Las dos leyes que rigen la historia son el tiempo histórico y la dialéctica de continuidad y ruptura” Germán Carrera Damas

Si algo quisieron dejar claro los fundadores de la entidad política y jurídica norteamericana fue que no se trataba de una democracia sino de una república. Distinguieron y consecuencialmente edificaron una estructura que permitiera un confortable margen de libertad para cada uno y evitaron así formas de dominación. La experiencia no es ni podría ser perfecta, pero se ha venido expresando en la vida de esa sociedad constituyéndose en su tiempo histórico, como diría Koselleck.

Una democracia, decían, conduce a un régimen autoritario y a permanentes tensiones en que la serenidad de la comunidad se vería comprometida. Temieron Madison y Adams un giro oclocrático como ese que, para no ir muy lejos, vivimos los suramericanos frecuentemente y actualmente Venezuela. Tuvieron, sin dudas, razón.

Eso no significa que los vientos no alteren, ajusten y, como el agua y la erosión, cambien, en un permanente modelado de la naturaleza, a las montañas incluso. Trump es un ejemplo de cómo aparecen personajes que lo ponen todo a prueba y ello incluye a las instituciones, a la normación y a la valoración de la categoría de las mismas, pero los controles del poder propios de una república la defienden de todas las centrífugas. Son las bases en que se sostiene el ensayo republicano.

Una república postula un modelo civilizatorio a partir de su ontología. Se trata de una construcción esencialmente ética que trasciende a cada uno a través de la vigencia de sus parámetros fundamentales, de sus principios o al menos así debe ser, salvo que la desfigure la decadencia que obra como otro capítulo del tiempo histórico.

Para cuidar la libertad, la república limita al poder y lo educa con contrapesos dispuestos en la mecánica de la decisión y su implementación. Uno de ellos es el imperio de la ley y no de la voluntad de los hombres. Una república es pues una articulación política y legal anclada en una convicción y en una concienciación.

Venezuela nació como una república, en procura de una nación y de una construcción liberal. Quiso ser federal y descentralizada, pero nunca lo logró. Por el contrario, padeció las guerras civiles continuadas y permanentemente sacudió los pretendidos discursos con ademanes que los contrariaban. Vivió y vive dos vidas.

Venezuela fue un enunciado y sus contradicciones. Fue y es un discurso republicano y hasta liberal, pero no pudo vivir en ellos porque regresó y regresa siempre a sus comienzos. Recuerda a Nietzsche y el eterno retorno, siendo que del civismo emerge en la barbarie. Una y otra vez, en ese bucle nos hemos encontrado.

Mi profesor y apreciado historiador Germán Carrera Damas nos mostraba cómo se cumplían esos hitos y se detenía en las explicaciones sobre la continuidad y la ruptura. Decía que éramos una república joven y una nación aún en formación y procura de identidad. Completaba afirmando que el puntofijismo como experiencia nos acercaba a una república civil, pero que había que aprender a vivir en ella.

Viene también a mi memoria el maestro Castro Leiva y aquel discurso del 23 de enero de 1998 o aquel otro de Jorge Olavarría del 5 de julio de 1999. Por suerte estuve allí y relacionado con ambos y los evoco como el grito de advertencia, desesperado, valiente y sobre todo veraz ante una sociedad que se engaña con facilidad o se corrompe. En Venezuela, salvo breves pasajes creyéndonos democracia, atentamos contra la república.

Sin consistencia histórica no hay cultura y sin cultura no fraguan las instituciones ni rigen verdaderamente los principios. Por ello, estamos donde estamos en un teatro donde la precariedad es la resultante de una tragedia mayor que denominaré la irresponsabilidad como estilo de vida.

En nuestro país ni se piden cuentas ni se rinden tampoco y el que lo hace se le mira o con desdén o con conmiseración. Así, pues, todos los que llegan al poder piensan y dicen que hay que recomenzar de abajo, pero no se refieren al embrión ciudadano sino a un rasero que lo niega todo a capricho.

Del ideal republicano hizo Bolívar un boceto en el discurso de Angostura y aunque luego dio tumbos en la dinámica de aquellas sociedades cargadas de interrogantes y de taras, dejó claro que sin libertad y sin auténtico control institucional del poder no se cimenta una república, sobre todo si le falta ciudadanía y ese déficit es hoy por cierto el mayor de muchos más.

El chavismo a diario asesina a la Venezuela republicana. Desconociendo sus valores y violando sus instituciones, su constitucionalidad y su sociedad, además. Abatió el sentimiento, el compromiso, el juramento de garantes de la soberanía y la Constitución de las otrora fuerzas armadas nacionales; instrumentó, envileció, contaminó a la justicia que solo sirve como ariete que perfora los muros de la libertad y los derechos humanos, enajenándolo, alienándolo todo. De aquella república que esbozó en 1819 el Libertador, el chavismo ignorante y vil no dejó ni el resuello. Yace sanguinolenta y agonizante ante el altar de la demagogia y el populismo militarista que se quisiera la oligarquía para la eternidad. Armaron y mutaron a los pobres para convertirlos en míseros, mendigos, limosneros y los controlan a placer.

Se han roto muchas cosas. Lo más doloroso y gravoso de muchos infartos que sufre la república es aquel brutal desarraigo de sus huestes compatriotas que se lanzan cualquier aventura, temeridad incluso a cambio de otra existencia, sin importar los riesgos y desencuentros que ello suponga.

Hoy leo las noticias sobre las decisiones del TSJ sobre la elección de autoridades de las universidades y confirmo que el arrebiate lanza potes de humo para ocupar en el gimoteo, en el lamento, en la turbación a un segmento social que muy atacado y comprometido subsiste. Y pensar que fundada en 1721, la universidad que devino en la Universidad Central de Venezuela recibió como donación para su mantenimiento considerables bienes del Libertador y cabe una pregunta más: ¿qué más les falta asesinar zafios y felones del oficialismo, qué?

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@nchittylaroche

 


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