La reunión del Foro de Sao Paulo celebrado en Caracas bajo los auspicios y financiamiento del régimen que presiden Maduro, Cabello y Padrino, con el apoyo irrestricto de unas fuerzas armadas secuestradas, de unos colectivos armados y  del ELN, de  la disidencia de las FARC y otras similares, no fue solo, como pensaron muchos, una suerte de encerrona de extremistas al servicio de los más oscuros intereses, en la que abundaron las comilonas y los chulos participantes extendiendo sus manos para recoger el cheque correspondiente, fue mucho más allá, fue la reunión del contragolpe y la venganza de una izquierda castrocomunista, por tanto repudio recibido. De allí salió el plan que, según Maduro, “se está cumpliendo a la perfección”, declaración hecha con una delatora sonrisa de gozosa complicidad, cuando en Chile las fuerzas extremas de la izquierda filocastrista, tomó el camino de la siembra del caos y el terrorismo para intentar destruir el orden constitucional de un país que gracias a la paz política asumida por su dirigencia verdaderamente progresista, rescató la democracia y se convirtió en ejemplo y vanguardia para nuestro continente.

Es menester recordar que el Foro de Sao Paulo es un invento de Fidel  Castro, con el apoyo de Lula Da Silva, para atrincherar a todas las organizaciones y partidos políticos que tuvieran como único estandarte la guerra permanente contra el imperialismo, limitando el concepto al llamado imperialismo yanqui. Allí no entran el imperialismo ruso, ni el chino, solo el yanqui. Una guerra permanentemente subversiva, sin pausa, ni tregua, en la que son válidas todas las opciones, para desestabilizar la gobernabilidad de los países democráticos puestos en sus miras, agredir a la democracia, sembrar el terror y como está en el ADN de todo terrorista, dañar y, si es posible, destruir todo aquello que pueda ser considerado emblema del desarrollo y la cultura.

El vandalismo desatado por una izquierda psicópata en Santiago y en Valparaíso, tiene antecedentes que en Venezuela conocemos muy bien por haberlo sufrido en carne propia, primero con el comportamiento de una izquierda inspirada en la Revolución cubana desde el gobierno de Rómulo Betancourt, hasta el evento de la pacificación que calmó por un tiempo esos ánimos, pero que luego reapareció en aquel acto vandálico que denominamos Caracazo cuya autoría por propia declaración de Chávez fue un preámbulo de la revolución bolivariana, en la que, sin duda, estuvo metida la mano de Fidel Castro.

¿El propósito? Herir a un gobierno, como el de CAP, que en ese momento iniciaba su quinquenio anunciando un plan socioeconómico, que el castrocomunismo vio como un peligroso elemento para sepultar sus estrategias populistas. ¿El pretexto? El aumento de la gasolina, un aumento racionalmente diseñado que no podía lesionar a ningún venezolano dueño de un vehículo y mucho menos a esa inmensa mayoría de venezolanos de a pie. Pero lo cierto es que se dio, que duró varios días, produjo un número elevado de muertes y la destrucción y los saqueos fueron trasmitidos por la TV, que en sus imágenes nos dejó ver cómo los cuerpos de seguridad nada hicieron para detener la violencia. En lo político, el gobierno detuvo el aumento, la comisión tripartita en una reunión que duró escasos minutos, aprobó un aumento salarial que tenía meses discutiéndose. Y lo peor del caso es que las fuerzas agredidas y señaladas por la subversión pensaron y asumieron, con inmensa miopía, que sacrificando las medidas propuestas y aumentando los salarios, regresaba la paz, y que toda aquella pesadilla no había pasado de ser un acto de malcriadez extrema de un grupo de  ciudadanos enfadados “por una decisión inoportuna”, según declararon algunos voceros del mismo partido de gobierno, y que todo podía continuar como estaba, cuando en realidad con ese acto que no fue atendido debidamente, ni por el gobierno, ni por la oposición democrática, comenzó el proceso de ingobernabilidad y el inicio del movimiento de la antipolítica, contra el bipartidismo y la democracia. Miopía que facilitó el ascenso de Chávez al poder y con él el proceso de destrucción, que por lo que estamos viendo, continuará  durante mucho tiempo,  si es que la dirigencia opositora   no se pone los pantalones para enfrentarlo.

Lo más curioso del caso es que los subversivos de aquellos días y protagonistas de aquellos vandálicos y luctuosos acontecimientos, esgrimieron como razones para iniciar tan feroz arremetida, además del referido aumento de la gasolina, la corrupción, el deterioro de los salarios, la inflación, la devaluación de la moneda, la deuda externa, oh paradoja, exactamente las mismas razones, solo que quintuplicadas, que esgrime 90% de los venezolanos, para pedir el cese de este régimen en sus funciones, a lo que hay que añadir la sistemática violación de los derechos humanos, la censura, la represión, el acoso y el chantaje, que hoy constituyen su agenda principal en pleno desarrollo, más otras muchas en la que toma relieve la pérdida de nuestra soberanía y la injerencia permanente de Cuba, y ahora de Rusia, China, solo para nombrar algunos.

En el caso de Chile la excusa para un vandalismo sin límites que ha ocasionado pérdida de vidas humanas, incendio y destrucción de obras y monumentos públicos, fue el aumento del pasaje del metro, hecho apenas suficiente para una moderada protesta pacífica con la intención de establecer un diálogo para moderarlo, si era el caso, maximizado por la psicopatía de esa izquierda enferma de  maldad, vengativamente resentida, la que sostiene que los únicos llamados a gobernar son sus despropósitos, sus arbitrariedades, sus violaciones de la ley con impunidad incluida, la que criminaliza la protesta, viola derechos ciudadanos, no permite controversias, ni disensiones, la que llama al adversario enemigo y traidor a la patria y pide para ellos castigo y paredón, y que cuando ejercen la oposición,  su único objetivo es impedir todo intento de buen gobierno, utilizando todos los excesos de la maldad y la venganza, tal como ha sucedido en Chile, al seguir el ejemplo del Caracazo.

Es necesario advertir que ese plan que, como dice Maduro, “se va cumpliendo a la perfección”, es solo la parte más visible de ese viejo proyecto de Fidel Castro, asumido y vociferado muchas veces por Chávez, de convertir a nuestro continente en un Vietnam en llamas, cuestión que debería  tener una respuesta muy contundente de los demócratas del continente para, todos unidos y en una misma ruta, enfrentarlos, si es que no quieren que los malos instintos y procederes totalitarios de una ideología psicopática, se impongan.

A este punto, y por deber de crónica, ofrezco mis excusas a los lectores, por extender este artículo, pero creo oportuno y necesario señalar los puntos principales de la propuesta de CAP que con tanto empeño las izquierdas y los promotores del populismo y la antipolítica han querido ocultar. Para cumplir con ese propósito, me valgo de un artículo objetivo y acucioso de Fernando Ochoa Antich:

“Establecimiento de un nuevo esquema cambiario; liberación de las tasas de interés activas y pasivas; aumento anual del precio de la gasolina por tres años; racionalización de la política arancelaria; libertad de comercio y eliminación de exoneraciones para las importaciones; congelación de los cargos públicos; ajuste gradual de las tarifas de luz y teléfono; liberación de las tarifas vigentes en el transporte público; establecimiento de 50% de subsidio para los fertilizantes; incremento del salario mínimo a 4.000 bolívares para el área urbana y 2.500 bolívares para el campo; aumento del 30% del sueldo de los funcionarios; subsidios directos a los componentes de la cesta básica; creación de una red de mercados populares; fortalecimiento del plan de hogares de cuidado diario y otros sistemas de apoyo a los sectores marginales; creación de una comisión presidencial para la lucha en contra de la pobreza”.

Todas esas medidas tendrán que revisarse objetivamente y seguramente aplicarlas total o parcialmente, en un eventual cambio de gobierno, preferentemente democrático, que se proponga ordenar el  caos que este régimen viene sembrando en el país desde hace 20 años.

Ciertamente, CAP cometió dos errores al iniciar ese quinquenio que ayudaron al plan desestabilizador. Uno, haber dicho en su campaña que  nunca recurriría al FMI y luego haber presentado el proyecto a la medida de las exigencias de ese organismo, lo cual fue interpretado como un engaño; y haber confiado en su liderazgo para imponer su proyecto sin más esfuerzo que el de su palabra.

En el caso de Piñera no sé cual error ha cometido, la izquierda enferma se encargará de poner y magnificar todas las que le dé la gana, pero existen fundadas sospechas de que sus señalamientos contra el régimen y su amenaza de bloquear marítimamente a Venezuela agitó, por decir lo menos, este escenario absolutamente orquestado por los grupos extremistas  que se reunieron en Caracas, en un foro auspiciado, financiado y dirigido, por sus organizadores.

Si es que fuesen ciertas las razones esgrimidas para el Caracazo, las que ahora llenan la agenda del descontento nacional que se expresa en casi 90% de la población que repudia al régimen, serían razón suficiente, no digo para un Caracazo,  sino para un Venezolanazo de contundencia internacional. Pero de este lado impera lo que la retórica llama “tolerancia democrática”, que algunos interpretan como poner la otra mejilla cada vez que te dan un bofetón. La misma que llama “déficit de democracia” a las tiranías, dictaduras y afines.


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