Rafael Caldera, Jóvito Villalba y Rómulo Betancourt

La versión ideologizada para contar la historia de Venezuela, abrazada por la mayoría de los historiadores, insiste en presentar el 23 de Enero de 1958 como el derrocamiento de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez por el pueblo venezolano.

Esta idea presentada en múltiples versiones ha servido para llenar el discurso de la política venezolana culturalmente dominada por tendencias reconocidas como de izquierda, centro-izquierda y la derecha moderada. Hasta sectores e individualidades de una derecha política, si es que alguna vez existió en Venezuela, evaden el tema como un táctico repliegue frente a sus adversarios solo para no ser identificados como simpatizantes del oprobioso dictador.

La mayoría de los historiadores comienzan a construir su versión tomando partido desde el comienzo por la llamada ideología democrática desde la cual todo evento histórico que la contradiga es automáticamente censurado sin mayor rigor ni análisis. Así, por ejemplo, amparado en un simplismo inaceptable el gobierno de Marcos Pérez Jiménez es presentado usando todos los calificativos negativos disponibles solo por el hecho de que no fue el resultado de un proceso electoral. En otras palabras, el no haber sido producto de lo que se llama una elección popular invalida por definición la obra de ese gobierno.

Este fue en líneas generales el discurso propagado por todos los beneficiarios del régimen político que sustituyó al de Pérez Jiménez. Y son las mismas ideas que sin mayor análisis han sido incorporadas a los libros de historia de Venezuela reducidos a panfletos propagandísticos de la ideología imperante desde 1958. Este simplismo reduccionista sin más argumento que un acto de fe lleva a repetir hasta la náusea que toda dictadura, por el solo hecho de serlo, ya es por definición mala y que, en contrapartida, la democracia, con todos sus defectos dicen cínicamente, es de por sí buena.

Sobre esta base los más reconocidos historiadores de Venezuela han escrito cientos de textos y libros repitiendo las falacias históricas y las fabricaciones ideológicas de los llamados políticos democráticos.

Por ejemplo, si nos saltamos la versión ideologizada de la mayoría de los libros de historia de Venezuela y nos vamos a las abundantes fuentes documentales y hemerográficas podemos constatar que lo que ocurrió el 23 de enero de 1958 no fue exactamente que el pueblo venezolano derrotó a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Sería mucho más preciso señalar que siendo las Fuerzas Armadas venezolanas el componente esencial del gobierno de Pérez Jiménez, la pérdida de su apoyo marcaba irreversiblemente el fin de ese gobierno. No es esa imagen amorfa e indefinida de “pueblo” la que provoca la caída de Pérez Jiménez sino la articulación de fuerzas militares, con comandantes y batallones, las que definen una situación que luego de consumada es celebrada en la calle por los activistas de los partidos políticos opuestos a ese gobierno.

A esta versión épica del pueblo que derrota al dictador había que darle poderosas razones para justificarla con cierta racionalidad. Entonces se relatan con detalles los encarcelamientos, torturas y muertes de los enemigos de ese régimen político, pero en forma obscena y disimulada se omiten los eventos violentos y fatales que ellos mismo perpetraron en sus intentos por derrocar al gobierno. Y si en algún momento se citan es para justificarlos como una violencia que era legítima no la del tirano.

Otro argumento ha sido el de la corrupción administrativa. Asumiendo la premisa de que todo gobierno que no sea electo por el pueblo es por definición malo entonces lo más probable es que también esté robando. El gobierno de Pérez Jiménez y sus colaboradores han sido acusados de robo y malversación. Y de toda esa avalancha de denuncias muy pocas lograron probarse ante los propios tribunales del régimen democrático. Lo de la corrupción en el gobierno de Pérez Jiménez quedó como un mero recurso retórico para adornar los discursos de los políticos democráticos. Lo que sí se puede constatar con las majestuosas y monumentales obras públicas que en muchos casos han logrado sobrevivir hasta la destrucción chavista. También se puede constatar que al final del gobierno de Pérez Jiménez Venezuela era un país solvente, sin deuda pública.

El tercer mito es quizás el más pernicioso de todos. Es aquel según el cual luego de la oprobiosa dictadura de Pérez Jiménez vino la democracia, el gobierno del pueblo, a salvar a Venezuela. Según esta ideología democrática al ser el gobierno de muchos es automáticamente mejor que un gobierno que no es el resultado de una elección.

Pero los hechos han sido más potentes que la propaganda disfrazada de historia nacional. Lo que se presenta como democracia en el sentido de un gobierno que surge de la voluntad de todos no es tal. Lo que se instauró en Venezuela luego del 23 de enero de 1958 no es precisamente una democracia con equilibrio de poderes sino más bien un estado corrupto de partidos que usurpa la voluntad de los ciudadanos y actúa impunemente en su nombre. Sería apropiado comparar la alegada corrupción en el gobierno de Pérez Jiménez con la de la democracia y la del régimen chavista, solo para comenzar a poner las cosas en su sitio.

El fracaso de ese estado corrupto de partidos es lo que nos lleva al chavismo con su régimen de partido único también llamado democrático que en realidad está perpetrando la destrucción del estado nacional y por consiguiente la de la nación venezolana.

Venezuela es hoy el resultado de ese experimento fallido llamado democracia pero que en realidad operaba como una democracia de partidos, no de ciudadanos. Lo que tendrá que venir después de la barbarie chavista no es el regreso a la democracia de partidos sino la construcción de una nueva república con un régimen político controlado por los ciudadanos y no por las mafias partidistas actuando como intermediarios y alcabalas.

Y quizás ese nuevo régimen político pueda recuperar algunas ideas ya ejercitadas en forma exitosa por el gobierno de Marcos Pérez Jiménez tales como el nacionalismo, el patriotismo y la consolidación, material y espiritual, de una Venezuela fuerte en la gran América hispana.

@humbertotweets


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