Conviniéndole tanto como poderosamente lo intuyó Cipriano Castro en su momento, la naciente institución castrense, inevitable expresión del Estado Nacional camino a su consolidación, constituyó la clave secreta de la definitiva estabilización e insospechada prolongación del régimen de Juan Vicente Gómez que cumplió con la desconfiada etapa inicial de un paciente equilibrista de los factores internos que le juraban lealtad, igualmente peligrosos como los externos que abierta y ferozmente lo adversaban. La reciente y efectiva creación de la Escuela Militar y Naval, emblemática en el repertorio de las decisiones que poca o ninguna suspicacia levantaron, creyéndolas efímeras y quizá anecdóticas, dejaron atrás las espontáneas y recurrentes guerras, montoneras y escaramuzas de los más audaces civiles armados, a favor de una entidad de tropas reglamentadas, estricto mando vertical, regular entrenamiento, aprovisionamiento garantizado, planes operacionales, adecuado armamento; en definitiva, crecientemente profesionales y especializadas de un extraordinario alcance territorial; entidad portadora y garante de una paz mínima que liquidaba las antiguas reyertas feudales de sobrevenidos generales, capaces del libérrimo saqueo de pueblos y caseríos de sus más bajas pasiones.

Próximo a vencerse el período constitucional, impedida la inmediata reelección presidencial y considerable la resistencia anticontinuista en el seno del Consejo de Gobierno con el que ha lidiado, añadida la crisis del protocolo venezolano-francés y el complot de Román Delgado, perfeccionada por sus colaboradores más cercanos, idea y ejecuta Gómez en 1913 una patraña como la de una inminente y potente invasión por occidente de Castro de pocos detalles filtrados a la opinión pública para tentar a los más incautos, y, a la vez, avisar de la existencia de un vigoroso ejército defensor de una inédita institucionalidad: la castrense. No por azar, apenas, principiaba la costumbre de celebrar el Día de la Independencia con un vistoso desfile militar, como el acaecido el 5 de julio del citado año en el Hipódromo Nacional de El Paraíso, en la ciudad capital.

Temible, aunque no temida, según la versión oficial, por una parte,  la invasión castrista le permite a Gómez depurar y reaglutinar sus fuerzas, convirtiendo en una emergencia nacional su propia salvación y continuidad en el poder, aplazando indefinidamente las elecciones, evitando la declaratoria de un trastorno del orden público previa a la de una conmoción interior o rebelión a mano armada que lo sujete al voto deliberativo del Consejo en cuestión; alerta telegráficamente a los presidentes de cada estado, administrando sagazmente una ficción que le permite apresar a algunos de los entusiastas e ingenuos exiliados provenientes de Curazao; además, hace prisionero en La Rotunda al corajudo periodista Rafael Arévalo González, promotor de la campaña presidencial del opositor Félix Monte que ha logrado huir del país. Por otra, el presidente constitucional de los Estados Unidos de Venezuela, comandante del Ejército y la Milicia, concebidos como Fuerza Pública terrestre y naval, según la Constitución de 1909, deja encargado a José Gil Fortuol del coroto en Caracas, mientras encabeza  toda una empresa bélica, movilizando a miles de hombres extraordinariamente adiestrados, apertrechados, coordinados, disciplinados y decididos, acantonándolos finalmente en Maracay y sus alrededores a objeto de protocolizar el nacimiento e institucionalización de una poderosa fuerza que él y únicamente él comanda, ya consagrada o en vías de consagración de toda una jerarquía militar.  Esto es, el gomecismo ha auspiciado y ejecutado el primer golpe técnico de Estado, o un estricto golpe militar, en Venezuela, ya para finales de 1913, como antes no lo fue el pretendido del 19 de abril de 1810, después frustrado el del 7 de abril de 1928, al menos, en los términos expuestos por Eric Nordlingler en una obra aún no traducida al español (Soldiers in politics: Military coups and governments, 1977).

De una complejísima operación política, le corresponde ahora simular el renacimiento republicano partiendo de las municipalidades para la conformación de un Congreso de Diputados Plenipotenciarios de Venezuela a objeto de redactar un Estatuto Constitucional Provisorio que culminará sus labores el 19 de abril de 1914, como en efecto ocurrió. Confiado Gómez, deja en la presidencia provisional al abogado Victorino Márquez, aunque tratamos de una redoblada confianza que deriva de la curiosa invención para sí de una magistratura aparte y –si se quiere– superior, como la de comandante en jefe del Ejército Nacional, electo por los plenipotenciarios de marras de acuerdo con el artículo 43 del Estatuto. Vale decir, perfilándose los intereses corporativos por entonces desconocidos que añade a su suerte personal, el hijo de La Mulera concibió y propinó un golpe político que se hizo de Estado, con la feliz y significativa coincidencia del reventón petrolero de Zumaque I en el campo de Mene Grande el mismo año.

So pretexto de un ingenioso ardid político, 110 años atrás las bayonetas aportaron a una inédita reingeniería institucional y a otro lenguaje entre nosotros.  Muy escasas fueron las voces que advirtieron el fenómeno, el resto obcecado por un inmediatismo sólo apropiado para los políticos de ocasión.

@Luisbarraganj


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