El filósofo polaco recién fallecido Zigmunt Bauman (Modernidad líquida, 2015) sostiene que “lo que se ha roto ya no puede ser pegado”. Según su consejo debemos abandonar “toda esperanza de unidad, tanto futura como pasada, ustedes, los que ingresan al mundo de la modernidad fluida”. Destaca la desintegración social en boga como “resultado de la nueva técnica del poder, que emplea como principales instrumentos el descompromiso y el arte de la huida”. Y “para que el poder fluya el mundo debe estar libre de trabas, barreras, fronteras fortificadas y controles (Asdrúbal Aguiar, El Nacional, «La globalización de los indiferentes«).

La vorágine de la pandemia trajo novedades pero, además y especialmente, redescubrió un fenómeno en curso que al género humano concierne y es la inevitable separación que por unas u otras razones se viene cumpliendo entre los congéneres a pesar del llamado proceso económico de la globalización.

El asunto apunta incluso a las instituciones que se despersonalizan materialmente, al perder significación el carácter moral de algunas y aquel de públicas que se les acuña a otras. Pareciera que institutos del Estado no siempre implica públicos, de todos digo y tampoco morales, siendo que enmudecieron acatando los intereses oligárquicos que las dirigen y en tiempos en que más falta hacía su razón de ser.

Cabe una cita que no me canso de leer y releer por su significación que cual confesión de parte no parece requerir soporte probatorio. Me refiero al papa Francisco: “No estamos más en la cristiandad. Hoy no somos los únicos que producen cultura, ni los primeros, ni los más escuchados… No estamos ya en un régimen de cristianismo, porque la fe –especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente– ya no constituye un presupuesto obvio de la vida en común…” (Asdrúbal Aguiar, El Nacional, «Los rostros de la decadencia«).

El juego ciudadano avanza un alfil cuestionador para jaquear al Estado que no supo prever o debió pero no lo hizo, y expuso entonces a la sociedad al riesgo de la muerte. Luego, el gerente público exhibió todavía otra falencia, por cuanto no fue capaz de gestionar eficazmente la perniciosa dinámica que resultó de las vulnerabilidades manifiestas ante el virus. No logró conseguir en algunas latitudes ni siquiera el concurso ciudadano que deambuló libérrimo e irresponsable y aún lo hace. De allí que las cifras sigan disparadas y por cierto, se evidencie cómo hay países eficientes y una gran mayoría incluso del primer mundo que no lo son.

Lo cierto es que hay Estados llenos de gente pero con déficit de ciudadanos, como Agamben nos señaló. Hay también otra constatación, el homo verus acoge mal las limitaciones que les impone la cautela societaria porque, aún si la sigue forzando, entonces lo solivianta e indispone para más. Hay un forcejeo entre ciudadano e individuo en curso, especialmente en Occidente.

Yuval Harari, futurólogo de origen israelí, en un magnífico artículo publicado en Financial Time, titulado “El mundo después del coronavirus”, nos traslada en un viaje de consistente racionalidad al mundo que viene y a los giros que la sociedad y la institucionalidad darían irradiándolo todo, y cuando afirma todo no exagera de un ápice.

En efecto, devela Harari: “La humanidad ahora se enfrenta a una crisis global. Quizás la mayor crisis de nuestra generación. Las decisiones que tienen las personas y los gobiernos en las próximas semanas probablemente darán forma al mundo en los próximos años. Darán forma no solo a nuestros sistemas de salud, sino también a nuestra economía, política y cultura. Debemos actuar rápidamente y decisivamente. También debemos tener en cuenta las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones. Al elegir entre alternativas, debemos preguntarnos no solo cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué tipo de mundo habitaremos una vez que pase la tormenta. Sí, la tormenta pasará, la humanidad sobrevivirá, la mayoría de nosotros aún viviremos, pero habitaremos en un mundo diferente.

Cabe una pregunta, en este estado y grado de la reflexión, ¿seguirá el mundo igual después de la tempestad o será alterado significativamente por los perniciosos efectos que trajo la pandemia? Si nos detenemos a ponderar criterios como el de Byung Chul Han, tal vez precisemos un foco que debemos considerar: “Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la razón. Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino. Como ya ha dicho Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. También la instauración del neoliberalismo vino precedida a menudo de crisis que causaron conmociones. Es lo que sucedió en Corea o en Grecia. Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino. Si llegara a suceder eso, como teme Giorgio Agamben, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría logrado lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo”.

La relación del ciudadano de Occidente, reacio a comprometer sus libertades, ante un Estado que le impone restricciones para protegerlo y ante la evidencia de la pertinencia del aislamiento, como medida para contener la propagación del virus, nos presenta un escenario complejo, en el que como al inicio afirmamos, será la potencia pública llamada a responder. El Estado no saldrá ileso de esta borrasca, así como el capitalismo se resentirá severamente. El Estado policial digital asiático enseñará muchas cosas, pero no creo que sustituya el esquema liberal constitucional de un cuajo; comenzará paulatinamente a legitimarse un régimen de vigilancia y control contra esa otra forma de depredación y terrorismo que son los virus.

El Estado le ha tomado el gusto a la excepcionalidad y, como se viene repitiendo, citando al italiano Agamben, permanecemos en estados de excepción, más allá incluso de los tiempos decretados para su vigencia. Nos acostumbran a disminuir nuestras libertades y privacidad, a nombre de la sacrosanta seguridad que, desde Hobbes, se nos ha convencido de su imperio forzoso.

En nuestras clases del doctorado en Ciencias Políticas con ese venezolano extraordinario, Germán Carrera Damas, nos proponían meditar sobre esa noción de continuidad y ruptura con la que es menester examinar, periódicamente, los tiempos históricos. Tal vez, pienso, estemos realmente en medio de un hito marcador de otra época y es conveniente dedicarle pensamiento al asunto.

El impacto económico que implican las acciones que se están tomando en el mundo, en el corto plazo, arrodillará la economía mundial. La producción mermará ostensiblemente y la llamada economía especulativa se resentirá groseramente. Luego debería producirse un rebote y el regreso a la actividad generalizada, paulatinamente, elevará los niveles de producción y consumo, pero tal vez veamos el fenómeno japonés extenderse y la sociedad reaccione conservadora. Menos consumo temporal y más cautela pueden seguir a la epidemia.

Trump está más errático que de costumbre y ya eso es mucho decir. Pudiera verse afectada su reelección por su soberbia y los resultados de una propagación mayor del virus, pero aunque así no ocurriera, saldrá debilitado de esta prueba que pone a la mayor economía del orbe en contracción y quizá recesión. Por eso se ha destinado un paquete de ayuda desde el sector público inmenso, pero veremos cómo se metaboliza el asunto en un país que basa su reciedumbre en su economía interna, en su demanda endógena. La confianza cuesta mucho ganársela y se pierde mucho más fácilmente.

La UE, obsoleta, periclitada, esclerótica, se va a jugar su vigencia en los meses que vienen. Cada país vive su infierno y muy poco se ha visto de los ademanes integradores que suelen aparecer para legitimarse en las periódicas crisis que ordinariamente se suscitan. “Cada cual por sí y Dios para todos”.

Asia es otro cosmos. Les ha pagado y lo resaltan los analistas de todos los medios, su tradicional autoritarismo y su propensión ciudadana a obedecer, pero especialmente su vigilancia digital abusiva e intimidatoria. Allí empezó esta historia deletérea y muchas incertidumbres aparecen con respecto al porvenir.

África sobrevivirá nuevamente para sorprender a muchos porque está más lejos socialmente del resto de los hombres del planeta, pero no estará exento de los padecimientos del virus, porque la globalización del susodicho no respeta tiempo ni espacio. ¿Se detendrá el flujo de inmigración hacia Europa, desde el Medio Oriente y el continente negro? Byung-Chul Han sostiene que más bien los asiáticos regresarán a sus países de origen sintiéndose en ellos más seguros, pero entre la guerra, la persecución y el hambre, como motivadores, continuará el movimiento migratorio, aunque pienso que temporalmente disminuido.

América Latina pudiera convertirse en una zona de máximo contagio, siendo que la complejidad económico social, con segmentos mayoritarios de sus sociedades dedicados a la economía informal, se verían afectados por las políticas restrictivas y de aislamiento. De otro lado, se advierte la precariedad de los sistemas sanitarios y de higiene pública que auguran dificultades mayores y la certeza de la incapacidad pública para atender una epidemia en gran escala.  A ello debe agregarse la tardanza en reaccionar de algunos países, que permite que se propague el virus, como México, Chile y Brasil por solo citar algunos.

Venezuela agradece al aislamiento al que de alguna manera la había sometido la crisis económica, con disminución o suspensión de vuelos desde Europa y Estados Unidos y la reducción consecuente de los intercambios, no haber, aparentemente, facilitado los contagios, pero con miedo legítimo encara la llegada del virus, siendo que su sistema sanitario y su organización de salud pública y privada están en un bajo potencial terapéutico y con carencias severas de insumos medico hospitalarios, alimentos, medicinas y problemas de gobernabilidad y gobernanza bien conocidos. Bastó un avión de Europa para conectarnos con la plaga que por cierto parece más presente en la clase media. La cuarentena es más difícil cuando debes salir a producir para comprar comida, cuando no tienes agua, ni un servicio eléctrico regular, cuando la gestión de la pandemia está en manos del cinismo incompetente.

Ni la política es una ciencia exacta, recordando a Otto von Bismarck, ni estos ejercicios son más que conjeturas, pero parece prudente abrir una ventana de expectativas, a la luz de la información disponible y además tomando en cuenta los giros posibles de los liderazgos emocionales como el de AMLO en México, Johnson en el Reino Unido y el inefable Donald Trump que provocan desesperantes dudas en gente como Fernando Mires.

Veremos mucho todavía, porque el virus y sus víctimas, la humanidad entre ellas, aún no acaban de asimilar esta catástrofe.

@nchittylaroche

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