Silente, de Luis Viana | Foto Miguel Gracia

Una efemérides se conmemoró este año alrededor de Luis Viana, el sorprendente bailarín venezolano de los años ochenta y noventa, poseedor de una singular plasticidad corporal y un gesto internalizado y doloroso, admirado por tantos y poco conocido por la actual generación de intérpretes de danza contemporánea. Se cumplen 25 años de la publicación de su revelador libro La metáfora de la violencia. Una visión de la vanguardia contemporánea en Venezuela, a través del cual y desde su condición de creador y también de escritor en ciernes, analizaba el contexto en el que se encontraba el país de finales de siglo, desde la perspectiva de una danza que indagaba fundamentalmente la poética del dolor.

De las plataformas de la agrupación Acción Colectiva y el Festival de Jóvenes Coreógrafos, Viana, formado en Caracas y Nueva York, emergió como una nueva voz creativa, insospechada y singular. El vocabulario que brotaba de las interioridades de su cuerpo, impactaba por la profunda adecuación a sí mismo. Su gesto individual era mayormente trágico, aunque intrínseco, nunca estentóreo, y su visión de lo popular frágil y desolada. Hizo del unipersonal su formato expresivo esencial, logrando niveles equiparables a la excelencia.

Sus obras, bien sean solistas o grupales, llevan la impronta de un aniquilamiento profundo y acallado: Alquimia de románticos (Byrne-Haazen), Silente (Sonora Matancera), Ras con ras (Duarte), Los últimos felices (Orff), Amante (De Falla), Violeta (Verdi), Revés (Música popular latinoamericana), Petrushka (Stravinsky), Aeriforme (Tagore-Tradicional Irlandesa- Górecki) y Figurado (Górecki).

Silente, de Luis Viana | Foto Miguel Gracia

El arte, fiel reflejo del acontecer del hombre, lejos de evadir la violencia la ha asumido desde distintos puntos de vista conceptuales y estéticos. La danza en concreto la ha tomado para sí con decisión. Viana indaga en la experiencia humana considerada en su dimensión más intimista. Sus personajes son frágiles y evadidos de una realidad que los supera. Danzan íngrimos o también en la soledad de un colectivo. Bailan la fatalidad de su destino. Son en extremos discretos. Su elocuencia proviene de su circunstancia interna. Portan una violencia honda aunque silenciosa.

De este mundo de depurado conflicto entrelazado con distintos estadios de agresión, surgió este texto que, ante todo, es una introspección en la propia obra de arte de su autor. La metáfora de la violencia no constituye un análisis sociológico, ni una postura ética, ni siquiera estética, de la violencia como concepto y como fenómeno. Representa una visión personal, marcada inevitablemente por el hecho de ser partícipe y corresponsable de los contenidos y las formas que asumió en un momento dado una parte significativa de la nueva coreografía de Venezuela.

Viana no elude esta situación. Al contrario, la utiliza quizás como el argumento más contundente para sustentar sus apreciaciones. No apela a la siempre invocada objetividad del investigador, para más bien refugiarse en la subjetividad del creador.

En su libro adopta posiciones definitivas. Parte de sí mismo cuando ejemplifica con la dolorosa violencia de Silente, su obra sobre el ser marginado, o recurre a la violencia según otros al abordar Momentos hostiles, obra de la coreógrafa Luz Urdaneta, el caos humano sin posibilidades de redención, ambos títulos representativos de la danza venezolana emergente y comprometida de finales de los años ochenta.

Luis Viana asume el reto y toma el riesgo. Mira a sí mismo y a su alrededor para ofrecer una reflexión rigurosa y veraz, portadora de contenidos ideológicos y notables valores literarios.

La metáfora de la violencia aproxima con certeza a un tema. Descubre a un escritor y reafirma a un creador.


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