara con Sudán del Sur, Yemen, Chad, República Democrática del Congo, Afganistán y en nuestro hemisferio somos más vulnerables que la diminuta Haití, otra metamorfosis del horror, un portento del chavismo, hacernos más vulnerables que los países antes mencionados. Si hay alguna elección a la cual podremos acceder como ciudadanos, es aquella que nos coloca en la disyuntiva fatal de morir de hambre o contagiarnos de la pandemia de coronavirus.

Resuena como otro eco  de este sideral fracaso, solo logrado por una hiperbólica capacidad de hacer el mal, digna de ser referida por Rabelais, haciendo la analogía entre los prodigios del gigante Gargantúa y su hijo Pantagruel, con los desastres producidos por Chávez el gigante, calificado de esta guisa por los propagandistas de su ideología vacua e inviable, el vergonzoso hecho que reside en la coexistencia en el discurso de un vestigio de equidad y justicia y el resultado verificado en el país, el cual redunda en una marcada inequidad que va desde la orilla de las transacciones en divisas, hasta la calidad de la dieta, ya que el cuartil más rico consume cinco veces más proteínas y carbohidratos que el cuartil más pobre, pero en términos de análisis de datos, ningún sector socioeconómico es capaz de acceder a las mínimas 2.000 calorías requeridas para la vida y los 51 gramos de proteínas, por tanto, somos una reedición americana de la Camboya de Pol Pot o de la Ucrania de Stalin.

Chávez, conductor de la barca de Caronte, remonta e iguala la desnutrición infantil de Venezuela con la del Congo, Zambia y Nigeria; para que el lector pueda comprender   la gravedad de este hecho, la desnutrición en menores de cinco años es de 30,3%, mientras que Haití presenta una cifra de este indicador próxima al 22%. En efecto, nuestros niños, esos de la patria, son más raquíticos y por ende tendrán menos capacidades cognitivas que los haitianos, algo digno de aplaudir entre los más malvados de la historia. Eso que advertíamos sobre el riesgo histórico del chavismo y que recibía lapidaciones de un lado y descalificaciones del otro, hoy en día se mide en el llanto monótono y continuo de la infancia desnutrida, en la frenética, absurda y miserable Venezuela de Maduro y Chávez.

La pandemia de la COVID -19 , presupone una mortal disyuntiva que nos lleva a diario a enfrentarnos a una muerte segura por asfixia (pues los hospitales son templos del dolor) mientras mantiene con vigencia la necesidad de salir a alimentarse. El desempleo ha aumentado en 6,9% a niveles nacionales y en la esquizoide capital de la República, el mismo asciende a 10,2%. En este erial dejaron de percibir ingresos y perdieron el empleo 45% de los hogares; igualmente el emprendimiento, égida para cubrirse del tsunami escatológico del chavismo, se ha reducido en 61%. La remesa, ese vínculo del dolor con el exilio, aquella tabla que suponía no hundirse  en la pestilencia de la fría laguna Estigia de la pobreza venezolana, se ha contraído en cuatro puntos. La incertidumbre en cada estornudo, cefalea o descomposición digestiva nos aproxima a una tortura psicológica al no saber si podremos librar la lucha en los desmantelados hospitales. Al momento de escribir este artículo, me asalta la duda sobre los posibles contagios en el alto gobierno y si los mismos serán atendidos en las redes de hospitales y centros de diagnóstico integral. También podríamos dudar sobre su veracidad y aducir que se trata de un atajo de la neolengua para presentar una recuperación milagrosa gracias a los procedimientos ancestrales inoculados por la verdad oficial, tal vez estos contagios muten en vigorosas recuperaciones de la mano del realismo mágico, la fantasía y la posverdad.

Finalmente, dejo al lector esta máxima de Hayek, a los fines didácticos de comprender la incompatibilidad del socialismo con el cálculo económico, la dignidad y la libertad. Cual serendipia podremos decir que buscando reconstruirnos, nos toparemos con la necesidad de refundarnos, de volver a crear riqueza, de construir acervos de capital privado, que sirvan de dique de contención a cualquier pretensión futura de regresar a este horror. Venezuela se tiene que curar del populismo y del clientelismo, defenestrar la estúpida idea de que somos un país rico, tal vez lo fuimos en otrora época, pero permitimos ser expoliados por una hegemonía de los peores.

La estafa de lograr un cargo sin formación consiguió estos resultados, el atajo, el nepotismo y el amiguismo son también responsables de estos resultados, pues la incompetencia en la administración de la cosa pública es un acto de corrupción y aquí muchos simuladores, aún en medio de este desastre siguen buscando conectarse con el Estado, enquistarse en un negocio y proponer vacuidades electorales, frente a la tesis de Agustín Blanco Muñoz, de que Venezuela es un ex país, una ex República y hasta tanto no resolvamos estos escollos estaremos arando en el mar.

“Totalitarismo es la nueva Palabra que hemos adoptado para describir las inesperadas pero inseparables, manifestaciones de lo que en teoría denominamos Socialismo”. Frederick Hayek.

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