En días recientes fuimos testigo de unas muy polémicas declaraciones del vicecanciller ruso, en el marco de opiniones por el estancamiento de las conversaciones que sostienen los gobiernos de Estados Unidos y Rusia por la crítica situación en Ucrania.

En sus declaraciones, el viceministro Ryabkov anunciaba que las conversaciones no habían logrado diseñar una hoja de ruta para lograr acuerdos y, por el contrario, ellos sentían que Estados Unidos no tenían intenciones de negociar en temas tan delicados de seguridad nacional para Rusia como lo es el affaire de Ucrania y la amenaza como interpreta Moscú el intento de sumar a Kiev en la alianza de la OTAN, por lo que Rusia estaba considerando la opción de instalar bases militares en Cuba y Venezuela, o lo que es igual, en el propio patio trasero de Washington.

Esta declaración no es gratuita, forma parte de lo que en la teoría de los juegos se denomina «tit for tat» o lo que podría traducirse como una represalia equivalente, frente a lo que ellos consideran una amenaza de expansión de la OTAN hasta sus propias fronteras. Obviamente optan por responder con algo similar; sin embargo, hay que recordar que en todo escenario de conflicto la amenaza debe ser creíble para obligar al contrario a negociar en la búsqueda de una solución.

A pesar del escándalo creado tras esta información, y las tantas especulaciones que hemos observado en diversos medios por repentinos «especialistas» en temas sobre Rusia o de seguridad, es menester que nos detengamos a revisar ciertos aspectos que podrán aclararnos y permitirnos hacernos una idea de todo el escenario planteado.

En primer lugar Rusia, a pesar de poseer uno de los mayores arsenales nucleares del planeta, en cuanto a sus fuerzas convencionales no cuenta con capacidad logística ni económica para realizar un efectivo despliegue militar más allá del espacio post soviético que conforman los países a lo largo de sus fronteras, y sí, muy bien que algunos resaltarán de inmediato mencionando la intervención que mantienen en Siria desde el 2015, pero olvidan (o desconocen) que en la ciudad de Tartus, específicamente en su puerto, existen cuatro kilómetros cuadrados que son territorio soberano de Rusia desde principios de la década de 1970, cuando el entonces presidente sirio Háfez al-Asád cedió este territorio a la URSS como muestra de amistad y alianza y en el cual desde entonces existe una base naval de la Armada rusa.

La única posibilidad que tiene Rusia de instalar enclaves militares en el corazón del continente americano sería la de instalar avanzadas misilísticas, idea que mantiene emocionados a aquellos que se han constituido en viudas del sistema soviético y sueñan con revivir los tiempos de la Crisis de los Misiles de 1962; sin embargo, aún y cuando tanto Rusia como Estados Unidos abandonaron en 2019 el Tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces) permitiendo así reconstruir sus arsenales de misiles de corto y medio alcance ideales para desplegar en el Caribe como en 1962, hay un punto importante que debemos considerar. La política exterior rusa se basa en una serie de documentos que desde el año 2000 son frecuentemente revisados y fijan la hoja de ruta del discurso diplomático del Kremlin (recomiendo su lectura, pues está en línea en la página web del Kremlin en varios idiomas), donde se puede apreciar que sus líneas macro sostienen que su posición y principal herramienta de discusión es el «respeto» al Derecho Internacional, que efectivamente es la línea discursiva más utilizada por la diplomacia rusa particularmente en su principal foro que no es otro sino el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde ejerce presión con su poder de veto gracias al puesto permanente que allí ocupa.

A la luz de este argumento, ¿podemos creer que Rusia se atrevería a perder su línea argumental en el Consejo de Seguridad convirtiéndose en el violador del Tratado de Tlatelolco de 1967 que prohíbe el despliegue de armas nucleares en el continente americano?; los misiles los tiene, pues el moderno sistema Iskander con un alcance de 500 kilómetros le permitiría cubrir una buena parte del sur del territorio estadounidense desde (por ejemplo) la isla de Cuba, pero ¿cómo hacer con la logística, puede su frágil economía mantener por mucho tiempo el personal y los medios necesarios para su funcionamiento y seguridad?, ¿luego de tanto esfuerzo por monopolizar el arsenal nuclear tras la desintegración de la URSS para evitar que el mismo quedará en manos de irresponsables y extremistas, pondrían parte de el en manos de unas repúblicas bananeras?

Tanto Rusia como Estados Unidos son actores racionales en el juego de las relaciones internacionales, y si a pesar del enfrentamiento ideológico durante los tiempos más calientes de la Guerra Fría lograron llegar a momentos de distensión sin necesidad de activar las armas nucleares, hoy tampoco lo harían lanzándose a un juego de perder-perder.

Ambos actores tienen razón en algunos puntos y enfoques de la discusión, sin embargo el planteamiento de Rusia es por motivos existenciales, de allí que apueste fuerte para hacer sentir sus demandas. El espacio posoviético es frágil e inestable, representando una seria amenaza para el Estado ruso; todas las ex repúblicas soviéticas (con la excepción de los Estados bálticos) son autocráticas donde algunos de sus mandatarios tienen treinta años en el poder, pero además, unas con mayorías musulmanas tienen la amenaza de grupos fundamentalistas que quieren hacerse con el poder, y otras (particularmente europeas) cuentan con grupos ultranacionalistas radicales. Pero todas tienen también algo en común, grandes minorías étnicas rusas y una fuerte dependencia simbiótica en lo económico y político con Moscú. La alteración de estos órdenes repercute en la seguridad de las fronteras de Rusia e incluso en su propio orden interno en lo económico, social, político y de seguridad, porque además Rusia es la principal fuente de trabajo para enormes grupos de migrantes nacionales de todos estos países.

En otro orden de ideas, también hay que considerar que la situación interna en Rusia se ha complicado en los últimos tres años; la pandemia del covid se ha sumado a otros factores que han venido erosionando la frágil economía rusa, lo cual (además de la creciente oposición al gobierno y escándalos como el caso Navalny) ha afectado la otrora inmensa popularidad del presidente Putin, llevando al Kremlin a apelar al único recurso que desde hace casi mil años unifica al pueblo ruso, el nacionalismo.

Es tan arraigado ese sentimiento en Rusia que hasta el propio Stalin recurrió al nacionalismo guardando en un baúl de recuerdos el internacionalismo proletario propio del comunismo durante los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, y tan es así que en Rusia es el único país del mundo donde dicho conflicto bélico se conoce con otro nombre, el de «Gran Guerra Patria», emulando las glorias del ejército del zar Alejandro I en su lucha contra la invasión napoleónica de principios del siglo XXI. Por supuesto, la misma herramienta es puesta en práctica por el nuevo zar ruso para «levantar» sus números y más en este momento cuando tras la aprobación de la reforma constitucional tiene garantizada reelecciones consecutivas sin límites que le garanticen su permanencia en el poder hasta el final de sus días.

Rusia continuará ejerciendo presión porque para ellos es un asunto vital mantener el espacio post soviético como su «zona de seguridad»; tener la certeza que los gobiernos de los Estados limítrofes sean cooperadores de Moscú y no amenazas, para ello recurre a mecanismos como la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y la Unión Económica Euroasiática impulsadas por el Kremlin, que permitan cooperación económica y estabilidad política en la región. Y está estabilidad es crucial para los rusos, particularmente porque aún se encuentra muy fresca en su memoria la experiencia de las dos guerras chechenas promovidas y financiadas por el fundamentalismo islámico.

Ya a modo de conclusión, y con la promesa de continuar profundizando próximamente sobre este tema, aconsejamos ser prudentes; las guerras son muy costosas, tanto por las pérdidas humanas como por el riesgo económico que implica para quienes la hacen, y no cualquier Estado tiene el suficiente dinero para embarcarse en tan incierta aventura. Así que cuente con cuatro seguridades en el ámbito geopolítico: Rusia no invadirá Ucrania, China tampoco lo hará en Taiwan, Corea del Norte no invadirá Corea del Sur, ni Estados Unidos lo hará con Cuba y Venezuela, además porque creer que ya hay bases militares instaladas en estas latitudes es subestimar a los servicios de inteligencia estadounidenses y sobrevalorar los «acuerdos de cooperación» que solamente han servido para grandes actos de corrupción y la espera por catorce años de una fábrica de fusiles jamás terminada que solamente existe en el imaginario del realismo mágico del socialismo del siglo XXI.

@J__Benavides


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