Grandes son las mentiras y las verdades que trazan las veredas de América Latina (y el Caribe), pretendiéndola subastada entre las corrientes obscurantistas que bregan por desoccidentalizarla. Ocupada por una agenda inédita, la región deja atrás las urgencias suscitadas por los otrora autoritarismos militares y traumas del subdesarrollo para internarse en el inevitable conflicto con la criminalidad global y sus distintos departamentos (armas, drogas, órganos humanos, lavado de capitales, etc.), el terrorismo y el fundamentalismo religioso de distintos e inverosímiles periplos.

Un avión de carga venezolano escandaliza a Argentina, levantando fundadas sospechas por su origen, las nacionalidades de su tripulación, la carga y el itinerario cumplido, apenas conmemorado el trigésimo aniversario del estremecedor atentado terrorista a la sede de la Embajada de Israel, ubicada en el centro de Buenos Aires, y cercano a la treintena el de AMIA, una de las dos más importantes asociaciones judías del país sureño, concebidos y ejecutados por Hezbolá con el respaldo financiero y apoyo de Irán. Abiertas las investigaciones, retenidos los pasaportes correspondientes, sigue aparcada en el aeropuerto internacional de Ezeiza la nave de un historial nada envidiable, a juzgar por el Departamento del Tesoro estadounidense, adquirida por Conviasa a la señaladísima empresa iraní Mahan Air.

El nuestro fue un ámbito geográfico y político exclusivamente disputado por los servicios de inteligencia que hicieron la Guerra Fría de un modo distinto al de otras latitudes, por cierto, cotizadas por el género cinematográfico de suspenso. La CIA protagonizó toda la literatura crítica de nuestro continente, facilitada por la libertad de prensa, la autonomía de investigación del parlamento y la periódica desclasificación de los documentos oficiales del país de origen, en dramático contraste con la KGB y el G-2 de una sórdida biografía silenciada tercamente por Cuba y, ya parcialmente, por Rusia.

La llamada posverdad es un importante recurso para el análisis que deriva inexorablemente en la mentira, aunque esta no necesita de tantos fulgores académicos, complicándose innecesariamente, bastando con hurgar todo lo atinente a las falacias, por ejemplo, en el meritorio y clásico libro de introducción a la lógica de Irving Copi. La satanización extrema de la agencia estadounidense ha sido inversamente proporcional a la beatificación de las otras favorecidas por el silencio, prácticamente imposible de indagarlas en Venezuela, siendo aún decisivas como soportes del régimen, invisibles las de procedencia oriental para una región que las reputará y dispensará como demasiado foráneas.

Colegimos, la posmentira es el otro y más modesto recurso que necesariamente desemboca en la verdad, valiéndose de indicios y evidencias, metonimias y parábolas, y – en definitiva– de la ficción narrativa para descubrir una hipótesis verdadera y comprobable entre varias falsas e improbables; o, a modo de ilustración, importando el resultado, traducida en la cortesía de alegar una pérdida de señal para no proseguir una conversación telefónica a deshora, empleado un subterfugio o eufemismo por el trasnochado.  Así como Cuba se atrevió antaño a instalar secretamente unos cohetes de ojiva nuclear, hoy probablemente habrá otras iniciativas relativamente equivalentes, sin el menor recurso institucional para denunciarlas y verificarlas: por una parte,  Nicaragua mete en este lado del mundo a la flota misilística rusa que puede ir más allá de una provocación, so pretexto de combatir el delito común; o, por otra, después de intentar fugarse a través de Uruguay, el avión estacionado en Ezeiza levanta las más legítimas suspicacias. Al respecto, se dice transportista de piezas automovilísticas y de cigarrillos, cuando no de aula para aspirantes a pilotarlo, aunque puede esconder propósitos hábilmente enmudecidos, actuando sendos agentes de las denominadas Fuerzas Quds de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, o de otras organizaciones inimaginables que entran a campo abierto en nombre de una causa política, de los negocios o de la fe, en provecho de un imaginario social que quedó anclado en los tiempos de la Guerra Fría.

Cumpliendo Maduro Moros con una gira aparentemente inútil por los predios iraníes, nada importante dijo en torno a un avión tan equívoco varado en Ezeiza, cuya tripulación no pudo ser rescatada por otro que desvió su curso a Bolivia. Una tripulación mayor a la acostumbrada en los vuelos de carga, con iraníes y venezolanos que incluyen a dos militares, requiere de una versión oficial de la usurpación, al menos, para guardar las formas y facilitar la versión del presidente Fernández que, por supuesto, inculpa a la oposición doméstica, a pesar de sus funcionarios que se adelantaron al asegurar que se trataba de un viaje de instrucción y de un gesto humanitario al permitirle el regreso al aeropuerto bonaerense.

La sola diligencia de un juez federal para establecer los hechos, incluyendo el retiro de la caja negra y otras grabaciones, marca una diferencia con la administración de justicia de nuestro país, en el que sucumbe la verdad procesal. Por lo visto, cuando llegue a deshora el postsocialismo por estas comarcas, tendremos que lidiar con un universo de agencias y agentes muticolores, buscándoles el nombre preciso, al saberlos deseosos de hallar un nuevo Dorado por estos predios.


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