Sin duda fue el comandante Chávez el que popularizó las palabras cuarteleras, es decir, las groserías, los gritos desaforados y la furia real o fingida (bien fingida) como plato fuerte del discurso político nacional. No es que no lo hubiese antes, en la república anterior o sea, en la democracia. Pero imagina uno mal a un presidente, no te digo al doctor Caldera, que ni jugando dominó las pensaba, o al estadista Betancourt, que ya  estaba puliendo su silla para la historia, pero tampoco al muy catón Herrera Campins o los laicos y algo libertinos Pérez o a Lusinchi… ni en general a nadie de alto rango dando gritos con eso que llaman groserías o malas palabras. Por supuesto, debe haber excepciones pero no las recordamos.

Es posible que venga de latitudes revolucionarias el dar alaridos y enfrentar con altos niveles de vigor  al adversario. Fidel tronaba, por ejemplo, y el Che desafiaba sin recato a burgueses y a imperialistas, para no alejarnos mucho. Pero las palabrotas no los caracterizaba. Por eso no es exagerado recurrir al cuartel como parte de la explicación y a Chávez como su suma encarnación nacional. El cuartel se decía desde hacía mucho, porque al haber sólo varones el lenguaje se liberaba y encanallaba. A las damas ni con el pétalo de una flor.

Es probable que esto sea un poco sesgado y nuestros amigos filólogos, nos dirán que también el aire de los tiempos cambió y tiene lo suyo, hoy somos menos educadillos y, además, la distancia entre varones y hembras se ha achicado. O la revolución mediática ha sido enorme y vemos mucha televisión y otros medios extranjeros, de países bastante liberales con el castellano, como argentinos y españoles. Valga, hombre.

Pero insistimos en que aquí privó sobre todo lo demás el cuartel y el comandante eterno. Todos recordamos su furia, siguen furiosos pero más apocaditos sus sucesores, que disparó bombas verbales contra curas y arzobispos, muertos todavía calientes, presidentes y altos funcionarios extranjeros, países enteros (Israel, verbigracia), el imperialismo no faltaba más, los oligarcas, etc.

Todo esto viene a colación porque ahora parece haberse generalizado de nuevo el mal decir, más allá de uniformes y clases no muy educadas (pobres, claro) y por ejemplo el que preside el Parlamento le dijo mierda a los gringos y que se metieran en el ano un lapso que estos a le concedían al país. O el gobernador de Trujillo le ofreció no una flor sino un coñazo a una mujer tan valiente como María Corina. O Diosdado le dijo bobo y gafo al culto presidente chileno Boric y un diputado alacrán mandó al infierno al difunto presidente Piñera. Con esto basta para saber el hueco en el que vivimos.

Pero no es nuestra intención depurar el idioma o proteger las buenas costumbres. Es simplemente señalar que este estilo cloacal le va a poner más aderezos dañinos, si fuera posible, a la dictadura y sus abusos. La va a aromatizar un poco más. Nos permitimos recordar por último que hay una ley que prohíbe el odio, que pretende impedir cualquier forma de expresión que atente contra “el respeto recíproco… para prevenir y erradicar toda forma de odio…”, seguramente hecha para meter preso a capricho a cualquier opositor, pero que también podría servir al menos para mejorar el habla pública y hacer menos espantosa la atmósfera en que nos asfixiamos.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!